“En la mañana del 27 de mayo de 1957, con Fidel al frente, partimos de Arroyones, subimos a Pino del Agua, y por la tarde salimos hacia Uvero, a cuyas cercanías llegamos tras caminar unos 15 kilómetros. Una vez allí, Fidel se reunió con los jefes de grupo, entre ellos yo, nos explicó la estrategia a seguir para tomar la guarnición y asignó las posiciones a cada cual”.
Así rememoró el hoy Comandante de la Revolución Guillermo García Frías, en aquel momento recién estrenado como capitán, cuando lo invitamos a conversar sobre el combate librado 60 años atrás en Uvero, punto de la vertiente sur de la Sierra Maestra perteneciente en la actualidad al santiaguero municipio de Guamá.
La acción perseguía como objetivo desviar la atención de las fuerzas del régimen batistiano, enfrascadas en una feroz persecución de los expedicionarios que, dirigidos por Calixto Sánchez White, a bordo del Corynthia, habían desembarcado días antes en la costa norte oriental.
Luego de establecer que solo se referirá a lo por él vivido en aquella épica jornada, García Frías explicó:
“Yo fungía como segundo jefe del pelotón dirigido por Jorge Sotús —posteriormente traidor—, un combatiente del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en Santiago de Cuba llegado a la Sierra Maestra con el primer refuerzo enviado por Frank País desde esa ciudad. En la distribución de las posiciones, nos correspondió la posta número uno, la principal; una trinchera cubierta por traviesas y bolos, ocupada por cuatro soldados armados con tres Garand y un fusil ametralladora Browning. Hasta sus cercanías nos llevó un guía nombrado Domingo.
“Como a las dos o tres de la mañana salimos a ocupar nuestros puestos. Para esa hora, un campesino había encendido ya las luces de su casa; fue él quien nos condujo hasta una guásima grande y nos indicó el lugar exacto de la posta. Le orienté mantener encendidas las luces y apagarlas cuando rompiera el combate. Nos acercamos bastante a nuestro objetivo”.
Precisó que el combate se inició a las cinco de la mañana, así como que el primer disparo lo efectuaría Fidel, “y dio la casualidad de que al hacerlo rompió la planta de comunicaciones.
“Nos acercamos directamente a la posta, la cual resultaba muy difícil tomar por su gran seguridad, de ahí que la mayor cantidad de bajas se produjeron entre nosotros; la primera, por muerte, fue un compañero apodado el Billetero de Pilón, a quien mandé en busca de una cinta de balas para mi ametralladora, no sin antes indicarle que se moviera a rastras, pues el combate era muy fuerte. Pero no me hizo caso y un tiro lo alcanzó. Ciro Frías, con un fusil, me acompañaba en la ametralladora, para la cual tenía como ayudantes a los hermanos Luis y Reynaldo Mora.
“Después Jorge Sotús, con dos compañeros, se dirigió a ocupar un bolo, y a uno de estos, a quien llamaban el Policía de Banes, lo mató un rafagazo. Sotús se lanzó al mar y en él permaneció durante el resto de la acción, por lo cual me tocó, como sustituto, continuar dirigiendo al grupo. Ya sumaban dos los muertos.
“A un joven estadounidense, incorporado a la tropa, lo hirieron en una pierna. Lo mismo sucedió con otro compañero”. Puntualizó que a las siete de la mañana, con el sol muy fuerte, aún no habían tomado la posta, y retirarse era imposible porque si daban la espalda los mataban a todos.
“Ya con cinco hombres menos en el pelotón, de entre 10 y 14 integrantes, la situación se tornaba muy compleja. Indiqué al guajiro Crespo posicionarse en un bolo desde donde podía tirar hacia abajo. Abelardo Colomé, Furry, de los del refuerzo llegado de Santiago de Cuba, tiró hacia la posta una granada que desmanteló un poco la trinchera.
“Entonces dejé la ametralladora, pues pesaba mucho, y con una pistola me arrastré, me metí entre las traviesas y lancé un rafagazo hacia el interior de la trinchera: en ella había tres muertos y uno con un fusil ametralladora que me gritó: ‘No me mate, por su madre, no me mate’. Le respondí: Yo no mato a nadie, suelta el fusil, y entré”.
Una vez tomada la posta, situaron dos ametralladoras, una calibre 30 y una Maxim, en el firme que dominaba el cuartel y arreciaron el ataque de manera que volaban los pedazos de la instalación.
“Del cuartel sacaron un fusil con un pañuelo blanco; era la señal de rendición. Nos fuimos acercando y al llegar nos encontramos con que el teniente que estaba al frente de la guarnición, con un tremendo estado de nervios pedía: ‘¡Mátenme, mátenme, no merezco vivir!’. Le expliqué que nosotros no matábamos a nadie, mas solo se tranquilizó cuando llegó Fidel y habló con él.
“Allí la gente combatió con un heroísmo, un amor y un valor extraordinarios. Rendida la posición, Fidel me orientó recogerlo todo. Tomé las armas, balas, cascos…, excepto comida, todo lo que era propiamente de la guerra, lo monté en un camión maderero y partimos rumbo a la montaña. Eran las diez de la mañana.
“Íbamos subiendo una loma cuando un avión comenzó a ametrallarnos; nos tiramos y fuimos para el monte. La nave aérea no fue eficiente en su ametrallamiento, constante y fuerte. Seguimos en el vehículo hasta un punto, desmontamos todo y esperamos por Fidel para distribuirlo.
“El combate fue muy sangriento y cayeron compañeros muy valiosos; entre los heridos estaba Juan Almeida, con un tiro en el pecho; le salvó la vida una cuchara que llevaba en el bolsillo de la camisa porque la bala explotó al chocar con ella”.
El comandante Ernesto Guevara, Che, reseñó que el cuartel era defendido por 53 hombres de los cuales 14 murieron, 19 resultaron heridos, y 14 hechos prisioneros; cinco escaparon y el jefe fue dejado en libertad.
“El Che se hizo cargo de atender y cuidar a los heridos, mientras la tropa, encabezada por Fidel, subió a la montaña y llegó a Arroyones. Con nosotros iban los 14 prisioneros, carga que se hizo insoportable. Fidel los liberó, y les proporcionó un guía que los sacara, pero antes recogió lo poquito que llevábamos en las mochilas y se les dio como almuerzo. En ese lugar descansamos dos días, porque Fidel no permanecía mucho tiempo acampado; la movilidad era muy grande”.
Valoraciones sobre la acción
“Ese combate resultó de un éxito extraordinario, alcanzado frente a una guarnición grande, fuerte, que combatió bravamente, pues en más de dos horas de combate no se rindió. Fue mucho lo que aguantó la posta número uno: de sus cuatro defensores, el único que quedaba con vida continuó batiéndose”.
El Comandante de la Revolución Guillermo García precisó que, en los combatientes rebeldes, la acción de Uvero provocó sentimientos contrapuestos: por un lado la tristeza de ver a compañeros muertos o heridos, y por el otro, la satisfacción de haber vencido a una de las guarniciones más poderosas que había en esos momentos en las cercanías de las montañas, hacerles prisioneros y ocuparles todo el armamento, tan necesario para fortalecer la guerrilla.
“Fue nuestra primera inyección de armas modernas, armas entregadas por Estados Unidos al ejército de Batista y usadas contra nosotros; un éxito del cual el Che dijo que había marcado la mayoría de edad de nuestra tropa. Para mí, lo acontecido en Uvero demostró lo que la tropa rebelde era capaz de hacer: propinar al ejército una derrota que Batista no pudo ocultar. Aquella victoria dio un prestigio enorme a nuestras fuerzas y elevó el espíritu de lucha de cuantos participamos en la acción”.