No sé ni qué decirle a esta hora, cuando aprieto su mejilla con un beso y la pequeña levanta su manita y pregunta: ¿abuela, a dónde vas? Es difícil encontrar un por qué para alguien de solo cuatro años, unas pocas palabras para decirle que millones de cubanos salen a la calle en la madrugada de este Primero de Mayo para perpetuar una tradición convertida en lucha y en celebración.
Arrullo en su oído para que vuelva a dormir, prometiéndole que cuando sea un poquito más grande ella irá conmigo a la Plaza, y verá el sol nacer desde una marea de pueblo, desde ese pueblo que se crece y se junta este Día Internacional de los Trabajadores.
Y quizás ni entienda lo que digo, o lo que pienso porque ya he traspuesto la puerta, salgo a caminar y escucho las consignas, las voces de apoyo a la Revolución, la alegría popular que corre por las arterias fundamentales de la ciudad desde las gargantas de adultos, jóvenes y adolescentes, que andan unidos como siempre en estos 58 años de victorias.
Entonces, imagino otras plazas en el mundo donde se pelea por reivindicaciones sociales, por mejoras laborales y salariales, por un futuro mejor para los trabajadores, para el mundo. Cuba es paradigma para muchos pueblos donde la opresión y las transgresiones hacen mella en los trabajadores, y es preciso luchar con denuedo hasta conquistar la plenitud de sus derechos y oportunidades.
Y ese ejemplo, ese faro se levanta un Primero de Mayo más, en cada pueblo, en cada batey, en cada plaza, en esta Plaza nuestra y de todos, donde vienen amigos del mundo, a celebrar y a seguir comprometiéndose. En la unidad está la fuerza de Cuba, y eso todavía no lo sabe Alejandra, mi nieta.