En menos de dos siglos, lo que media entre el invento de la fotografía hasta los tiempos que corren (afianzamiento del ámbito virtual), el mundo revolucionó todos los conceptos de preservación de la memoria. Los hitos anteriores, la creación de la escritura y la invención de la imprenta, estuvieron separados por milenios. Y eso tomando en cuenta que la democratización de los libros fue un fenómeno bastante reciente.
Pero en un puñado de años (¿qué es una centuria en esta larguísima sucesión protagonizada por el hombre?), vimos el “nacimiento” del cine, la radio, la televisión e Internet. La manera de contar, de “dejar constancia” cambió sensiblemente. La crónica universal pudo ser mucho más fidedigna, gracias a que no estaba sustentada solo en la palabra (tu palabra contra la mía, uno de los grandes conflictos de la humanidad), sino también por sonidos e imágenes.
Hoy por hoy es perfectamente posible recrear los acontecimientos del pasado remoto, pero es difícil reflejarlos con absoluta certeza: nos falta el referente visual exacto. La pintura, la escultura, la arquitectura, el patrimonio arqueológico… son testigos parciales. Pero la posibilidad de “atrapar” la imagen y el sonido ha ofrecido el más contundente documento.
En Cuba se ha perdido buena parte del patrimonio audiovisual. Miles de fotografías, archivos sonoros, bastantes metros de películas, kinescopios, grabaciones en video…
Del cine que se hizo antes de 1959, particularmente del cine silente, no queda mucho. Es cierto que no solían ser filmaciones de gran vuelo estético, pero hubieran sido un testimonio revelador.
No hay remedio
El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) y la Cinemateca de Cuba han realizado (y realizan) una labor loable de preservación y conservación del patrimonio fílmico, de antes y durante la Revolución. No es un empeño sencillo: proteger ese legado implica en ocasiones costosos procesos, varios de los cuales no se pueden ejecutar en el país.
Pero puede afirmarse sin asomo de dudas: al menos la mayor parte del cine de la Revolución, películas de ficción y documentales, está salvada. Lástima que no se pueda decir lo mismo de la televisión.
Los cambios de tecnologías implicaron rupturas demasiado profundas. Por falta de previsión, de sensibilidad, por negligencia y también por dificultades con los recursos se echaron a perder archivos: dramatizados, animados, documentales, reportajes…
Quizás no había conciencia suficiente de la importancia de ese material para documentar nuestra historia reciente. Quizás se creyó que no era posible rescatar lo que quedaba técnicamente obsoleto.
Vivimos, ahora mismo, en medio de una avalancha de información… hasta el punto que por exceso se llega a la más rampante desinformación. Más que nunca hace falta jerarquizar, encontrar “hilos” para guiarnos en el laberinto.
Los referentes son imprescindibles: mirar al pasado para comprender mejor el presente. La radio y la televisión son testimonios privilegiados de nuestro devenir. Atesorar esa memoria es una deuda permanente con los que vendrán detrás de nosotros.