El arte de modelar el barro es una tradición arraigada en Matanzas desde los tiempos de la colonia, ejercicio favorecido por las nobles arcillas extraídas por los esclavos de los lechos y las márgenes de los ríos San Juan y Canímar, que atraviesan la pintoresca urbe del occidente cubano denominada a mediados del pasado siglo como la Atenas de Cuba, por su extraordinario desarrollo cultural; nombre que a todas luces ha perdido debido a la apatía y el desgano.
Durante los últimos años Osmany Betancourt Falcón (Versalles, Matanzas, 1973), por todos conocido como Lolo, uno de los escultores más notables de la ínsula, contribuye con su arte a revertir esa situación, mediante la trascendencia nacional e internacional de su obra.
Hace pocos meses, el joven artífice concibió la creación de una galería al aire libre con piezas tridimensionales ubicadas en la ribera del río San Juan, realizadas por él y por un grupo de creadores locales pertenecientes a su Proyecto San Juan. La solidez del acogedor paseo escultórico resistió, sin daño alguno, los embates del huracán Irma, tras su devastador paso por Matanzas.
Esas piezas le han impregnado sublime espiritualidad a un segmento de la calle Narváez, donde entre las vías Jovellanos y Matanzas, radica el taller-galería de Lolo, instalado en un derruido y vetusto edificio donde hace un siglo habitó el profesor Alberto Tarascó Martínez (Cataluña, España 1891-La Habana, 1952), creador de las primeras escuelas de artes plásticas y de pintura registradas en esa ciudad.
Esta última devino Escuela Provincial de Artes Plásticas, que llevó su nombre. En esa época la calle Narváez se llamaba Eleuterio Tello Lamar —después se nombró Río—. En la casona marcada con el número 27, tras arribar a Cuba en el año 1916, Tarascó estableció su colegio, de gran significación en el desarrollo de las artes plásticas, pues en él estudiaron muchos de los pintores de ese territorio con una obra legitimada en la primera mitad del pasado siglo.
Tales particulares le adjudican relevancia histórica a la edificación, una de las fundacionales de la localidad y que Lolo salvó de mantenerse como repulsivo basurero, en tanto quiso homenajear el legado del profesor catalán en aquel sitio ubicado en la Manzana de Oro de Matanzas.
Aledaño a este, desde el 3 de marzo de 1941, radica la Escuela Provincial de Arte, cuyos educandos realizan prácticas en el área que el talentoso artífice comparte con el maestro Manuel Hernández —ambos premios provinciales de artes plásticas— y el joven Dariel Lozano Pérez.
Ellos anhelan reconstruir el inmueble y crear en este espacios para exposiciones y conferencias. Hoy es uno de los lugares más frecuentados por los matanceros y por el turismo nacional e internacional.
También reconocido por sus esculturas en bronce y resinas, el uso de colores (óleos), lienzos y otras técnicas mixtas, la obra de Lolo ha recibido palmas en otros eventos internacionales como la Bienal de La Habana, en cuya penúltima edición presentó su enigmática pieza titulada La Comparsa, la cual acaparó la atención del público en la Fortaleza de la Cabaña; suerte que igualmente tuvieron sus trabajos en el Evento Internacional de Cerámica de Oveiro, Portugal; así como en la Muestra de Arte Cubano en Orleáns, Francia, y sus exposiciones llevadas a cuatro salas diferentes de Panamá en el año 1997.
En las obras tridimensionales de Lolo el espectador se enfrenta a un arte reflexivo, eminentemente conceptual, a través del cual el placer y el pensamiento se conjugan en una especie de exorcismo del que emanan disímiles conclusiones relacionadas con la vida contemporánea. Sus discursos plásticos establecen diálogos que nos identifican, valoran y juzgan.
De ahí que su obra se inserte dentro del arte escultórico de vanguardia y no dentro de la artesanía artística, aunque a modo de “descarga” de sus manos también han emergido infinidad de obras premiadas en importantes concursos, como las bienales de Cerámica Amelia Peláez y Arte del Fuego; los salones Roberto Diago, y de La Vasija, respectivamente.
Su creación es simbólica y enigmática. Si bien La Comparsa marcó una significativa señal dentro de la producción iconográfica de este maestro, en general sus esculturas e instalaciones evocan lo doméstico y lo popular para acuñar un estilo en el que los pañuelos de cabeza, las cazuelas, las jabas y otros artículos presentes en la cotidianidad de los cubanos, devienen referentes existencialistas dentro de complejas narraciones entretejidas mediante una técnica impecable y precisa. Lolo doblega el barro, lo conjura y lo pone en función de su ideario estético, del que emanan inconcebibles personajes y anécdotas que establecen mística interconexión entre el arte clásico del Renacimiento y la modernidad.
Pero Osmani no siempre fue conocido como Lolo, ese apodo lo recibió durante la infancia, en tiempos en que cursaba estudios de primaria en Jagüey Grande. Aquel chico con pretensiones artísticas a la postre se graduó en la Escuela Vocacional de Artes Plásticas de Matanzas y luego en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de La Habana (1992), como escultor y dibujante; para prontamente trascender con el singular apelativo que hoy lo identifica en todo el archipiélago y más allá de nuestras fronteras.
Su obra se atesora en el Museo Nacional de la Cerámica; en la Casa Taller Pedro Pablo Oliva, y en otras numerosas colecciones privadas e institucionales de Cuba, España, Italia, México, Panamá, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Holanda y Francia. Es nuestro Lolo, artífice mayor, cuya valiosa obra quisiéramos disfrutar con mayor frecuencia en las galerías de la capital.