Sigue siendo necesario llevarlo como compañero en la cotidianidad. Sigue siendo obligatorio embanderarse con él para luchar por causas justas. El Che nos inunda la mochila de ilusiones, pensamientos e invita a actuar.
Hay un Che que nació en Santa Clara. Santa Clara y el Comandante Ernesto Guevara tienen una confidencia entrañable: es la ciudad de su batalla, la de sus comandancias, la de sus industrias, también la de su universidad y sus monumentos.
A Guevara en Santa Clara se le recuerda de mil maneras, en cualquier pared hay una foto suya, lo mismo en las salas de las casas que en los pasillos de los centros de trabajo, en las más humildes aulas, más allá de los lugares donde dejó su impronta.
El guerrillero de los días épicos de la batalla que comandó en diciembre de 1958 sigue recordándose, yendo de un lado a otro de la ciudad en medio de las acciones. Es un Che que cuando se habla de él huele a pólvora y metralla y que quedó para siempre en lo más alto de la Plaza que lleva su nombre, esculpido con el bronce que la propia ciudad donó y fue el resultado de la inspiración del artista plástico José Delarra, como símbolo de rebeldía de un pueblo, al que desde allí llama a la victoria.
La casa de altos estudios Marta Abréu de Las Villas, esa que fue en la lucha su primera comandancia, y que en la actualidad está pintada de negro, de mulato, de campesino, de trabajadores, como él indicó cuando se le otorgó el Titulo Honoris Causa en Pedagogía, es su universidad. Allí está el Che en la Cátedra que profundiza en las aristas de su pensamiento, en un aula que lo inmortaliza, en el museo de la institución junto a la toga que nunca usó y en los pullóveres y tatuajes de los jóvenes que allí estudian.
En la segunda comandancia durante la batalla, ubicada en el antiguo edificio de Obras Públicas, hoy sede del Partido Comunista de Cuba en la provincia, carga el futuro en hombros. Es una escultura de tamaño natural, donada por el artista español Casto Solano, a la que espontáneamente el pueblo ha llamado Che de los niños, una atractiva obra artística que insita a llevar flores y rendir ingenuos y sinceros tributos.
En Santa Clara hay un Che ministro de industrias sui géneris. Es un dirigente nuevo, sin rango, que sigue vestido de verde olivo, con las botas desamarradas que fue capaz de impulsar fábricas con las que se logró dar un “jalón” a la industrialización de Cuba” como la Inpud Primero de Mayo y Planta Mecánica Fabric Aguilar. En la fábrica de fábricas forjó una tenaza con uno de sus obreros y ellos recuerdan aún el calor de sus manos haciendo la herramienta.
Se le rinde honor por artistas como Ramón Limonta que en piedra de colores lo dejó hecho Sol en la entrada del Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas. Varios son los monumentos que lo evocan, entre ellos el ubicado en la cima de la loma El Capiro, otro en el mismo lugar donde ocurrió el descarrilamiento al Tren Blindado, este último convertido en museo, lugares ambos donde ocurrieron acciones de la Columna 8 Ciro Redondo del Ejército Rebelde.
Pero, es La Plaza de la Revolución Comandante Ernesto Guevara, inaugurada en diciembre de 1988, proyectada por los arquitectos Jorge Cao y Blanca Hernández, quienes también ejecutaron el Memorial donde se guardan sus restos y los de sus compañeros del Destacamento de Refuerzo, el más simbólico de los sitios que lo recuerdan: es su tercera Comandancia en la ciudad, es su última morada.
La Plaza y el Memorial convirtieron a Santa Clara en la ciudad del Che, allí se le recuerda triunfal después de la muerte y desde la cotidianidad que inspira, porque en Santa Clara el Che dejó su marca, que es huella, influencia, ascendencia… Desde siempre y por siempre está aquí por “todas partes” convertido en presencia y vigencia, en hombre necesario, imprescindible.
Saberlo allí, es asirse a él por siempre. Por ello, seguimos, con vos, Comandante, con tu ejemplo, en ese camino largo, largo, por donde tú vas: Hasta la Victoria.