El jonrón es cultural
Joel García
El negocio deportivo más rentable y próspero del mundo hoy es el fútbol. Y mucho tuvieron que ver el año 1974, la figura del brasileño Joao Havelange y la entrada de Adidas como auspiciante. Fue esa la génesis de un desenfreno monetario que superó pronto al arte futbolístico. El más universal, como se llama con razón, ligó su extendida práctica al efecto mediático y nada menos que a 750 mil millones de dólares, valor aproximado de lo generado en el 2016.
El béisbol es también otro negocio bien rentable. Los dividendos en unas 30 naciones con ligas profesionales no alcanzan los goles, pero son jugosos puntualmente, en tanto su ascendencia social va ligada, como casi todas las disciplinas, al componente cultural.
En el caso específico de Cuba, hasta entrado el siglo XXI nadie dudaba del incuestionable arraigo, masividad e impacto de los jonrones y las carreras en la misma raíz de nuestra nacionalidad.
La cara hoy es distinta. Hay quien habla de una vacuna contra los íconos: Cristiano, Messi, Real Madrid y Barcelona (ojalá la hubiera para compartirla con el mundo entero); otros extreman la opinión y piden ahogar de las pantallas televisivas la Bundesliga, la Eurocopa y demás programasporterías; en tanto no faltan los iluminados que solucionan el diferendo con más partidos de la Major League Baseball en nuestra televisión.
Todo eso pudiera hacerse y nada garantiza que cambie. El fenómeno sigue estando en la cultura, en reconstruir lo perdido del espectáculo, en contar con líderes o ídolos dentro de los terrenos y que se puedan llevar a casa en documentales, afiches, camisetas; en hacer de los estadios un lugar de la familia y los jóvenes, no un lugar solo para fanáticos o viejos; en rescatar la historia desde el Salón de la Fama nacional, y los provinciales; en devolver a los barrios —no por campañas, sino como herencia viva— el cuatro esquina, el taco, jugar a la mano, las pelotas de esparadrapos o gomas; en invertir para pizarras y pantallas electrónicas en el Latinoamericano, el Guillermón Moncada o el Sandino.
La influencia de Futbolandia (asumiendo el fenómeno global) no se espanta por decreto y tampoco sería sensato hacerlo, aunque la realidad es que lejos de patear un balón, en Cuba parecen más acendradas ciertas ligas, unos pocos equipos internacionales y jugadores famosos que el fútbol en sí mismo, pues los campeonatos nacionales siguen con estadios semivacíos.
El jonrón esperado de la pelota cubana —no de resultados, sino de memoria colectiva— no llegará si dejamos al INDER con el peso total. Más de una vez ha quedado demostrado que una provincia puede unirse y vivir los días más felices de su existencia si su equipo de pelota anda luchando el título. No es posible rehusar el papel preponderante de los medios de comunicación, atravesados en estos momentos por vías alternativas. Los nuevos Linares, Kindelán, Medina, Vinent y Lazo solo podrán nacer desde la intencionalidad de defender un patrimonio. No hay otra vía para una relación que debe ser amistosa, pero con más jonrones incluida.
La pelota en fuera de juego
Jorge Luis Coll Untoria, estudiante de Periodismo
El impacto en la población de las transmisiones de eventos futbolísticos de primer nivel ha propiciado la inevitable comparación con nuestro deporte nacional. Muchos ven al fútbol como una amenaza que le quita espacio al béisbol, pero el más universal de los deportes tiene poca relación con las horas bajas de la pelota.
No importa si un fanático de la Serie Nacional toma dos horas del día para deleitarse con las jugadas de Messi o Cristiano; en otros países con tradición beisbolera esto sucede y por ello no dejan de llenarse los estadios. El desaliento de la afición cubana con respecto al torneo doméstico se relaciona con situaciones internas que, pese a limitaciones conocidas y repetidas, pueden resolverse.
Resulta necesario crear ciertos incentivos como ofrecer a precios asequibles los uniformes e implementos y habilitar un lugar en el cual se vendan pósteres de los mejores peloteros o tarjetas con sus estadísticas, además de regresar los partidos al horario nocturno.
Otro tema sensible es el de la contratación, que si bien eleva la calidad individual, atenta contra el intento de tener un espectáculo agradable. ¿Cómo mantener la expectativa de un torneo si los mejores exponentes están en ligas foráneas? Hay que decidirse por el fogueo internacional de los atletas o salvar el pasatiempo cubano. Además, dedicar tantas horas de transmisión y recursos a la serie Sub-23, a la cual los peloteros llegan con muchas deficiencias y la asistencia del público es nula, no va a hacer que la gente recobre su pasión por la pelota.
Por el contrario, provoca más crítica, pues son juegos de bajo nivel y no hay entretenimiento. El auge del fútbol en nuestro país no ha sido por la calidad de los futbolistas del patio, sino por la proyección y seguimiento de eventos y deportistas de primer nivel mundial. Para que eso ocurra con el béisbol debemos esperar los Clásicos Mundiales. Casi todos los aficionados conocen los equipos de los peloteros cubanos en la Major League Baseball, sin embargo, no pueden seguirlos, pues se ponen muy pocos partidos con atraso enorme en ocasiones. También es difícil ver a Alfredo Despaigne en la liga profesional japonesa. Con relación al clásico Real Madrid-Barcelona, el narrador René Navarro escribió en su cuenta de Facebook: “El fútbol se apoderó con mayor fuerza que nunca de las calles de La Habana… Lo cierto es que ni en los mejores tiempos del béisbol cubano pude observar ese festivo y sano ambiente”. Esa furia futbolística es posible por el espectáculo de este deporte, panorama que hoy, lamentablemente, no brinda nuestro béisbol, estancado en buena medida por miedo al atrevimiento y al cambio. De seguir así, el fútbol seguirá ganando adeptos y eso no lo parará nadie. El problema está en levantar la pelota que hace varios años se encuentra en claro fuera de juego.
Minutos contra innings
Israel Leiva Villegas, estudiante de Periodismo
El fenómeno del fútbol se extiende por Cuba y poco a poco amenaza con destronar al béisbol como el deporte con más seguidores. En cada calle o terreno baldío, miles de niños y no tanto, juegan a ser Cristiano o Messi. Sueñan con marcar goles en los estadios más importantes y ante aficionados ávidos de triunfo. Enrique es uno de esos soñadores.
Cada fin de semana despierta emocionado y observa por la televisión a sus ídolos disputar partido tras partido. Cuando concluyen los encuentros, va al patio de su casa y, con la seriedad de un profesional, entrena para convertirse en futbolista, acompañado siempre por su eterno rival y compañero de juegos: el perro Diño. El can persigue fatigado la pelota mientras Enrique corre a gran velocidad.
Los trastos de su papá, mecánico automotriz, se convierten en oponentes que el futuro delantero sortea con maestría. Los juguetes suplentes, sentados en un improvisado banquillo y relegados por el balón, aplauden resignados el talento de la joven promesa. Desde la ventana de la cocina su padre Javier lo mira contrariado. Para él resulta imposible que su hijo no sepa apreciar lo espectacular de un fildeo o la magia de un batazo. Considera que la infancia de cualquier niño es incompleta sin que escuchen el ¡tac! del bate cuando hace contacto con la pelota de poli.
Hizo de todo para meterle el bichito del béisbol. Lo llevó al estadio, le contó sobre importantes hazañas de peloteros cubanos y cuánto significaba este deporte en la isla. Pero a su retoño no le interesa saber del jonrón de Marquetti o la historia de Industriales. Finalizado el primer tiempo del improvisado choque, Enrique se refresca con un vaso de fría limonada. Le sonríe a su padre y comienza con tono obstinado a tratar de convencerlo: “Papá, es sencillo, en la televisión transmiten más fútbol que pelota, por lo tanto es mejor porque lo ven mayor cantidad de personas y ya no me caigas atrás, prefiero jugar en el Santiago Bernabéu que en el Latinoamericano”.
Luego de tan “irrefutable” argumento termina de beber la limonada y regresa a disfrutar de los 45 minutos que le restan a su encuentro contra Diño. Javier se deja caer en la silla de la cocina y mira hacia arriba. Intenta reflexionar, pero las pruebas son incontestables. Su hijo no es el único; todos los muchachos del barrio padecen la misma enfermedad. Ni siquiera se interesan por la postemporada de la Serie Nacional, solo muestran interés por los resultados del Real Madrid o el Barcelona.
Visten con orgullo los uniformes de estos equipos y condenan al eterno olvido los trajes de peloteros. “Qué remedio, se acabaron los robos de base y toques de bola”, concluye Javier. Camina hacia la sala, enciende el televisor e intenta abrir su mente y disfrutar de un nuevo maratón televisivo cargado con goles y atajadas.