Así lo califica Ramón Pez Ferro, su compañero desde los días intensos del 26 de julio de 1953, y quien se desempeñara como su jefe de Despacho y ayudante por varios años.
“Para mí, Almeida constituyó un ejemplo significativo. Contribuyó a hacer de mí una mejor persona, un mejor trabajador, y algo muy importante, me hizo más revolucionario”, destacó Pez Ferro.
Ramón Pérez Ferro, integrante del destacamento que, lidereado por Fidel, asaltó el cuartel Moncada, estuvo junto a Juan Almeida Bosque aquella noche previa al 26 de julio de 1953 en la Granjita Siboney, en Santiago de Cuba, cuando la tensión hacía revolotear el pensamiento de esos jóvenes ante el llamado de la patria, el recuerdo de sus seres queridos y la posibilidad real de morir en la empresa que se avecinaba.
Un hombre especial
Ante mí Ramón Pez Ferro, único sobreviviente de quienes combatieron ese día glorioso en el hospital Saturnino Lora. Sus palabras parecen fáciles al hablar del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, fallecido un día como hoy del año 2009. “Mi primer recuerdo de Almeida es en la prisión de Boniato, tras los sucesos del Moncada; éramos hermanos de ideales, pero en la prisión establecimos una gran afinidad, por su forma de ser y de tratar a los compañeros, por su carácter.
“En el caso mío no había pruebas concretas en contra y los compañeros llegaron a la conclusión de que en libertad sería más necesario. Salí absuelto”, refiere Pez Ferro, hoy con 83 años, pero entonces entre los más jóvenes asaltantes, tan bisoño que escapó de la soldadesca batistiana haciéndose pasar por nieto de un viejo ingresado en el Saturnino Lora.
“Mi figura no me delataba; pues yo no parecía tener más de 14 o 15 años y podía pasar perfectamente como nieto de aquel anciano venerable”, asegura. Las circunstancias que le tocó vivir entre esa fecha y el triunfo revolucionario no le permitieron a Pez Ferro contacto directo con Almeida, pero luego de enero de 1959 se restableció la relación. “Un buen día me encontraba junto a otros asaltantes impartiendo conferencias por Camagüey donde coincidimos casualmente. Allí surgió la idea de que yo trabajara con él.
“¡Imagínese usted! Para mí aquello fue un honor extraordinario. Fui su jefe de Despacho en momentos en que él se iniciaba como delegado del Buró Político del Partido para el sector de la Construcción. En ese puesto estuve entre 1968 y 1970. Tras la zafra del 70 lo designan delegado del Buró Político para la provincia de Oriente y lo acompaño en esa tarea. “Con él estuve hasta 1973, cuando me designan embajador de Cuba en Jamaica, y a mi regreso, a finales de 1979, vuelvo como su ayudante. Ya se desempeñaba como vicepresidente del Consejo de Estado y al frente de la Comisión de Control y Revisión del Comité Central del Partido.
“Almeida era un hombre muy especial, no tengo otro calificativo para hablar de él. Exigente, pero al mismo tiempo, una persona afable, con una entrega total al trabajo. “Modesto, sencillo, pero profundo y recto en sus relaciones, tanto con las personas en general, como con sus colaboradores. Cuando digo recto, pienso en un hombre intransigente, quien nos exigía a todos nosotros que también teníamos que serlo.
“Era de un espíritu humanitario, sensible a los problemas de la población. Muy receptivo a las cartas de cualquier persona, y mucho más si percibía algún atisbo de injusticia. Ante eso reaccionaba en forma muy dinámica en la solución. “Siempre repetía que los dirigentes estaban obligados a atender personalmente los problemas más importantes, pero al mismo tiempo no descuidar en lo más mínimo aquellas cosas que parecían sencillas, pero que provenían de la población. “A la oficina llegaban muchas cartas de pobladores de todo el país planteándole problemas y dificultades.
Nunca olvidaré la misiva de una mujer que le exponía una difícil situación con su familia. Enseguida Almeida la mandó a buscar y contribuyó con la solución del asunto. “Con nosotros era quizás más exigente, inflexible ante cualquier conducta que no se ajustara con lo que tenía que ser. Incluso hubo casos de sustitución de algún colaborador por esa razón. “Siempre le observé una gran preocupación y ocupación por su familia, pero además por sus amigos y más cercanos compañeros. Presto siempre a apoyar en lo que estuviera a su alcance. “Almeida no era tomador, aunque quizás algún día se tomaba un trago. Eso sí, fumaba mucho cigarro.
Le gustaba compartir socialmente, pero moderadamente. Muy correcto y respetuoso de las reglas de convivencia. “Si tenía algún hobby era la música. Recuerdo muchos viajes que hicimos juntos y en su carro siempre iba oyendo música, sobre todo su música. No cantaba”. Pez Ferro, hoy jubilado, habla de su compañero y jefe con la seguridad de no equivocar término ni adjetivo. Pareció siempre con la palabra exacta y en todo momento prevaleció el respeto, la mayor consideración. “Para mí, Almeida constituyó un ejemplo significativo y contribuyó a hacer de mí una mejor persona, un mejor trabajador, y algo muy importante, me hizo más revolucionario”.