A un “cálido y entrañable lugar” llegaste hace veinte años y fue para que desde aquí, tu Memorial, en Santa Clara, seguir juntos ganando nuevas batalla, porque ya habías triunfado y nos habías conquistado, en la lid de los días finales de diciembre 1958.
50 años después de que te inmortalizaras, y como dijo el poeta, sin descanso para tus guerrilleros huesos, vi niños y jóvenes que ante tu imagen dijeron querer ser como tú, y no será fácil lograrlo y ellos lo saben, porque si no eres perfecto estas tan cerca de serlo que inspiras lo inmenso.
Sentí la extraña sensación de tenerte vivo en mí, y en muchos que son miles, pero sobre todo en tus más cercanos: tus compañeros de guerra, los que integraron las Columnas 4 y 8, con quienes emprendiste la marcha por Cuba, también estaban con la garganta contenida y la mirada humedecida esos con los que luego recorriste el Congo.
Ellos llegaron hasta ti, hasta ese lugar siempre “cálido y entrañable”, para honrarte y volver a decirte: Comandante, estamos contigo, sigues vivo, perpetuo, inspirador…
No pude contenerme, lo confieso, canté, digo, cantamos todos los allí reunidos para ti y eran las canciones de siempre que sonaron nuevas, contemporáneas, como tu ejemplo.
Volví una vez más hasta el borde de tu estatua, te deje una flor, como miles que siempre lo hacen en gesto agradecido. Miré a lo lejos, me encontré con las estrellas que son fuentes, que son las de tu boina, las de tus grados, que son tú mismo, porque la estrella eres tú y te nos “hiciste estrella dentro”.
Divisé el Escambray, traté de no perder la vista y te vi entonces mirando hacia el Sur, que es América, ese continente del que tú eres esperanza.
Y volví a ese “cálido y entrañable” lugar. Allí emocionado estaba el hermano de tu hermano, nuestro Raúl, poniente una flor en tu nicho, haciendo historia junto a la llama que te eterniza hasta la victoria.