La vida le cercenó la memoria, pero le dejó resquicios por donde se vislumbraba la huella de quién fue. Así lo recuerdo, ya casi sin lucidez, pero rememorando sus días de gloria y particularmente diciéndome que aún tenía la camisa sudada.
Ramón Clavelo Cabrera, hombre del tamaño de los gigantes no solo por su estatura sino por su entrega, falleció en Villa Clara. Siempre me relacionó, incluso en medio de su ancianidad, con aquella crónica que le escribí cuando le otorgaron (2001), el Título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, en la que lo caracterizo como hombre que estaba de sol a sol junto al cañaveral transpirando su propia humedad.
Decía que a la acción mambisa del 95 había que igualarse, por eso cuando decidió crear la brigada cañera que comandó la llamó Batalla de Mal Tiempo, en honor a la acción mambisa y convirtió a su tropa, perteneciente al Sindicato Nacional de Trabajadores del Comercio, la Gastronomía y los Servicios, en guerrera.
Otra vez el machete sería el instrumento para limpiar la espesura de los campos, incluso de marabú, y despertar las madrugadas… Así el colectivo se erigió como uno de los más destacadas e insignes del país, millonario durante varias décadas.
Fue un hombre de inteligencia natural, cubano integro, de los que tenía el refrán exacto para cada ocasión, de los que lograba hacer una jarana ante la más incómodas e insospechadas situaciones, de los que encontró siempre en las dificultades la posibilidad de empinarse pero siempre sudando la camisa.
Clavelo no se ha ido, quedará eternamente entre quienes le han querido y admirado y su sonrisa franca será estímulo para no dejar que se seque su camisa, esa sin duda aún huele a yerba verde, guarapo fresco y caña llegada al basculador.