Es difícil imaginar que pudo haber sucedido todo en menos de 10 segundos. Que aunque millones de personas lo empujaban por su carrilera no ganó él. Es difícil contarle al amigo la carrera más esperada del mundial y quizás de la historia del atletismo, y convencerlo de que no estás mintiendo al decirle: Usain Bolt no ganó.
El jamaicano se despidió de las competencias individuales del deporte rey con bronce en 100 metros del campeonato mundial, aunque para los miles de espectadores y televidentes el vencedor, la atracción y la simpatía no era el estadounidense Justin Gatlin —campeón por fin en la era Bolt—, sino el Relámpago, el que flechó a más de uno por su carisma, la sonrisa permanente y una perfección casi mística por casi una década.
Bolt es Jamaica. Jamaica es Bolt. Gracias a él, Kingston ha sido noticia más importante que Washington, Londres, Moscú, Berlín, Tokío, Otawa, Beijing, París o Roma cuando de atletismo se habla. Y si alguien lo duda, basta con recordarle los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016, o las citas universales del 2009, 2011, 2013 y 2015.
Bolt es un ícono no solo por ser el humano más rápido en 100 y 200 metros, sino por hacerlo de la manera que lo hizo, a veces volando, otras flotando y en no pocas desafiando a la ciencia y las predicciones. El récord de 9.58 segundos es la barrera más alta en la era moderna de cualquier habitante del planeta Tierra, con una velocidad media de 10,44 metros por segundos o 37,58 kilómetros por hora.
El reggae de este corredor es tan universal como el de Bob Marley. Baila, se divierte, canta y hasta el arco que sus manos inmortalizaron en cada arrancada se extrañará en lo adelante. Bolt no será más aplaudido en los bloques cuatro, cinco o seis, el invitado de cada fiesta atlética, el motivo de una entrevista que persigue cada periodista o el selfie imperdonable para sus fanáticos.
Se va con la medalla que no quería nadie. Hubiéramos deseado un poco de aire en contra en las carrileras de Gatlin y Coleman para que Bolt entrara triunfante y eufórico. El retardo en la arrancada no pudo corregirlo con sus zancadas de lince, como tampoco tuvo la fuerza suficiente para el repunte en los últimos 40 metros o el remate felino que tantas veces nos hechizó.
Pero la despedida de Bolt llegó más tarde. Después de haber pasado la meta y ver los resultados en la pizarra. La reverencia de Gatlin a un dios fue la primera imagen. Los consejos del jamaicano a Coleman la segunda. Luego repitió la rutina de los campeones y recorrió la pista aupado por vítores, aplausos y un gran coro: Usain Bolt, Usain Bolt… Abrazó a familiares, amigos, niños y hasta a más de un londinense que pudo burlar el cordón de seguridad.
Sus palabras al público, rodeadas de silencio y agradecimiento, sellaron para el bólido antillano un nuevo capítulo de su documental mayor. Lo veremos de nuevo en el relevo 4×100 en pos de su duodécima dorada en estas lides. Quizás lo logre y quizás merezca otra crónica. Su grandeza no podrá resumirse nunca en palabras porque Bolt es de todas las palabras la más veloz, la que todos deseáramos repetir siempre, siempre, siempre…
Acerca del autor
Máster en Ciencias de la Comunicación. Director del Periódico Trabajadores desde el 1 de julio del 2024. Editor-jefe de la Redacción Deportiva desde 2007. Ha participado en coberturas periodísticas de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, Juegos Olímpicos, Copa Intercontinental de Béisbol, Clásico Mundial de Béisbol, Campeonatos Mundiales de Judo, entre otras. Profesor del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Cuba.
Señores mis respeto para este grande del atletismo mundial, grande entre los grandes, se merece esa reconocimiento, ahora esperar a ver si dentro de unos años no le sale Doping Dios quiera que no, el deporte se ha vuelto dinero no deporte por eso muchas veces no lo disfrutamos mas.