En la tarde del 30 de junio de 1957, desde General Banderas N.º 313, casa donde residía Ángeles Montes de Oca, la tía Angelita, con sus hijas Belkis, Elsa y Gloria Casañas, los combatientes revolucionarios Josué País García y Floro Bistel Somodevilla escuchaban por la radio las palabras de elementos batistianos que intervenían en un mitin, en el Parque Céspedes. Con ese acto, Anselmo Alliegro Milá, Presidente del Senado de la República, y Rolando Masferrer Rojas, jefe de la banda de asesinos conocida como los “tigres”, pretendían mostrar a Santiago de Cuba como una ciudad en calma.
Los jóvenes, a quienes poco después se unió Salvador Pascual Salcedo, esperaban ansiosos el estallido de una bomba casera previamente colocada debajo de la tribuna. Ignoraban que la tarde anterior los bomberos habían regado agua para limpiar el lugar, y el artefacto quedó desactivado.
Revolucionario convencido
Para entonces Josué, nacido el 28 de diciembre de 1937 en Santiago de Cuba, integraba las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, del cual su hermano Frank fungía como jefe nacional de acción; antes estuvo en Acción Revolucionaria Oriental (Aro), organizada por este último, devenida Acción Nacional Revolucionaria (ANR) . Asimismo, participaba activamente en las acciones del Bloque Estudiantil Martiano, que reunía a los alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza y de las escuelas Profesional de Comercio, Normal para Maestros, de Artes y Oficios, Normal de Kindergarten, y del Hogar.
Respuesta a un insolente reto
En el citado mitin, uno de los oradores lanzó un insolente reto: ”¡Salgan ahora de sus cuevas, cobardes…!”, al cual Josué, Floro y Salvador se dispusieron a dar cabal respuesta. Se apoderaron de un auto de alquiler, cuyo propietario lo circuló de inmediato, y se lanzaron a demostrar que en lugar de total calma, en Santiago reinaba la efervescencia revolucionaria.
En la avenida Martí sostuvieron un primer encuentro con un carro patrullero; al llegar a Crombet , otro vehículo similar les cerró el paso y le hicieron frente, pero sus ocupantes, superiores en número y mejor armados, los mataron. Floro y Pascual tenían 23 años de edad; Josué, 19. Este, de carácter fuerte, alegre y combativo, se caracterizaba por estar dotado de una inteligencia natural; era, además, intransigente y de elevado espíritu patriótico.
Walfrido Álvarez Alemán, quien era segundo jefe de un grupo de acción y sabotaje encabezado por su hermano José Álvarez Alemán, Nene, aunque no estuvo muy relacionado con Josué “sí lo veía con frecuencia cuando este asistía con Frank a reuniones de los jefes de grupos que se daban en mi casa”.
Indica que los responsabilizados con la acción del 30 de junio eran Josué, Floro y Salvador, y a los restantes grupos se les informó lo que sucedería, pero la orden era solo salir a apoyar si surgía alguna situación especial.
Precisa que “aunque callado, ante una situación determinada Josué era muy impulsivo, temerario. Conocíamos sus características por nuestras conversaciones con Frank, quien era su antítesis, pues a pesar de su gran responsabilidad siempre se mantenía ecuánime, reposado”.
Lo define como muy valiente, y recuerda una ocasión en que se hizo “una acción fuerte en Santiago, en la cual Frank participó, y con las armas utilizadas le dijo: ‘Vamos para mi casa’. Le indiqué que lo irían a buscar y me respondió: ‘No te preocupes’. Cuando llegamos Josué estaba esperando en la puerta. Frank guardó las armas y los dos se metieron en un tanque de agua, en el techo. Enseguida los esbirros fueron a registrar y, por supuesto, no encontraron nada. Cuando estos se marcharon, ellos bajaron y se acostaron”.
Casi un niño en edad, Josué País García ocupa un lugar en la larga lista de jóvenes inmolados en la búsqueda de un futuro digno para la patria.