Altanería, soberbia, sentimiento de superioridad y desprecio por los criterios de los demás fue lo que demostró la embajadora de Estados Unidos en la ONU cuando le correspondió ante la Asamblea General expresar su opinión acerca de la Resolución relativa a la necesidad de eliminar el bloqueo económico, comercial y financiero que mantiene la Nación del Norte sobre Cuba desde hace más de medio siglo.
“El régimen cubano ha utilizado durante años el debate de la Asamblea General para distraer la atención de la comunidad internacional y justificar la destrucción que ha causado en su pueblo y en el país”, dijo como si los gobiernos del mundo no tuvieran suficiente discernimiento para apreciar la realidad que se vive en nuestro país, los colosales empeños que ha tenido que hacer para salir adelante pese a las presiones yanquis y la ejemplar ejecutoria internacional de la Mayor de las Antillas.
La embajadora actuó, como dijo el canciller cubano, como una caja de resonancia de la administración Trump y fue grosera e irrespetuosa cuando señaló: “Seamos honestos esta Asamblea no tiene la facultad para poner fin al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba. Esto que está haciendo la Asamblea General hoy y lo que hace siempre es un teatro político”.
Teatro fue el que armaron las representantes del imperio quienes se aferraron a un discurso mentiroso, gastado y retrógrado, basado en la pretendida defensa por el imperio de los derechos humanos en Cuba, pasando por alto que el propio bloqueo es una violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos de todos los que viven en esta tierra y califica de genocidio según la legislación internacional. Y que por su aplicación extraterritorial lesiona la soberanía de muchos países del orbe.
Teatro fue el que hizo “el eco de Trump” al emular en la ONU la altanería proverbial del mandatario y se atrevió a declarar que la Asamblea perdía su tiempo al examinar esa resolución y que E.EUU. se ve sometido a todo tipo de reclamaciones que calificó de ridículas “para distraer la atención de un régimen que es responsable del sufrimiento de su pueblo”, y recalcó que Estados Unidos no va a detener su acción proporcionarle un futuro mejor al el pueblo cubano.
Cualquiera que conozca algo de la historia de Cuba constatará que ese futuro del que habla la embajadora es el pasado neocolonial al que no queremos regresar, un pasado en el que el imperio dominaba a su antojo a los gobiernos de turno y se beneficiaba de la explotación de nuestros recursos naturales. Un imperio que aspiraba a apoderarse de la Mayor de las Antillas desde los inicios del siglo XIX y que intervino a fines de ese siglo como supuestos aliados de las fuerzas independentistas cubanas para imponer su voluntad en nuestro suelo e inaugurar un oscuro período neocolonial que terminó el 1ro de enero de 1959, como bien recordó en la ONU nuestro canciller.
No sé por qué, pero al escucharla me acordé de aquella expresión de San Agustín que sentenció: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
Sin dudas el gobierno de millonarios instaurado en Estados Unidos está hinchado de vanidad y prepotencia, y así se lo tramisió a sus representantes en la ONU, pero no por casualidad sus palabras se las llevó el viento mientras que el discurso del ministro de Relaciones Exteriores cubano fue aplaudido en más de una ocasión y finalizó con vivas a Cuba y gritos de Abajo el bloqueo.
Una vez más Estados Unidos se quedó solo con el único acompañamiento de Israel frente al rechazo abrumador de la comunidad internacional al bloqueo.
Bien le viene el refrán: si no quería una taza le dieron 191.