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Ramiro Guerra tiene mucho que decir

Ramiro Guerra recibió el Premio Nacional de la Danza en el 2000. Foto: Yuris Nórido

 

Desde el piso 14 del edificio de Infanta y Manglar, en La Habana, Ramiro Guerra mira la ciudad todas las mañanas. “Yo a veces me siento preso aquí arriba, me aburro mucho, me gustaría poder bajar, ir a conversar con la gente, ir a los teatros; todavía tengo mucho que decir… pero qué le voy a hacer, tengo el carro roto y ya no puedo ir caminando a ningún lado”.

Sentado en su sala, rodeado de fotos y reconocimientos, el pionero de la danza moderna en este país, el fundador de Danza Contemporánea de Cuba (en aquellos años, Danza Nacional) evoca momentos felices y otros no tanto.

“Yo empecé tarde a estudiar danza, pero aproveché muy bien el tiempo. Tuve excelentes maestros en los Estados Unidos (entre ellos, la gran Martha Graham), y cuando regresé a Cuba, partí de ese conocimiento para crear una danza auténticamente cubana, que bebiera de nuestra tradición”.

Eran años de efervescencia esos primeros de la Revolución. Años fundacionales. “Yo antes había tenido grupitos más o menos inestables. Pero allí en el Teatro Nacional pudimos comenzar en serio. No te creas que fue fácil, al principio había que bailar sobre el piso duro, el tabloncillo llegó después. Tuve que imponer una disciplina, porque ya tú sabes cómo somos”.

Surgieron ahí creaciones imprescindibles, clásicos de la danza cubana. Suite Yoruba (1960), por ejemplo. “Yo ahora mismo no puedo explicarme de dónde salió ese interés por ir a los focos folclóricos. Pero fui y después, en los salones, fue surgiendo la coreografía. Hay una película maravillosa que hizo José Massip sobre ese proceso. Por cierto, no la tengo. A ver si alguien me la trae.

“No me olvido de nada. Ni de las cosas buenas ni de las malas. ¿Tú sabes que a mí no me dejaron estrenar la que yo creo que es mi obra más importante, El decálogo del Apocalipsis (1971)? Eran años duros, de muchos prejuicios. Y aquel era un trabajo muy serio, renovador, muy fuerte para algunos”.

Pero el maestro no se regodea en frustraciones. “Tuve muchos alumnos, y mi relación con ellos es compleja, de amor y odio, pero creo que dejé una huella. En todas esas compañías está la semilla de Ramiro Guerra”.

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