Tanta fuerza en el brazo como en la mente tuvieron Antonio Maceo y Ernesto Guevara, a quienes la casualidad los hizo ver la luz, en igual fecha, un 14 de junio, aunque en dos siglos diferentes.
Los ideales los juntaron en una misma causa: la batalla por la libertad de Cuba, tierra natal del primero y nacionalidad que el segundo, oriundo de Argentina, conquistó por sus méritos, al ser declarado por el pueblo agradecido, ciudadano cubano por nacimiento. Y la nueva patria le llamó para siempre como lo rebautizaron sus compañeros de lucha: Che.
Sus vidas tuvieron mucho en común: la disposición de luchar sin dejarse vencer por la adversidad, la genialidad militar nacida al calor de la batalla, y la defensa intransigente de la total independencia de la tierra por la que habían decidido hasta morir si era necesario.
Maceo, como parte del Ejército Libertador; y Che, del Ejército Rebelde, pelearon, primero como soldados, y después oficiales al frente de sus tropas, con muy escasos recursos y padeciendo innumerables vicisitudes contra adversarios poderosos bien entrenados, abundantemente pertrechados y muy superiores en número, y a pesar de ello los enfrentaron con coraje y decisión, con las mismas armas de los enemigos, que les arrebataban en los combates.
Nunca perdieron la fe en el triunfo de la causa revolucionaria, como le sucedió a Maceo ante el Pacto del Zanjón, hecho que representaba la paz sin independencia y sin la abolición de la esclavitud, al que opuso resueltamente la Protesta de Baraguá, que mantuvo en alto la decisión de continuar la lid emancipadora cuando las condiciones lo propiciaran.
De igual modo, después del azaroso desembarco del Granma y en medio de la sorpresa de Alegría de Pío que parecía dar al traste con la empresa libertaria, el médico argentino no vaciló ante la disyuntiva de escoger entre su dedicación a la medicina y su deber de soldado: cuando en pleno combate tuvo delante una mochila llena de medicamentos y una caja de balas que por su peso no podía transportar juntas, se decidió por la caja de balas.
Al fragor de la lucha, Maceo y Che se convirtieron en brillantes jefes guerrilleros capaces de conquistar los más altos grados militares, de protagonizar hazañas como la Invasión y obtener las más sobresalientes victorias.
No le fue dado a Maceo contemplar la victoria que sí pudo ver el Che, quien tuvo la oportunidad de servir al Gobierno Revolucionario y al pueblo en diversas y complejas responsabilidades.
El 7 de diciembre de 1962, en momentos cruciales para el país marcados por la reciente Crisis de Octubre, expresó en el discurso conmemorativo por la muerte de Maceo: “Hemos pasado por la prueba más dura que puede pasar pueblo alguno, hemos estado frente a la destrucción atómica”, y subrayó: “Nuestro pueblo todo fue un Maceo, nuestro pueblo todo estuvo disputándose la primera línea de combate”.
En tal coyuntura, el Che, designado al frente del Ejército Occidental, desde su comandancia en la Cueva de los Portales pasó días y noches recorriendo trincheras, impartiendo instrucciones, visitando los lugares de mayor peligro, dispuesto a inmolarse junto a los cubanos antes que ceder a las amenazas.
Había hecho suya una memorable frase del general mambí que mantiene absoluta vigencia y que citó en aquel discurso: “Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”.
Tempranamente Maceo alertó a sus compatriotas del peligro que representaba para Cuba el poderoso vecino del Norte: “Tampoco espero nada de los americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.
La historia le dio la razón y el Che se convirtió en portavoz del rechazo a la injerencia yanqui cuando aseguró en su Mensaje a los Pueblos del Mundo, a través de la Conferencia Tricontinental: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica”.
La muerte sorprendió al Che en otras tierras en el intento por conquistar la segunda independencia latinoamericana. Fue un acto internacionalista al que aspiró también Maceo, al expresar que cuando Cuba fuese independiente iba a solicitar al Gobierno permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, “pues no me gustaría entregar la espada dejando esclava esa porción de América”.
Y tantas coincidencias entre estos hombres no son casuales, porque se trata de dos titanes de la historia.