Los artífices norteamericanos de la llamada primavera árabe no concibieron en sus pronósticos sobre el rápido derrocamiento del Gobierno de Bashar Al Assad, en el año 2011, que Siria pudiera mantenerse en pie después de 6 años de estar enfrentando una guerra genocida, sustentada por Estados Unidos y sus aliados europeos, árabes e israelíes.
Desde sus inicios, esta conjura foránea ha ofrecido un respaldo taimado a algunas de las organizaciones terroristas y mercenarias participantes como el autoproclamado Estado Islámico (EI), Al Nusra o Al Qaeda. Todas ellas han nacido bajo el patrocinio y la complicidad estadounidense, según reconociera Hillary Clinton, exsecretaria de Estado.
El error de cálculo y la incapacidad de Washington para materializar sus objetivos lo han llevado a incrementar la injerencia política y militar y a encabezar una coalición de países directamente involucrados en las acciones de guerra con el fin de proteger los reductos de los grupos extremistas que están siendo abatidos por el ejército sirio, apoyado por Rusia, Irán y el Hesbollah libanés.
La reconquista total de Alepo, Palmira y otras localidades ocupadas por el EI, Al Nusra o desprendimientos de Al Qaeda, significaron un giro sustancial en el curso de la guerra a favor de Siria, pero esto no estaba previsto por el Pentágono, que ha reaccionado con el recrudecimiento de los ataques aéreos y el suministro de misiles y otros armamentos a las huestes invasoras y subversivas, eufemísticamente denominadas “fuerzas opositoras sirias”.
Entre las últimas acciones de la ilegal “coalición internacional” se inscribe el derribo de un avión sirio (SU-22) por un cazabombardero de Estados Unidos. La aeronave combatía remanentes de los grupos terroristas que han sufrido grandes bajas en la localidad de Al Raqa, por lo cual Damasco ha denunciado la agresión como una flagrante violación de su espacio aéreo y soberanía.
Rusia reaccionó ante el inusitado ataque suspendiendo sus contactos con Estados Unidos en Siria sobre la prevención de accidentes aéreos. El ministerio de Defensa moscovita informó además luego de esta provocación atacará cualquier aeronave o drones de la coalición internacional que sobrevuelen las zonas al oeste del Eúfrates, en las que operan sus efectivos, y que no dudará en usar la fuerza para resguardar la seguridad de sus soldados en Siria.
Paralelo a sus acciones belicistas, Estados Unidos y sus aliados han obstaculizado, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o en reuniones internacionales, la posibilidad de alcanzar el consenso necesario para lograr un cese el fuego permanente e iniciar conversaciones para una paz definitiva, justa y global.
La posibilidad de un descalabro militar de las agrupaciones terroristas que actúan en Siria impulsa a Estados Unidos a intervenir aún más en la guerra que ha promovido y ya ha dejado 500 mil de muertos, cientos de miles de innumerables heridos, cinco millones de refugiados y la parcial devastación de la nación árabe.
Sin duda, esta escalada en espiral agrava la situación que vive el pueblo sirio, aunque la firme resistencia de su ejército, el apoyo popular al Gobierno de Al Assad, y la solidaridad internacionalista, no le han permitido desmembrar a Siria, ni complementar su estrategia de desmantelar la estructura socio-política del Oriente Medio para obtener así el control absoluto de sus vastos recursos petrolíferos.
El latente peligro del agravamiento del conflicto, y la posibilidad de que desemboque en una conflagración internacional, es interpretada como el preludio de una Tercera Guerra Mundial, la cual, según el papa Francisco, se ha iniciado por etapas.
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