Jorge Luis Coll Untoria, estudiante de Periodismo
Déjala tranquila entretenida con su juego de pasión/…que a mí me está gustando/… intriga con su magia/ ¿qué ella estará tramando?/… Déjala que siga, yo la agarro bajando…
No resultaría extraño entrar a su casa y escuchar melodías como la de Gilberto Santa Rosa que, en este caso, puede asociarse a la actividad que esta mujer realizó durante largo tiempo en uno de los juegos colectivos más dinámicos del planeta. Ella, de modo parecido al salsero boricua, a la pelota la agarraba bajando.
Comenzó practicando atletismo desde pequeña sin saber que en su futuro sería deportista; pero de otra disciplina. Las captaciones hechas por aquella época en las escuelas primarias la llevaron a pararse frente a una net y repartir pases a diestra y siniestra. Así logró atravesar la pirámide del alto rendimiento e iniciar una trayectoria de alrededor de 10 años en uno de los conjuntos más famosos del deporte mundial: las Morenas del Caribe.
Josefina O’Farrill nació el 9 de diciembre de 1963 en la capital y con la misma sencillez con que armaba el juego de Cuba en los tabloncillos responde a cada pregunta, lo hace con equilibrio, rápido, casi al ritmo de salsa, su género musical favorito.
“A mediados de 1979 –todavía en los juveniles– comencé a entrenar tres veces a la semana con el equipo campeón mundial de 1978 y fue una experiencia maravillosa tener tantas glorias al lado, pues me ayudaron muchísimo en la preparación y en mi desarrollo, además había un gran colectivo técnico. Practicando con esas atletas adquirí nuevos conocimientos”.
O’Farrill valora lo que le aportaron las jugadoras con más protagonismo en el equipo, y recuerda cómo se nutrió de los trucos de Mercedes Pomares, “aunque también me fijaba bastante en Mamita Pérez e Imilsis Téllez”, comenta. “Eran tiempos gloriosos y lo que faltaba por venir, doy gracias cada día por haber vivido eso, el voleibol en aquella época era sensacional.
“Hoy debemos trabajar más, las muchachas llevan encima una responsabilidad grande y el juego no es solo pararse en el terreno y golpear la pelota. Sería factible que las veteranas participen en la preparación a ver si salimos adelante”, manifiesta.
Algunos dicen que los equipos de antes eran más guapos y esto influía en el resultado, así lo cree ella también: “Cuando uno cree que no puede más se debe sacar el extra, demostrarle al público las ambiciones de ganar y de jugar. Dedicación y entrega son fundamentales y lo que no haces en el entrenamiento no sale en la cancha”.
Con la picardía de una pasadora se adelantó al cuestionario y se refirió, por supuesto, a Eugenio George: “Él representaba una guía para la vida, en educación, pensamiento, en lo familiar… en todo. Tenía la gran capacidad de conjugar las cosas y conducirnos a los grandes resultados alcanzados bajo su mando”.
Balón que sube, balón que baja
A pesar de haber logrado actuaciones memorables con la consecución de grandes torneos, la no asistencia de Cuba a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles (1984) y Seúl (1988) privó a Josefina de poder asistir a este tipo de citas.
“Quisiera haber participado en unos Juegos Olímpicos, pero bueno, disfruté cada partido y también gocé los títulos alcanzados por mis compañeras posteriormente”.
Sin embargo, conquistó dos cetros panamericanos (1983 y 1987) y dos centroamericanos (1982 y 1990), así como un subcampeonato mundial en 1986 y dos torneos Norceca (1985 y 1987). “Todos estos títulos fueron importantes y se convirtieron en momentos de mucha alegría, pero sin dudas, alcanzar la Copa del Mundo de 1989 fue fenomenal en mi carrera”, expresa.
Cuenta que entre las rivales más difíciles estaban las estadounidenses: “Las pudimos derrotar en los panamericanos del 83 en tie break pese a que en una gira previa por su país solo las vencimos una vez. También enfrentamos a otras rivales muy fuertes como las chinas –con una Lang Ping inmensa– y las soviéticas.
“Recuerdo un partido contra la Unión Soviética aquí en el Coliseo de la Ciudad Deportiva. El encuentro estaba dos sets a uno a favor de ellas y en el cuarto perdíamos 12 a 2. Eugenio pidió tiempo y habló de todo menos de voleibol, dijo que nos entregáramos por el público, y dos o tres cosas más… ¡Muchacho!, quien te dice a ti que lo que salió para el terreno fue un huracán y levantamos el set, incluso quienes se habían ido de la instalación regresaron. Las soviéticas no lo podían creer”.
Siempre no fue felicidad, no estuvo exenta de lesiones y le tocó perder a un ser querido y estar fuera del país en ese instante. Una lágrima baja por su mejilla, como bajaba aquel balón que esperaba en el centro de la cancha: “El momento más difícil de mi carrera fue tener que ganarle a las soviéticas y no poder estar aquí cuando murió mi padre. Fue duro”.
De igual forma tuvo tiempo para una sonrisa de victoria, y esta le sale cuando habla del nacimiento de sus hijos, a los que considera la jugada de su vida, o de cómo entrena hoy a los atletas del voleibol sentado, o simplemente cuando afirma que para ella “pertenecer a las morenas del Caribe fue lo máximo”.