Un dibujo casi indescifrable fue la génesis de lo que luego sería el Memorial al Comandante Ernesto Guevara en Santa Clara. Solo sus arquitectos Blanca Hernández y Jorge Cao podían interpretarlo.
Ellos habían sido los proyectistas, casi diez años antes, de la Plaza, la Tribuna y el Museo, espacios que conforman el Conjunto Escultórico que lleva el nombre del Guerrillero Heroico en la ciudad de Santa Clara, uno de los sitios más visitados de Cuba.
Un llamado urgente los conmovió: tenían la misión de realizar el Memorial para un héroe moderno, para un hombre interminable: el Che. Debía ser en tiempo record. La primera reacción fue hacer un simple, elemental, pero sentido y profundo boceto, que aún guardan. Luego vendrían los planos, la inversión, las brigadas, el apoyo de muchos… pero ellos siempre al frente de todo. Así se fue armando, construyendo, hasta hacer realidad ese espacio que atrae y admira el mundo.
Aquel dibujo sería el inicio, allí estaban plasmadas las primeras ideas donde se concentraban conceptos, y más que ello, resumía una vida indeclinable de principios, porque ambos tuvieron como intención exponer al Che en su integridad, con sus posiciones consecuentes al actuar y dejar ver desde la concepción arquitectónica el humanismo que desplegó Guevara en su vida y obra.
Junto al dibujo, acompañando al boceto que forma parte de la historia del Memorial donde se custodian los restos del Che y el Destacamento de Refuerzo, Blanca y Cao escribieron unas frases que engloba toda la concepción que proyectaron:
que la muerte no me asuste
que la tristeza no me aplaste
que pueda recordarte como vida
como esa vida consecuente
que fuera inspiración siempre.
Sin ser poetas hicieron poesía. La hicieron desde el alma y con las entrañas, se entregaron a la obra sin descanso y solo soñando con lo que realmente estaban concibiendo, con el sentido íntimo de ser guevarianos ellos mismos. Se convirtieron en artífices fundamentales de una historia que creció y se engrandeció con el tiempo al ser reconocida esta como la última morada del Che. Como su eterna comandancia.
El lugar impresiona, recoge el espíritu, cambia la respiración porque llega a las esencias.
Es el Memorial un alto en el camino de la guerrilla en medio de la selva, un campamento, donde la hoguera hecha llama eterna aún calienta las frías madrugadas bolivianas, el río que puede ser el Nacaguasú o el El Grande parece saciar la sed a los combatientes, la vegetación tupida que rodea el recinto los protege del peligro, es el mármol en bruto la cordillera de los Andes y el piso de lajas el camino certero que los trajo hecho vida a pesar de la muerte.
Es este un sitio vivo, que a pesar de los veinte años de concebido impacta por autentico, por único, porque inspira lo inmenso. Hasta aquí se acude para hacer promesas, para pedirle al Che, para exponer resultados, para comprometerse a grandes tareas, a los niños se les entregan sus atributos de pioneros en sentida y simbólica ceremonia, los jóvenes reciben sus títulos como profesionales o sus carnés de las organizaciones de vanguardia. Hasta allí se llega para desfilar, para multiplicarse, para cantar, así se honra al Che y se le dice Comandante: Hasta la Victoria. Siempre
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