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El Che dos décadas después de su regreso sigue emocionando

Diez días tuvo de prórroga el equipo de trabajo que buscó, halló e identificó los restos del Che y sus compañeros de guerrilla para localizar las osamentas, de no descubrirlas había que terminar la misión. Parecía que el esfuerzo de casi dos años se iría por tierra a pesar de estar a punto de ubicar a los cadáveres de los guerrilleros. Tal parece que el Che con su espíritu de vencedor se movió hacia ellos. Tal parece que el Che quería que fueran los cubanos quienes lo reencontraran.

Veinte años después de haber descubierto la tumba en sombras del Che y de sus compañeros de guerrilla en la pista del aeropuerto de Valle Grande, el 28 de junio de 1997, Jorge González  y María del Carmen Ariet, revivieron los avatares e incertidumbres de aquellos días, detallaron los pasos dados en la investigación para llegar al final de la verdad histórica, escondida en una fosa común de Bolivia tres décadas antes, para por fin, poder tener de vuelta al Destacamento de Refuerzo.

En sus palabras se dibujó el entorno agreste en que vivió la guerrilla y que según la investigadora “aquieta el alma”.También  describieron lo difícil del cerco en el que se vio envuelto el Che por ser, hasta sus últimas horas consecuente y fiel, sus más entrañables virtudes, pues creyó que habían sobrevivientes en el grupo de Vilo Acuna y pretendió recuperarlos.

Esta  historia, una de las páginas imborrables y trascendentes de América Latina, no había sido concluida. Existieron más de 88 versiones de lo acontecido con la muerte y enterramiento del Che. María del Carmen tenía la tarea de indagar y lo hizo hasta la precisión y el detalle.

La publicación, por el periodista  norteamericano Jon Lee Anderson el 25 de noviembre de 1995,  de que el general retirado Mario Vargas Salinas reconocía que el Che no había sido incinerado, que estaba enterrado en Valle Grande, información compartida con la investigadora cubana, abría las puertas para profundizar en los acontecimientos.

No se tuvo acceso a los archivos del Ejercito Boliviano, ni se pudieron consultar los documentos militares porque estos fueron considerados botín de guerra. De tal manera hubo que diseñar una investigación con cautela, minuciosa, auténticamente cubana. Se partió de un ordenamiento sistemático de los hechos a partir de fuentes pasivas y a su vez utilizan entrevistas a expertos, testigos, protagonistas, personas relacionadas con los que intervinieron en los sucesos que podían suministrar información.

Fueron más de mil entrevistados, se recopilaban los datos extraídos en el trabajo de campo, se fueron nutriendo de cualquier variante para posteriormente reducir los espacios, realizar la aproximación de los lugares donde fueron enterrados los combatientes. Fueron treinta y seis los guerrilleros caídos;  existía la certeza de que veintitrés  estaban enterrados en Valle Grande, trece en otras zonas, pero el propósito era encontrarlos a todos.

Según rememora la doctora María del Carmen cada cual daba una versión. “Unas  historias eran ciertas,  otras a medias, pero aportaron detalles, muchas narraciones fueron creadas desde el imaginario popular y algunas bajo la presión por interrumpir la búsqueda.  Cotejar los datos, contrastar fuentes, además de tener en cuenta el componente cultural y la filosofía del boliviano era el reto mayor para llegar a la verdad”, afirmó.

“Fue duro escuchar de voz de los propios asesinos cómo habían matado a los combatientes, fue muy difícil compartir con ellos, conocer del ensañamiento, la alevosía, la crueldad con que los trataron”, explicó, y en su voz  está la profesional que supo sobreponer la ciencia a los sentimientos, quien con cautela y respeto se ganó la confianza de los entrevistados, muchos de ellos pobladores y militares.

El doctor Jorge  González, quien estuvo al frente de  la Operación Tributo, en la que se identificaron más de  dos mil cubanos que habían muerto en las luchas en África, esta vez representó a los familiares de los combatientes.

Para él la investigación histórica fue vital y decisiva. “Por ejemplo  Rolando -Eliseo Reyes, Capitán San Luís-, no se encontraba, casi se decide dar un cierre técnico, no obstante la insistencia de  Maria de Carmen evita la decisión y se siguen otras versiones hasta llegar a un segundo enterramiento”.

“Volvimos a uno de esos entrevistados que finalmente al  interrogársele dijo: “El “muertecito” que ustedes están buscando está a un kilómetro de aquí”. Al llegar al lugar observamos un montículo de piedra con una cruz, el antropólogo Roberto Soto que tiene una vista  excepcional y habilidad especial para analizar los huesos  al revelar  los restos exclamó: “Es chiquitico y tiene una herida en una costilla”, comentó emocionada María del Carmen  y confiesa que expresó: ¡Qué bueno que es chiquito! Luego Aleida March recordó que en la batalla de Santa Clara el capitán San Luís recibió un tiro sedal en una costilla.

“El caso de Carlos Coello -Tuma- fue complicado. Los mapas no contemplan todos los accidentes del relieve, se sabía por el diario del Che cual era el río, pero no coincidía.  Leonardo Tamayo- Urbano-, sobreviviente de la guerrilla, recordó que poseía árboles jorobados. Habían pasado treinta años, la geografía ya no era la misma, el suelo había aumentado, por los deslaves montañosos, más de dos metros”, reconoció.

“Entre el primer lugar donde empezamos a investigar y donde se encuentra hay 25 kilómetros. El campesino que vivía en la finca reveló que cuando compró la hacienda los árboles eran torcidos pero los desbrozó, al excavar y llegar al final las raíces tenían esa figura. Eso evidenció que cualquier detalle era imprescindible”, señaló.

Jorge González precisó  en los primeros momentos en que hubo que confeccionar con premura las fichas de identificación, más tarde los estudios básicos del suelo, la prospección geofísica, y específicamente reconocer dentro de la pista del aeropuerto de Valle Grande el lugar en que un buldózer de la época pudo abrir la zanja. “Las versiones de testigos indicaba que los restos estarían  en una zona  entre  cuatro metros de ancho, cuatro de profundidad y un desplazamiento de diez metros”, especificó.

Así el 28 de junio, contra reloj, en medio de las excavaciones este hombre ve un radio, Soto, el antropólogo, un cubito… Luego otros, y  casi  la certeza de que eran ellos.

Epílogo

Durante el coloquio estos investigadores sostuvieron un encuentro con jóvenes, profesores, médicos y dirigentes de la provincia de Villa Clara como parte de las actividades por el 50 aniversario de la caída del Che. Contó con la presencia de Julio Lima Corzo, primer secretario del PCC en Villa Clara y Alberto López y presidente del gobierno en el territorio.

Al concluir  los investigadores realizaron confesiones personales:

“Fue un honor de haber sido seleccionados para participar en un hecho tan trascendente que ha marcado cada una de nuestras  vidas” puntualizó ella.

“Sentí un gran alivio por cumplir lo encomendado, fue un momento de mucha tensión, se tenía a los guerrilleros, se les cuidó como si estuvieran vivos, de hecho ellos están vivos para nosotros. La realidad de ese momento superó las expectativas que  me había imaginado, solo  ante la repercusión internacional supe lo que  significó haber encontrado héroes”, declaró.

“El Memorial veinte años después me sigue cambiando todo dentro de mí, me produce una sensación rara, estuve en la tumba donde estuvieron enterrados treinta años, viví la excavación, la morgue,  estuve con ellos en el avión de regreso, pero acudí con mi familia a la cola interminable de pueblo  que asistió al tributo en La Plaza, quería sentir igual que el pueblo, aquí en el recinto que los inmortalizó, siempre me vuelvo a conmover”, comentó visiblemente emocionado.

 

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