Joel García
Pinar del Río.— Lo más perdurable del juego de los veteranos —octava ocasión que se celebra, con el sexto éxito para Orientales, esta vez 6-0— no es el marcador, la forma física de los peloteros ni siquiera el número de entradas a jugar (que bien pudieran ser seis o siete en lugar de cinco). Lo más perdurable es su huella sobre el terreno y esas ganas de fildear, correr, pitchear o batear para una afición que se deleitó con sus triunfos.
Wilber de Armas y Juan Padilla estuvieron a punto de recordar una maravilla defensiva sobre la segunda almohadilla; Víctor Mesa volvió a emocionar con su explosividad tras dar uno de los dos hits de Occidentales; mientras Adiel Palma, Omar Luis, Ormari Romero, Pedro Luis Lazo y Orelvis Ávila regalaron rectas que no se ven a menudo en la actual temporada.
Sin estar en la nómina de los conjuntos, pero también invitados a esta fiesta y felices por el reencuentro con sus compañeros vimos a Luis Giraldo Casanova, Pedro José Rodríguez, Alfonso Urquiola, Rodolfo Puentes y Braudilio Vinent, por solo mencionar algunos. Y lo más impactante, fotos, autógrafos, consejos a los jugadores actuales y todo el tiempo del mundo para entrevistas tampoco faltaron para sus seguidores y la prensa.
Quizás en función del espectáculo, sería bueno pensar en alguna competencia de jonrones para ellos. Volver a ver a Cheíto, Medina, Muñoz, Casanova o Urrutia levantando una bola con un swing no solo haría emocionante el momento, sino que haría recordar a más de uno sus batazos más añejos en la cultura beisbolera nacional.
La huella dejada sobre el San Luis por los veteranos lleva implícitos el sacrificio, la confianza en la pelota revolucionaria y la fidelidad a su provincia hasta el final, por más incomprensiones que hayan vivido en sus carreras. Orlando Figueredo, lanzador oriental retirado con 36 años, lo definió en una conversación informal en la noche: “dejé el corazón en cada juego y no me arrepiento. Sufro con algunas cosas del béisbol actual, pero lo defenderé hasta el final”.
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