El primero —el más importante, lo que dice la obra desde la poesía— se inscribe en la vertiente de mayor concurrencia en la poesía cubana en estrofas de diez versos de las últimas décadas, la del discurso revelador de angustias existenciales que el autor o la autora necesita exorcizar versos mediante, tabla de salvación para un mundo que a nivel planetario parece poner a prueba a cada instante la capacidad humana para mantener a flote la espiritualidad, en medio de un océano de profundas aguas, de flujos y reflujos entre sí contradictorios.
En el caso de Striptease de la memoria, los referidos desasosiegos nos llegan desde la rememoración familiar, asunto de larga data también en nuestra literatura en décimas —baste recordar las de corte elegíaco a Doña Martina, de Manuel Navarro Luna, o las que Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, dedicó a su hijo Noel—, matizadas en el libro que nos ocupa por la rebeldía adolescente que pugna por encontrarse, a contracorriente de las sujeciones vividas desde las estaciones de la niñez.
Con un tino excepcional el poeta granmense Alexander Besú Guevara ha dicho acerca de los versos evocadores de Elizabeth Reinosa que “asaltan al mundo, y lo conmueven, porque todo lo que germina desde la añoranza porta la autoridad de conmover. (…) una espiral oferente y suplicante, fasta y nefasta, que se autodestruye y se regenera a la vez, una espiral uróboros, que se muerde la cola como la serpiente infinita, y que nos arrastra consigo hacia el ciclo de los renacimientos. Una compulsión de retorno, una ansiedad de desandar sobre viejas huellas al reencuentro con el pasado, una urgencia paroxismal de retomar la infancia”.
El segundo de los planos que mencioné al inicio, el del suceso, revalida igualmente un aspecto de las letras decimísticas actuales, específicamente en el terreno de la vida literaria. En ese campo de notable dinamismo a través de sus múltiples factores, la articulación en sistema de los certámenes —desde la breve extensión, pasando por la dimensión media hasta llegar a los que reclaman un libro de magnitudes más exigentes— ha devenido positiva herramienta que los autores han podido emplear para poner a prueba los temas y empeños expresivos en general, de ahí que muchas veces un proyecto abarcador ha tenido antes manifestaciones a menor escala que el escritor de décimas ha colocado sobre el tapete como parte del ejercicio de conformación de su objetivo final. Estamos ante uno de esos casos.
Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, Granma, 1988; formada como escritora en Holguín), antes de alcanzar el galardón con el libro que merece estas líneas, había conquistado sucesivamente otros lauros mediante conjuntos de más limitado alcance, verbigracia el Gran Premio Décima al filo 2014, el Premio Toda luz y toda mía 2016 y reconocimientos accesorios en el concurso nacional Ala Décima, entre ellos con sus poemas Striptease de la memoria y Formas de contener el vacío, que ahora integran este otro Striptease de la memoria, donde una muchacha desviste sus recuerdos, cargados de luces y tinieblas, de avenimientos y desavenencias, de hallazgos y desencuentros, pero siempre con el empeño de forjar la voluntad propia en la persistente búsqueda de un camino.
Información relacionada:
PREMIOS FRANCISCO RIVERÓN
—I concurso (1999) Viril mariposa dura, de Pedro Péglez González (La Habana, 1945).
—II concurso (2013) El libro del ángel gris, de Elizabeth Álvarez Hernández (Güines, Mayabeque, 1976).
—III concurso (2014) Fe de mí, de Juan Carlos García Guridi (Batabanó, Mayabeque, 1968).
—IV concurso (2015) Conversación con las piedras, de Luis Hernández Serrano (Calabazar, La Habana, 1943).
—V concurso (2016) Striptease de la memoria, de Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, Granma, 1988; formada como escritora en Holguín).
—VI concurso (2017) Escape del tiempo, de Carlos Ettiel Gómez Abréu (Jagüey Grande, Matanzas, 1978).