El deporte cubano tiene muchos desafíos competitivos, morales y jurídicos a tono con las tendencias mundiales. Poco a poco, ganar una medalla a cualquier nivel, estar limpios de dopaje y regular las contrataciones de atletas y entrenadores son tan difíciles que es imposible cerrar los ojos y decir que todo está escrito o conquistado.
Durante los últimos Juegos Olímpicos, un fenómeno conocido creció a niveles inesperados y llamó la atención a periodistas y aficionados. Casi una veintena de cubanos, formados casi todos en la pirámide del alto rendimiento (escuelas de iniciación-equipos juveniles y selecciones nacionales) compitieron por 11 países y seis resultaron medallistas.
Entre ellos había quienes renunciaron a seguir con los equipos nacionales y abandonaron en una gira preparatoria, pero también emigrantes legales o nacidos en Cuba que se fueron con sus familias de pequeño.
¿Todos compitieron agradecidos por esas banderas o hubieran preferido hacerlo con nosotros? ¿Por qué no pudieron hacerlo aunque hubieran querido? ¿Debemos mantener la postura actual o pensar en nuevas reglas del juego a partir de que es creciente el fenómeno y no siempre está marcado por cuestiones políticas?
De sobra es conocido que para integrar un equipo nacional debe antes haber pasado por un sistema de competencias en el país, dígase específicamente eventos locales, que le hagan merecedor de llegar a vestir la franela de las cuatro letras.
Sin embargo, qué puede limitar la realización de convocatorias para aquellos deportistas cubanos que viven en el exterior y cumplen con la nueva política migratoria. Estamos hablando, como sucede ya en muchas naciones, específicamente subdesarrolladas, de torneos eliminatorios Cuba antes de una cita múltiple o campeonato mundial, cuyos ganadores tendrían el derecho de representarnos luego, siempre y cuando conquisten ese premio con sus resultados y desde ese momento acepten estar bajo las indicaciones de nuestros avezados técnicos.
El béisbol es tal vez la disciplina con más fuga de talentos en los últimos 10 años, pero no es el centro de este análisis. Luchadores, voleibolistas, saltadores, esgrimistas, polistas, baloncestistas, judocas, boxeadores, pesistas, por solo mencionar algunos, andan por el mundo deseosos de una oportunidad justa, pues su condición de emigrado no está reñida con el orgullo de celebrar una medalla en el lugar que los vio nacer.
El país ha dado pasos similares a esta propuesta con sectores tan estratégicos como los médicos. Orden y reglas del juego claras pueden valorarse por las autoridades deportivas. El tiempo lo exige.