Por Thalía Fung, Doctora en Ciencias y profesora de Mérito de la Universidad de La Habana
De Lenin se puede escribir en muchos campos; pero si en alguno posee especial vigencia es en la historia política contemporánea, en la teoría política, en particular, en la filosofía política y en la ciencia política. En esta última disciplina, su papel en el marxismo puede calificarse de fundacional. Develó los nuevos sujetos revolucionarios, los escenarios inesperados de las siguientes revoluciones socialistas, y desde muy temprano, descubrió el camino por el que necesariamente había de transitar la revolución en Rusia.
Lenin valoró justamente al campesinado pobre como un sujeto revolucionario, y lo sorprendió el comportamiento de los campesinos medios en la Revolución de Octubre quienes probaron que también había que contar con ellos, con lo cual se mundializó la posibilidad de la revolución por cuanto la propia modernidad de la revolución política burguesa demandaba la existencia de su contrapartida, los países suministradores de materias primas y, en consecuencia, oprimidos por los más desarrollados, con lo cual la consigna de Marx sobre la unidad de los proletarios se cambió por la de “pueblos oprimidos, uníos”.
El tratamiento de la conciencia de clase había sido un asunto de la mayor importancia para los marxistas; el propio Marx consideraba que la clase solo poseía dicha condición cuando actuaba como partido político, y alrededor de dicha cuestión diferían Rosa Luxemburgo y Vladimir Ilich Lenin, discrepancia que valoramos como de certidumbre en distintos niveles. Rosa se expresaba en términos filosóficos, más próximos al pensamiento de Marx, y Lenin actuaba como un cientista de la política, al plantear que había que importar la conciencia de clase a la clase obrera. Por supuesto, que Lenin se refería a la estrategia y las tácticas políticas que solo podían ser elaboradas por un grupo profesional de la clase, aquel constituido por el partido. Con Lenin, se fundamenta la necesidad del partido o grupo que dirigiera inteligentemente el comportamiento de los revolucionarios y que, en Rusia, asumieron el nombre de bolcheviques por representar la mayoría de los participantes en el II Congreso de los socialdemócratas rusos.
La flexibilidad y la concreción táctica de Lenin se puso de manifiesto en la revolución burguesa de 1905, en la cual conminó a la participación de los obreros que no sentían sus objetivos como propios; pero Lenin partía del criterio de que solo se aprende a luchar en la lucha. Cuando se proclama la Duma, los bolcheviques participaron —aún en contra del criterio de la socialdemocracia europea— porque Lenin adujo que debían ingresar en dicho Parlamento, inclusive para expresar en su seno, que aquel no servía. Cuando años después, se votaron los créditos de la I Guerra Mundial, los bolcheviques y los serbios fueron los únicos socialdemócratas que se manifestaron en contra.
Los bolcheviques demostraban un conocimiento profundo de la situación internacional; pero en la toma de decisiones, solo Lenin pudo enfrentar la crisis que provocó la paz de Brest- Litovsk en los revolucionarios, y probar por qué constituía la única toma de decisión posible. Más tarde, al asumir la Nueva Política Económica (NEP), recibió múltiples críticas; pero la NEP era imprescindible para salvar la Revolución, y aunque inaceptable para la prédica de muchos dirigentes socialdemócratas, también bolcheviques, hay que recordar que ante la ofensiva de la Entente y la contrarrevolución interna, la situación había alcanzado tal grado que aún en 1928 había muertos por hambre en las calles. Inclusive, en sus tácticas concernientes al tratamiento concreto de cada problema, Lenin no rechazó los compromisos en aras de la defensa del proceso revolucionario y su objetividad analítica lo hizo valorar que dado el avance tecnológico de Alemania si la revolución se producía en dicho país, Rusia dejaría de encabezar el movimiento revolucionario.
Trabajó sin descanso en aras de defender la unidad del partido como vanguardia del proceso revolucionario y aunque difería de los criterios de algunos de sus miembros, siempre evaluó sus posibles aportes, ya que, según decía, en las revoluciones, aún los esquiroles pueden prestar servicio.
Con la I Internacional, las ideas de Marx se extienden y trascienden a los centros europeos, podría calificarse a dicha organización como la primera de la sociedad civil internacional que porta las ideas de los obreros. En América, encuentra asiento principalmente en Estados Unidos y en los grandes países del Cono Sur; pero el terremoto ideológico que significó la Revolución de Octubre, la cual estrenó la bipolaridad histórico-social a nivel mundial, no solo acentuó la formación de partidos comunistas en países con un mayor grado de organización, sino, muy temprano, aquellos cubanos que habían celebrado el 1º de Mayo, aún bajo el dominio colonial, encontraron fieles dirigentes en el comunista fundador del Partido Revolucionario Cubano, Carlos Baliño, y en aquel bravo universitario que buscó la unión de los estudiantes y los trabajadores y conquistó a la juventud, el amado Julio Antonio Mella.
Lenin había previsto que con la Revolución de Octubre se rompía la cadena imperialista por su eslabón más débil, aquel que portaba el mayor número de contradicciones; pero ello era solo el comienzo. A través de la III Internacional, Lenin expuso su análisis de los avances de los procesos revolucionarios y señaló en cuál dirección se movería la revolución socialista que indudablemente, para él, iría hacia el este. Su predicción científica se cumplió en las revoluciones de los países asiáticos, encabezadas por Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, Kim Il Sung.
Pero, de modo impensado, pocos años después, en una isla del Caribe, que se emancipó de su metrópoli en el tránsito del siglo XIX al siglo XX, bajo la concepción unitaria y latinoamericanista de José Martí, un joven abogado logró la hazaña de política científica de probar a su pueblo que solo podría liberarse del tirano y cumplir su destino americano con una revolución de los oprimidos, y con dicha convicción convocó a la revolución socialista que transitó desde el este hacia un sur-oeste lo cual requería de una lucha en frentes ideológicos varios, y con sujetos diversos, en función de lo cual trabajó por la unidad de los revolucionarios, campesinos, obreros, estudiantes, y otros grupos sociales en la ciudad y en el campo, los cuales integraban un pueblo que había sido oprimido por siglos. Se enfrentaba entonces, como Lenin, al más grande reto histórico: crear la propia base económica de la revolución.
Como no puede tratarse a la Revolución de Octubre sin la conducción de Lenin, tampoco puede concebirse la Revolución Cubana, sin la estrategia y tácticas de Fidel Castro. En la isla donde se unen y se separan el Golfo de México y el mar Caribe o mar de las Antillas, también se encuentran y se debaten en apoyo y contradicción las ideas de la Revolución de Octubre y el sueño americano de Martí.
Según sentenciaba Mayakovski, aún la historia de Lenin está por escribir, y sucede lo mismo con el análisis teórico del sentido de Fidel para la América nuestra. Fidel hizo suyas las ideas que se habían naturalizado en el continente asiático y las trajo al suelo nutricio de la América nuestra, sureña, plural, coexistente, que había luchado por los sueños emancipadores de Bolívar, Sucre, San Martín, Juárez, Martí. En Cuba confraternizaron la Revolución de Octubre y la Revolución Cubana: Lenin y Fidel Castro. No se conocieron; pero ambos se plantearon idénticos objetivos: luchar por una revolución verdadera.