“¡Alarma de combate! La nación en pie de guerra. Ordena el Primer Ministro Fidel Castro ante el peligro de la agresión dispuesta por Kennedy”.
Con este titular el periódico Revolución anunció la postura cubana ante el estallido en octubre de 1962 de una crisis que se estaba gestando desde hacía meses y que puso a la humanidad al borde del holocausto nuclear.
Eran las siete de la noche del 22 de octubre cuando el presidente de Estados Unidos divulgó la “cuarentena” que le sería aplicada a nuestro país, una manera eufemística de calificar el bloqueo naval contra la Mayor de las Antillas.
¿El motivo? Aviones espías estadounidenses habían detectado la presencia de una posición de lanzamiento de cohetes estratégicos R12, en San Cristóbal, Pinar del Río.
Como ha explicado el Doctor en Ciencias Históricas Tomás Diez Acosta, acucioso investigador de este acontecimiento, Fidel se hallaba convencido de que para defender a Cuba no era imprescindible armamento nuclear, porque se hubieran podido obtener los mismos fines con un pacto militar que dijera claramente que una embestida armada al archipiélago equivaldría a un ataque a la URSS.
La aceptación que se hizo finalmente de la propuesta soviética de instalar los cohetes aquí se sustentó en que ello contribuiría al fortalecimiento defensivo del campo socialista y que sería un importante disuasivo a la agresión militar directa a Cuba.
Sin embargo, el secretismo de la parte soviética en torno al acuerdo militar y la instalación de los misiles fue aprovechado por el imperialismo para desatar una campaña propagandística, dirigida a desplazar a un segundo plano el problema principal que significaba sus crecientes amenazas a Cuba y a transformarse de victimario en potencial víctima de un ataque. Con ello pretendía justificar las medidas ilegales adoptadas contra nuestro país el 22 de octubre.
Desde que se informó que todos los canales de radio y televisión difundirían ese día una alocución del presidente estadounidense, Fidel ordenó, primero, la fase de alerta de combate y casi una hora y media antes de la comparecencia de Kennedy, decretó la alarma de combate. Al amanecer del 23, cientos de miles de cubanos fueron movilizados y trasladados a las trincheras y el 25 ya eran 400 mil hombres sobre las armas.
La efervescencia patriótica bullía tanto en aquellos que marcharon al frente como en los que se dispusieron a cubrir sus puestos en los centros de trabajo. Y admiraron una vez más a su líder, que recorría las unidades, dialogaba con los soldados y sus jefes, y se mantenía al tanto de todos los detalles de la defensa.
“Nuestro pueblo todo fue un Maceo –expresó el Che—, nuestro pueblo todo estuvo disputándose la primera línea de combate en una batalla que no presentaría quizás líneas definidas, en una batalla donde todo sería frente y donde seríamos atacados desde el aire, desde el mar, desde la tierra, cumpliendo nuestra función de vanguardia del mundo socialista en este momento, en este lugar preciso de la lucha”.
El 24 de octubre entró en vigor el cerco naval y se recrudecieron los vuelos rasantes estadounidenses con la supuesta misión de reconocimiento que podía derivar en un golpe aéreo por sorpresa. Fidel le comunicó al secretario general de la Organización de Naciones Unidas que Cuba no los seguiría permitiendo y cuando se repitieron, las baterías antiaéreas cubanas abrieron fuego. Los militares soviéticos, contagiados del espíritu de lucha de los cubanos, se sumaron a la riposta y una de las naves fue derribada.
La crisis había alcanzado su punto más alto. La dirección soviética y el Gobierno de Estados Unidos llegaron a un arreglo para poner fin a la crisis, sin tomarnos en cuenta. La URSS se comprometió a retirar, con garantía de verificación, el armamento que Estados Unidos calificaba de ofensivo a cambio de que no agrediera a Cuba.
Recibimos indignados esa solución. Fidel se negó rotundamente a la inspección por humillante y lesiva a nuestra soberanía, y en una declaración hecha el 28 de octubre resumió en cinco puntos los aspectos que la parte cubana consideraba que pondrían freno a las amenazas imperiales.
La crisis no terminó en octubre; un mes después, en medio de las negociaciones para resolverla, persistían las tensiones y riesgos. De aquellos cinco puntos se mantienen hasta hoy tres: la exigencia del cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presiones comerciales y económicas; el cese de todas las actividades subversivas; la retirada de la Base Naval de Guantánamo y la devolución a Cuba de esa zona ilegalmente ocupada.
En todo momento Fidel se erigió en representante de la dignidad de su pueblo y del derecho a su soberanía y autodeterminación. Nunca, como expresó el Che, brilló más alto un estadista que en los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre.