Inmediatamente la recién nacida organización fue objeto de la más brutal represión por parte del Gobierno oligárquico y proimperialista de Gerardo Machado, quien desató un proceso judicial contra los comunistas, causante del encarcelamiento de algunos y la deportación de otros, como sucedió con el electo primer secretario general del Partido, el maestro José Miguel Pérez. Similar suerte corrieron líderes obreros y personalidades progresistas y democráticas.
Durante décadas ser comunista atraía el odio de las clases dominantes y del imperialismo, significaba exponerse a la difamación y a las persecuciones, a la expulsión del trabajo, la cárcel, las torturas y a la muerte. Sin embargo, aquellos militantes se ganaron el respeto y la admiración de los humildes, que vieron en ellos a sus resueltos defensores, como ocurrió con Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, José María Pérez y tantos otros.
Sin embargo, ese Partido no podía ser el protagonista de la nueva Revolución necesaria, su conducción la tuvieron que asumir otros hombres que se habían acercado al pensamiento marxista- leninista, nuevos comunistas, como los calificó Fidel, porque no eran conocidos como tales y no tuvieron que padecer en el seno de aquella sociedad llena de prejuicios y de represión el terrible aislamiento y la exclusión que padecían los abnegados combatientes del Primer Partido Comunista, que ya por entonces se denominaba Partido Socialista Popular (PSP).
En el curso de la lucha insurreccional, encabezada por Fidel, se produjo un acercamiento entre las organizaciones que se sumaron decididamente a ella, y después de la victoria las direcciones del Movimiento 26 de Julio, el PSP y el Directorio Revolucionario, acordaron disolverse e integrarse en una sola.
Blas Roca, quien había dirigido el Partido durante más de dos décadas, afirmó que cuando le correspondió entregarle su dirección a Fidel “él ya era el líder indiscutible de la Revolución y del pueblo. Su acción en el Moncada, su autodefensa en el juicio, su viaje en el Granma para iniciar la guerra de liberación, le habían dado un lugar en la historia. No era entonces yo el que le entregaba la dirección a Fidel. Fui un simple portador de lo que ya la historia le había entregado”.
Surgió más tarde el denominado Partido Unido de la Revolución Socialista, un gran paso de avance, pero la organización debía proponerse metas superiores y lo destacó en el acto de presentación del Comité Central, el 3 de octubre de 1965: era necesario que dijera “no lo que fuimos ayer, sino lo que somos hoy y lo que seremos mañana”.
Y se produjo entonces un momento muy emotivo cuando el jefe de la Revolución comenzó a pedir propuestas a los asistentes para denominarlo. Varios sugirieron: ¡Partido Comunista de Cuba!, y Fidel afirmó: “¡Ese es el nombre!”
En numerosas oportunidades se refirió a su importancia y trascendencia. Vale recordar por su vigencia la forma en que lo definió en el Primer Congreso: “El Partido lo resume todo. En él se sintetizan los sueños de todos los revolucionarios a lo largo de nuestra historia; en él se concretan las ideas, los principios y la fuerza de la Revolución, en él desaparecen nuestros individualismos y aprendemos a pensar en términos de colectividad; él es nuestro educador, nuestro maestro, maestro guía y nuestra conciencia vigilante, cuando nosotros mismos no somos capaces de ver nuestros errores, nuestros defectos y nuestras limitaciones; en él nos sumamos todos y entre todos hacemos de cada uno de nosotros un soldado espartano de la más justa de las causas y de todos juntos un gigante invencible”.
Y agregó: “El Partido es hoy el alma de la Revolución Cubana”. Cuando aun no se había producido la desaparición física del Comandante en Jefe, Raúl destacó otra gran misión del Partido que cobra especial trascendencia en estos tiempos, al señalar que únicamente el Partido Comunista puede ser el digno heredero de la confianza depositada por el pueblo en su líder.
En el Partido y en cada uno de sus militantes descansa por tanto la responsabilidad de llevar adelante el legado de quien fue su primer secretario y el único Comandante en Jefe de la Revolución cubana, y de garantizar esa marcha indetenible del pueblo de la que habló Fidel en su última intervención pública en el VII Congreso.