Sus cuatro rostros eternamente jóvenes están para siempre grabados a relieve en una tarja, como recordatorio de uno de los crímenes más escandalosos cometidos en la capital por aquel régimen que cínicamente se atrevió a autocalificarse de “dictablanda”.
Esos jóvenes podían haber disfrutado de una existencia apacible, dedicados a los estudios universitarios, en la seguridad del hogar, compartiendo día a día con su familia, pero habían renunciado a todo eso al escoger el difícil y duro camino del deber en una sociedad que reclamaba un cambio revolucionario para zafarse de las humillantes cadenas de la dependencia, conquistar la dignidad y transformar el dominio de unos pocos en el bienestar de muchos.
Cada uno de ellos había acumulado hasta ese momento una rica trayectoria de lucha que había tenido como punto culminante su participación en el asalto al Palacio Presidencial y la toma de la emisora Radio Reloj. A raíz de estos hechos se había desatado una feroz persecución de las fuerzas represivas de la dictadura y prácticamente no había lugar seguro en La Habana donde refugiarse. Finalmente se habían ocultado en un apartamento del edificio de Humboldt 7, en el barrio capitalino del Vedado.
Ellos eran Fructuoso Rodríguez Pérez, de 24 años, estudiante de Agronomía en la Universidad de La Habana, que había tomado el mando del Directorio Revolucionario (DR) al morir José Antonio Echevarría; José Machado Rodríguez, de la misma edad, estudiante de Ciencias Sociales, quien después del asalto al Palacio, al comprobar que su amigo y compañero de ideales Juan Pedro Carbó Serviá no había salido, regresó a buscarlo, poniendo en riesgo su vida, y logró rescatarlo. Carbó, el mayor del grupo, con 31 años, ya se había graduado de Veterinaria, mientras que Joe Westbrook, estudiante también de Ciencias Sociales no había cumplido todavía los 20.
Días después de las acciones del 13 de marzo se había reunido la dirección del DR, presidido por Fructuoso, del que Joe ya era parte, y fueron electos Machadito y Juan Pedro como nuevos integrantes del ejecutivo.
Cuentan que en ese encuentro resaltó la admiración hacia el líder caído y el compromiso de seguir su ejemplo. Fructuoso expresó: “Para asumir el lugar de José Antonio, tengo que seguirlo hasta terminar igual que él y eso es lo que haré”; Carbó dijo que el Directorio había obtenido incalculable prestigio gracias a Echeverría y era una obligación estar a su altura, mientras que Machadito afirmó: “En una época nos sentíamos guapos y ahora es que sabemos que sencillamente somos valientes seguidores de José Antonio”. Joe, quien había estado junto al líder universitario en la toma de Radio Reloj, plasmó en una carta su pensamiento: “Yo me ofrezco en holocausto a la Patria para servir de bandera a la liberación de Cuba”. Era un lenguaje épico que asumían con absoluta naturalidad porque estaba a tono con los momentos que estaban viviendo.
Una delación condujo a las hienas del sanguinario Esteban Ventura hasta el refugio de los cuatro jóvenes. Eran alrededor de las 5 y 50 de la tarde del 20 de abril de 1957. Quien había dado la información sabía cuál sería el destino de los allí acorralados, porque los entregó a un criminal cuyo nombre era sinónimo de tortura y de asesinato. Una vecina lo oyó gritar a sus secuaces aquella tarde fatídica: “¡Tráiganmelos muertos!”
Los hechos se desencadenaron vertiginosamente: los cuatro trataron de escapar, sin saber que estaban cercados. Joe logró llegar al apartamento de los bajos, le pidió a la vecina que le dejara permanecer allí para hacerse pasar por una visita, pero cuando tocaron a la puerta, para protegerla, fue él mismo quien abrió. Ella suplicó a los uniformados que no le hicieran daño, más el joven solo pudo caminar unos pasos porque una ráfaga de ametralladora lo dejó sin vida; a Juan Pedro lo acribillaron antes de poder alcanzar el ascensor; mientras que Machadito y Fructuoso corrieron y se lanzaron por una ventana.
Cayeron en un pasillo de la agencia de automóviles Santé Motors Co. en cuyo extremo una reja con candado impedía la salida. Debido a la altura del salto Machadito se había fracturado los tobillos y Fructuoso estaba inconsciente en el suelo. No podían escapar ni defenderse. Cuando los trabajadores de la empresa oyeron la caída pensaron en uno de sus compañeros que estaba arreglando una antena, acudieron rápidamente al lugar, y vieron a Fructuoso sin conocimiento y a Machadito que trataba inútilmente de levantarse. Uno de los obreros le hizo señas a este último que aguardara para ir en busca de la llave del candado, sin embargo uno de los esbirros se le adelantó y los ametralló a través de la reja. Después, las huestes uniformadas rompieron el candado, entraron y los remataron.
A 60 años de su asesinato, Fructuoso, Machadito, Carbó y Joe vencen a la muerte porque en cada realización de los jóvenes de hoy, a favor de la Revolución por ellos soñada, vuelven a la vida.