El escritor bayamés Evelio Traba Fonseca nos cuenta a través de dos de sus novelas La Concordia, 2012, y El camino de la desobediencia, 2016, las intimidades del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes. El último volumen cuenta con favorables criterios de dos importantes figuras de la cultura cubana: el doctor Eusebio Leal Spengler y Rafael Acosta de Arriba
Lianet Suárez Sánchez y Diana Iglesias Aguilar
El camino de la desobediencia, fue una de las novedades literarias de XXVI Edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana.
La novela, que será próximamente presentada en Bayamo, tiene como personaje central a Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el Padre de la Patria, y su autor es el joven bayamés Evelio Traba Fonseca, único cubano ganador del accésit Alba Narrativa 2012, con el volumen La Concordia, también con el Hombre de Mármol como protagonista.
El escritor refirió que ambas obras son el resultado de varios años de investigación sobre la vida de esta figura histórica que aquí se devela más humana.
¿Cuán arriesgado resultó someter a la figura del Padre de la Patria a las fabulaciones? ¿En qué clase de problemas puede meterse un joven narrador que intenta dar una imagen próxima a la realidad sobre una figura, hasta cierto punto, «intocable»?
El miedo de toda idea germinal radica muchas veces en morir con tallo de lechuga. Ese terror de la zozobra es el mismo impulso que más tarde lleva a un escritor a la exploración salvaje de un territorio cuya cartografía imaginativa está fundándola él y solo él.
Pero cuando se escoge para la ficción a una figura real y de un peso abrumador (en el mejor de los sentidos) como es el caso de Céspedes, el miedo inicial no es miedo sino pánico en estado puro. Sin embargo, cuando el escritor es capaz de mirar a los ojos a su modelo, de sostener una indagación honesta más allá de los clichés y los estereotipos, entonces surge el milagro y aparece toda una cábala de símbolos y alegorías, ocultas tras la piel del personaje (en este caso de talla mayor), pero sin dudas comunes a cualquier ser humano.
Todo ser humano, más allá de su preponderancia o su anonimato, es un curioso reservorio de éxitos y fracasos, de contradicciones y certezas meridianas. Esta elección de Céspedes como personaje de ficción se complica aún más en el momento en que decido usar para la novela el tono narrativo de unas memorias, que necesariamente implican el uso de la primera persona. Y entonces el reto era el siguiente: ¿en qué términos pudo Céspedes (y este es un plano puramente intuitivo) redactar unas memorias íntimas que de algún modo lo justificasen ante sí mismo y su entorno de afectos cercanos?
Responder esta pregunta como narrador resultó de una complejidad que solo podría clarificar el estudio pormenorizado de su impronta en la Historia y la reconstrucción de su perfil psicológico, siempre inexacto, apegado este último a la humanidad del hombre real. Y en estas indagaciones estuve trabajando en verdad hasta los últimos momentos de la revisión final de la novela.
En lo personal yo sabía que estaba pisando, hasta cierto punto, un terreno minado por varias razones. La primera radica en que Céspedes es una figura canónica de la Historia de Cuba y la clave estaba en recrear una visión de su vida que se apartase tanto de la visión oficial como de la encarnación caricaturesca del chisme y la invención gratuita: ni santo ni rufián, ni casto ni excesivamente lujurioso, ni San Francisco de Asís ni el Marqués de Sade.
Un justo medio creíble, y hasta deseable, para un lector que intuye, que más allá de la magna figura del Padre de la Patria, se esconde un hombre no menos falible ni vulnerable ante el Destino que cualquiera de nosotros. Las razones subsiguientes se hallan asociadas al miedo al fracaso: que me fueran a “despedazar” los entendidos, que fuese a crear, luego de años de trabajo, una imagen alejada de la verdad histórica y, sobre todo, de la sensibilidad cespediana.
Y en el camino me fui convenciendo de lo siguiente: ningún “entendido” o “autoridad” sobre Céspedes es el dueño de la figura y, por tanto, nadie tiene sobre él la última palabra. Aparejado a esto me persuadí también de algo importante: un escritor, un artista, por utópico que sea el reto que se ha impuesto, no debe pedirle permiso a nadie para existir, no anda disculpándose por elevar su voz. Escribe y punto.
Ambas certezas pude comprobarlas en el momento de mi camino en que pude conocer a Rafael Acosta de Arriba, un cespediano de calibre mayor, pero sobre todo, abierto y flexible en su mirada sobre el prócer. Es un intelectual orgánico convencido de que Céspedes es, y será, uno de los grandes misterios de la nación y de que la sensibilidad poética es tal vez el lente más apropiado para acercarse a un hombre enigmático y seductor como Carlos Manuel.
Una vez derribados los miedos que se derivan de percepciones y recelos siempre ajenos, comencé a trabajar en mi novela a base de visiones puramente intuitivas a partir de lo históricamente comprobado. Quise ver y vi. Quise gozar y la aventura no pudo ser más placentera. Viví con un pie en el siglo XIX y otro, muy mal afincado por cierto, en el XXI.
Sé que siempre voy a enfrentar detractores que han prometido descaracterizar la novela sin haberla leído siquiera. Pero me atreví a soñar, y no manché de lodo mi almohada mientras soñaba. Modelé mi Céspedes de todo material, de villas señoriales y barrio marginal.
Me gusta ser honesto en lo que digo y hago, y por tanto, aunque pueda parecer duro e hiriente, esta es la verdad: fui mirado con recelo, fui tildado de arrogante por algunos. Pero muchos, muchos más fueron los que sumaron su buena voluntad a mi empeño. Y lo asumieron como suyo. Y es en ellos en quienes deposito toda mi alegría y mi esperanza. He ahí una buena parte del reto Céspedes y un breve recuento del makin off de la novela. La realidad tras cámaras es mucho más dura y compleja de la que el espectador común alcanza a percibir. Pero hay que dar testimonio de ella y a eso llamo honestidad.
En tu discurso literario es recurrente Bayamo como trasfondo y escenario de contundentes historias noveladas donde los principales hechos de la forja de la nacionalidad se mezclan con lo maravilloso y lo onírico. ¿Por qué?
Cuando pienso en mi ciudad, sucede en mi mente una especie de juego calidoscópico donde se mezclan imágenes del Bayamo de hoy y del pasado. Y es que pasaba mucho tiempo, como Rilke, preguntándome ante cualquier fachada o esquina: “Antes de esto, ¿qué hubo aquí?” En ese -llamémosle juego- nació mi pasión por novelar una ciudad perfectamente novelable.
Decidí entonces apostar por una villa, que más allá de lo heroico, bien pudiese sostener su trascendencia en sus mitos, en su oralidad, en los sitios donde el irrespeto atroz del tiempo no parece surtir efecto. Y aparece y aparecerá en mi obra, sobre todo, porque es un lugar de evocación metafísica, donde mis ancestros tramaron, sin saberlo, cada hebra de mi destino. Y porque es la patria pequeña, por eso, aunque quisiera, no puedo cortar el cordón umbilical invisible que me lleva de regreso a mi nacimiento, e incluso a lo que estuvo antes.
Resulta ese, el sitio donde se unen mis primeros aprendizajes, amigos y páginas, en fin todo lo que tiene que ver con la formación de mi sensibilidad y mi pensamiento, la esencia primigenia de toda inquietud e inconformidad que lleva a crear y a creer. Lo que está en el centro de mi vida real, también está, aunque con otros retoques, en mi vida ficcionada.
Eres joven aún y ya tienes un premio que te catapultó a los titulares de la prensa al tiempo que te abrió puertas editoriales y del estrecho círculo de laureados literatos en Hispanoamérica. De no ser por el Premio Alba Narrativa, ¿qué hubiese pasado con La Concordia?
Algo que incluso muchos amigos no saben, es que La Concordia, en el momento en que ganó el accésit del Premio Alba Narrativa 2012, estaba dentro del plan de publicaciones de Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, lo cual fue para mí muy parecido a la antesala de cualquier premio, por la sencilla razón de que uno de los lectores del comité de selección, fue nada menos que la historiadora Olguita Portuondo, una figura imprescindible de la cultura cubana y a quien tanto debemos las generaciones más recientes.
Entonces, si como dice Borges, nos remontamos a uno de los pasados posibles, lo más seguro es que, tal vez por la misma fecha que salió el texto por Arte y Literatura, hubiese salido por Oriente, con toda la dignidad de ese sello por donde publicar en Cuba sigue siendo todo un privilegio. Tal vez en un mañana, no muy lejana, podamos reanudar ese ayer que una feliz bifurcación condujo a otros espacios de visualización autoral. Quedan las buenas relaciones con Oriente, y en verdad nadie sabe si lo que podamos hacer con ellos sea una reedición de La Concordia, o de El camino de la desobediencia.
¿Dónde dejó el novelista al poeta fervoroso seguidor de Rilke? ¿Detenido en el tiempo o tomando distancia e impulsos?
Creo que acertadamente tomando distancia e impulsos. La novela ha producido cambios tan trascendentales en mi manera de ver el mundo, que ahora la poesía que tengo escrita, y la que tengo aún por escribir, se enfrentaría a otras exigencias, a otras lealtades. Pero es algo que no desaparece ni se debilita, es incluso una especie de combustible primario sin el cual no puede prender la combustión de la novela.
Hay otro libro de poesía en la necesaria hibernación de su gaveta: El pájaro aturdido por la piedra. En esos versos, que nadie ha visto, mi respiración es otra, mis urgencias y la pupila que contempla lo es también. El mundo contemplado tiene otros matices de cambios. Reinventarme sin negar mi esencia es una de mis grandes preocupaciones como autor, y ese acto de mudar de cáscara, o de piel, es inconcebible sin la poesía como dualidad lente/ imagen.
¿Hacia dónde dirige ahora Evelio Traba sus desvelos creativos?
Me gusta mucho esa palabra: “desvelos”, sobre todo porque retrata mi actitud, que es en sí la de muchos creadores. Siempre estoy mirando hacia muchas direcciones y nutriéndome de todo lo que sucede a mi entorno perceptual.
Esa necesidad de construir caminos nuevos, de aventurarme hacia territorios sobre los que no existe mapa alguno, es una de mis grandes motivaciones. Me aterra permanecer en un mismo sitio donde todo lo que se hace descansa sobre la base de destrezas anteriores, de hábitos que hacen parecer novedoso un ejercicio que de antemano se conoce de memoria.
El terreno de lo seguro representa un carcinoma para la capacidad inventiva de cualquier artista. En este momento, estoy a punto de terminar un libro de relatos titulado Recados en la niebla (Antología de Puerto Alacranes) en donde incursiono en la narrativa de corte fantástico, y con elementos del mundo contemporáneo más reciente. Es un verdadero reto para mí de acuerdo a los temas que abordo pero, sobre todo, a la estructura técnica del libro de cuya funcionalidad no estoy del todo seguro.
Una vez terminado este libro me urge empezar a escribir una nueva novela cuyo sistema de personajes y argumento ya están delineados. Es tal vez lo más complejo y demandante que me haya propuesto escribir: el tema migratorio y la supervivencia lejos de una zona de confort son el plato fuerte del nuevo texto.
Después de esto, si otros proyectos no se interponen, aseguro tengo material para cinco o seis años de trabajo. Constantemente estoy haciendo anotaciones o investigando posibles temas. Creo que poseo una idea bastante clara de hacia dónde voy. Lo interesante, y que de paso me hace muy feliz, es que no sé cómo llegar. Debo de fabricar una brújula distinta para cada viaje. Tras la selva virgen de lo desconocido, duermen agazapados los caminos. Si de algo estoy seguro, es de eso.