En 1906 se produjo la segunda intervención estadounidense en Cuba. La reelección de Estrada Palma por el Partido Moderado, impuesta con métodos de coacción y fraude, tuvo como contrapartida el alzamiento encabezado por el Partido Liberal que había concurrido a los comicios con la candidatura presidencial de José Miguel Gómez. Ambas partes contendientes miraron a Estados Unidos como poder decisor ante el conflicto, a partir de lo estipulado en el artículo tercero de la Enmienda Platt llevada a Tratado Permanente, por lo que esperaban su apoyo para las posiciones que cada una esgrimía.
Las reacciones ante el conflicto, el peligro de la intervención norteña y, luego, la presencia del gobierno provisional norteamericano, fueron diversas. Entre ellas se cuentan algunas que se expresaron en versos. Hubo caricaturistas que escribieron el texto acompañante en décimas, coplas u otra forma poética, a través de la cual intentaron alertar, calificar la situación o dar consejos; mientras algunos poetas también expresaron el sentir de aquel momento.
Un poema que tuvo varias versiones fue el titulado “La atracción del abismo”. El 16 de septiembre de 1906, Manuel Serafín Pichardo lo publicó con una dedicatoria a Enrique José Varona. Era el momento álgido del conflicto, cuando se perfilaba la intervención estadounidense y el escritor mostraba su alarma y pesadumbre, así como alertaba ante las consecuencias de esa situación:
(…)
−¿Otra vez en la guerra? ¿Nuevamente cubano?
¿Y ahora, enfurecidos, hermano contra hermano?
(…)
¿Hasta cuándo, justicia? Libertad ¿hasta cuando
La paloma latina ha de volar sangrando?
−Hasta que Sam, gigante, que es hábil cazador,
De un disparo le quite la vida y el honor.[1]
La publicación satírica La Política Cómica de 23 de septiembre mostraba el pesimismo que la situación generó en parte de los cubanos a través de la parodia “La atracción de la tajada”, que comenzaba aludiendo a la corrupción desde el poder: “Se fue del tío Sam la interventora grey/ y entonces los cubiches pegáronse al mamey.” Luego decía:
Otra vez por la guerra, los campos son eriales
y hay tiros “moderados” y tiros “liberales”.
‒¿Queréis que á vuestra sombra se eternice la riña,
oh, frutas de la patria, mamey, zapote y piña.
A continuación preguntaba, como Pichardo, hasta cuando, para responder con lo que veía como causa: “¡Hasta que todos juntos se den el atracón/ que brinda del Erario el clásico turrón!”[2] Esta visión de llegar al poder para enriquecerse fue un tema permanente en esa publicación y, en este caso, se proyectaba como causa del enfrentamiento que llevaría a una intervención.
Federico Urbach, simultáneamente, publicó “La visión de las cimas” también dedicado a Varona. El autor hacía una comparación entre la raza latina y la sajona, donde se manifestaba admirador de la segunda:
Cuba, ¡cuán falsa y trágica audaz la rebelión
de las revoluciones te arroja en el turbión!
(…)
Patria, Patria, reacciona! No el bárbaro atavismo
que engendra el delirante vértigo del abismo
Cumpla en ti su nefando y horrible sortilegio:
Del salvador dominio sea tuyo el privilegio:
No las desolaciones, no el espanto y la ruina
¡herencia que deprime nuestra raza latina!
(…)
¡Y es el remo del águila, es la sajona raza
quien el rencor redime, quien el odio amordaza,
y quien la herida aleve que á la piedad se infringe
con bálsamo inefable de perdones restringe!
La voz de Sam, gigante, es eco de dulzura
que habla de mansedumbre, de vida y de ternura
y pone en nuestras almas, vidente y redentor,
una luz de enseñanza y un perfume de amor.[3]
Sin embargo, esa visión de inferioridad no era compartida por otros. Un poema de Ramón Creagh consideró la necesidad de tener cuidado para evitar alteraciones que hicieran repetir una situación similar. Este autor exaltó los valores del pueblo cubano en su lucha por la independencia en “Pongan asunto paisanos”, y trataba de alertar:
Pensar que el Americano
A Cuba ha de gobernar
Esto se puede evitar
PONGAN ASUNTO PAISANOS.
Creagh invocaba a Céspedes, Martí, Maceo, Guillermón, Flor Crombet como paradigmas de la lucha por la independencia y llamaba a una actitud: “Yo creo que el mejor partido/ Que debemos los cubanos/ Es tratarnos como hermanos/ Porque lo exige el deber/ Libres debemos de ser/ PONGAN ASUNTO CUBANOS.”[4]
La Política Cómica de 27 de octubre de 1907, cuando ya la intervención tenía un año de instaurada, publicó una caricatura titulada “Los candados del pueblo” donde aparecía el personaje de Liborio, como representación del pueblo, apresado entre candados con los nombres de Enmienda Platt y la Intervención. Liborio decía:
Me aprietan estos “candaos”
Y no me puedo “safar”:
¡Si pudiera serruchar
Estos “jierros condenaos”!
El Tío Sam respondía:
El protestar no te vale,
Liborio, aunque grites mucho
¡no te sirve ese serrucho
Contra los candados Yale! [5]
Sin duda, se estaba denunciando la naturaleza de aquella relación de dominio que se había instaurado. El 24 de febrero de 1908 la misma publicación presentaba a Liborio cargando una yuca con letreros de “U.S. Garantías” y el texto:
¡Nos ha dado en la cayuca
el tutor americano!
El pobre Pueblo Cubano
Es… “el bobo de la yuca.”[6]
Poetas y caricaturistas pusieron en versos las inquietudes de aquel momento frente a la intervención norteamericana, mas también mostraron los peligros que significaba para la nación cubana aquel vínculo, como se evidencia en “El pulpo americano” que explica:
De su potencia y ambición ufano
y buscando tan solo su acomodo
poco a poco va el pulpo americano.
cogiéndoselo todo.
Con suavidad e instinto bien certero,
amenaza, complace, ríe, adula
y su rapacidad la disimula
a fuerza de dinero.[7]
[1] El Fígaro, 16 de septiembre de 1906, Año XXII, No. 37, p. 467.
[2] La Política Cómica. 23 de septiembre de 1906, A. 1, No. 39, p. 5.
[3] El Fígaro, 23 de septiembre de 1906, Año XXII, No. 38, p. 480.
[4] La lira criolla. (comp. Regino Boti). s/e, s/f., pp. 71-72.
[5] La Política Cómica. 27 de octubre de 1907, A. II, No. 101. P. 1.
[6] La Política Cómica. 24 de febrero de 1908, A.III, No. 118.
[7] Samuel Feijóo: Crítica lírica. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana 1982, p. 212.