Se efectuaba una actividad festiva en la que se premiaban los resultados de la labor destacada en el Ministerio de Industrias que presidía el Che. Era el 14 de marzo de 1964. La entrega de estos estímulos morales era una forma, como destacó el Comandante- Ministro, de señalar a los hombres y mujeres que por su entusiasmo y dedicación al trabajo eran ejemplos para toda la sociedad.
Fueron incluidos en el reconocimiento los directivos y técnicos del Ministerio que habían sobresalido por su actuación y los especialistas extranjeros que habían contribuido con sus aportes a la construcción del socialismo en Cuba.
El Che les dedicó palabras de elogio al mejor técnico cubano y explicó las razones por las cuales se estimulaba a los técnicos extranjeros. A continuación leyó una larga lista de trabajadores destacados en las empresas y en el propio Ministerio, pero antes de terminar, fue interrumpido con un anuncio inesperado: que el compañero Pedro Pérez Vega, quien fue uno de los primeros héroes nacionales del trabajo y luego se convirtió en el primer presidente del movimiento de innovadores, le iba a entregar al Che, en nombre de todos los trabajadores del Ministerio de Industrias, un diploma como trabajador de vanguardia.
De las palabras emocionadas del galardonado ante ese insospechado hecho, dejó testimonio Orlando Borrego, quien lo acompañó como viceministro en esta importante responsabilidad de la economía:
“De verdad que esto se parece bastante a una ‘pala’ (complot). Lo único que puedo decir es que soy inocente, y que me emociona mucho el gesto de los compañeros. No sé si me lo mereceré o no. En definitiva en nuestra corta vida como la de todos nosotros, siguiendo el ejemplo del compañero Fidel, independientemente de todos los errores que hayamos podido cometer, nuestra tarea única ha sido destinada al beneficio de nuestra clase obrera, y también, siguiendo al compañero Fidel, siempre hemos mirado más lejos y hemos tratado de que nuestro pueblo se convierta en algo avasallador que permitiera la liberación de todos los pueblos oprimidos de América y también del mundo. No hemos trabajado sino con ese fin y no hay para nosotros mejor recompensa que el reconocimiento —aunque no estoy seguro que sea totalmente merecido— de los méritos que hayamos tenido. Es para nosotros el saludo más profundo, más sentido, es el premio más grande a que pueda aspirar un revolucionario”.
La humildad con que recibió ese estímulo no negaba su entrega total a la tarea que le había encomendado la Revolución que cumplió siempre en estrecho contacto con los trabajadores. Baste recordar, entre muchos otros ejemplos, la labor que había realizado el año anterior, 1963, para demostrar la importancia y la necesidad de introducir la mecanización en la zafra cañera. Frente a un grupo pequeño pero entusiasta de trabajadores agrícolas, trabajó en jornadas de 10, 12 y hasta 14 horas diarias como operador de combinada.
Como reportó el colega Gerónimo Álvarez Batista, ya fallecido, transcurridos los días iniciales de labor en las áreas de los centrales Ciro Redondo, Patria o Muerte, Venezuela, Brasil y Enrique Varona, las experiencias obtenidas le permitieron sugerir varias innovaciones que después de aplicadas dieron resultados positivos. Además mostró gran preocupación por el estricto control de los mantenimientos e instó a los trabajadores agrícolas e industriales a que participaran en estos ensayos y aportaran sus conocimientos e ideas.
¿Cómo no estimular moralmente a quien siendo Ministro se convirtió en uno de los primeros operadores de las primeras máquinas de cortar caña que funcionaron durante la tercera zafra del pueblo en 1963, en los centrales de la actual provincia de Ciego de Ávila?
¿Y cuánto más aportó en disímiles centros de trabajo de los más diversos sectores a través de las convocatorias del Batallón Rojo de Trabajo Voluntario que él mismo encabezó y que consideró como elemento fundamental del sistema de dirección, además del valor que le concedió como formador de conciencia?
Y no solo labores voluntarias, sino su dedicación y entrega a las tareas propias del Ministerio y su voluntad y sacrificio ante cualquier otra misión que le fuera encomendada en una esfera tan compleja como la de la economía o las relaciones internacionales que tuvo que simultanear en aquellos años.
Sus compañeros al premiarlo en aquel acto estaban convencidos de que era un reconocimiento bien merecido, y es muy posible que, conociendo al Che, esperaran su reacción de sorpresa y su agradecimiento por el modesto pero muy sentido homenaje.