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Raíz de otros males

Los problemas de la contabilidad parecerían más o menos visibles en dependencia de la temporada. Cuando otras deficiencias gravitan con más fuerza sobre los resultados de nuestra economía, las alarmas contables pasan a un segundo plano, al menos en el discurso y la proyección de quienes deben resolverlas.

Sin embargo, basta hurgar un poquito para descubrir que detrás de algunas de esas angustias más perentorias, la mayoría de las veces están ocultas las desgracias de nuestra contabilidad. Durante los recientes debates en el Parlamento, tanto en sus comisiones permanentes como en el plenario, emergieron no pocos atolladeros actuales, que en su raíz tienen a la contabilidad —o más bien a la falta de contabilidad— como una de sus principales causas.

El pago de salarios sin respaldo productivo es quizás uno de los ejemplos clásicos. Así lo puso en evidencia la Comisión de Asuntos Económicos, cuyos diputados constataron la existencia de errores contables que distorsionan la estructura de los salarios que reciben los trabajadores, supuestamente sobre la base de sus resultados.

Ante registros contables débiles o imprecisos, poca certeza habrá sobre la correcta formación de indicadores, como el gasto de salario por peso de valor agregado bruto, esencial para la toma de decisiones sobre los sistemas de pago por resultados.

Pero el asunto trasciende a las varias decenas de empresas que el país reporta con pagos sin respaldo productivo. El representante de uno de los organismos productivos con más dificultades en este asunto explicaba a los diputados que ya en este 2017 dejaron de pagar unos 120 millones de pesos en salario, entre otras razones por insuficiencias a la hora de certificar la contabilidad.

En uno de esos valiosos apartes durante los recesos parlamentarios tuve incluso la oportunidad de preguntarle sobre el tema a la compañera Gladys Bejerano Portela, contralora general de la República. Sobre ello me confirmó la persistencia en el país de las dificultades en materia contable, como raíz de no pocos males. La contralora puso como ejemplo el escabroso asunto del descontrol, desvío y robo del combustible, muchas veces indetectable en los —¿amañados?, ¿permisivos?— registros contables.

La contabilidad parece también estar en buena medida involucrada en la emergente crisis de los inventarios en exceso que ahora parece tener en vilo a la economía nacional, con más de 23 mil millones de pesos al cierre del 2016, y según la información del ministro de Economía y Planificación al Parlamento, con un incremento en abril último de 370 millones de pesos respecto al mes anterior.

“La disciplina informativa continúa siendo un problema para confiar en los resultados que se ofrecen, a partir de que no en todos los períodos se ha captado igual la muestra”, apuntó el titular.

Por otra parte, no me voy a extender en las consecuencias de los sinsabores en la contabilidad presupuestaria o gubernamental, ni en los análisis muy críticos alrededor del ambiente laboral en los órganos globales de la economía y la fluctuación de su fuerza de trabajo, la misma que debe garantizar, entre otras tareas esenciales, la fiabilidad de ingresos y gastos de las arcas estatales, y su correcta ejecución en los territorios.

Si aplicáramos cualquiera de las famosas técnicas y diagramas que ahora tanto estudiamos en cursos de Administración Pública o Dirección Empresarial, está claro que hay una relación causa-efecto entre la contabilidad y otras angustias que resultan en gran medida daños colaterales.

Tal vez si probáramos a concentrar esfuerzos y recursos para intentar romper esta amplia cadena de entuertos económicos y financieros mediante un análisis y medidas permanentes que resuelvan definitivamente el descontrol contable, daríamos un paso cualitativo crucial con un notorio impacto en la economía cubana.

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