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Rosario lírica

Rosario Cárdenas ha presentado con su compañía en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y en el teatro Tomás Terry, de Cienfuegos, su más reciente propuesta coreográfica: Afrodita, ¡oh espejo!, una obra con la que regresa a una de las constantes de su carrera: la exploración en el mundo mágico y soñado de las divinidades que el hombre ha creado y recreado.

Foto: Del autor

Fiel también a su tradición integradora, Rosario “mezcla” aquí dos ámbitos, dos tradiciones, dos cosmovisiones: la de la cultura griega antigua (que tiene en la isla de Chipre uno de sus elementos de referencia) y la yoruba (con tanto arraigo entre nosotros).

Dioses de los dos panteones confluyen en el mismo escenario, compartiendo peripecias en un entramado de marcada vocación lírica, que rehúye de lugares comunes y de los folclorismos de siempre. El espectador no notará rupturas en la “narración”; el discurso fluye sostenido por imágenes diáfanas, por metáforas no por sencillas menos efectivas.

Esto igualmente es marca de buena parte de la producción de Rosario Cárdenas: la consecución de escenas que, hasta cierto punto, pudieran parecer autónomas, pero que se enlazan con naturalidad.

A primera vista resultaría conflictivo entrelazar dos ámbitos muy lejanos geográfica y temporalmente; pero la coreógrafa demuestra que el itinerario del hombre, sus ideales y sus ensoñaciones tienden al ciclo: las historias, la naturaleza misma de los dioses griegos poseen muchas coincidencias con las de las divinidades del panteón yoruba. Afrodita comparte con Ochún más de un impulso y una concreción: las dos se sostienen en el mismo sentimiento, el amor.

Rosario Cárdenas parte de esos lazos para ensayar además sobre la insularidad (las culturas chipriota y cubana tienen “obsesiones” similares) y sobre la vigencia del mito.

Pero lo hace a partir de una sensibilidad personalísima, que no está preocupada por las exigencias del símbolo establecido. Los compañeros en esta aventura hicieron lo suyo: la música del maestro Frank Fernández no se reduce a una revisión historicista: toma más en cuenta las demandas de la fabulación; otro maestro, Carlos Repilado, logra que las luces devengan al mismo tiempo “escenografía” inasible.

El vestuario de Alisa Peláez juega con imaginación también a la simbiosis, aunque por momentos pareció más festinado que la línea dramática que acompañaba. Los ejecutantes son casi todos bailarines muy jóvenes, con poca experiencia en escena: se notó el esfuerzo por aunar intenciones e intensidades.

Algunos no lucieron animados por el mismo compromiso, pero es cuestión de tiempo. Rosario Cárdenas ha retomado el lirismo y la sosegada plasticidad de varias de sus piezas más emblemáticas. En el conjunto de su obra hay muchos y disímiles caminos, pero todos tributan a un ejercicio de pensamiento… que alumbra peculiares estéticas. De eso se trata: las mil y una maneras de asumir la belleza.

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