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La búsqueda constante de la verdad

Un patólogo, formador de especialistas e investigador por vocación, tiene una obra que trasciende y ha sido reconocida con el título de Héroe del Trabajo

Israel Borrajero: una vida consagrada a su vocación y a su profesión. Foto: De la autora

 

Usa una de las armas más convencionales para hacer ciencia: el microscopio, y su praxis es la búsqueda constante de la verdad, el mayor acercamiento a esta, utilizando los métodos a su alcance. Tiene una excelente memoria y una vida saludable aún al sobrepasar los 85 años, lo que le permite mantener la asistencia médica, la docencia y la investigación en el Hospital Hermanos Ameijeiras, de la capital.

Su modestia y ecuanimidad son notables; quizás por él mismo nunca hubiese sabido que la obra del Doctor en Ciencias Israel Borrajero Martínez, trasciende las fronteras nacionales y sienta cátedra por los resultados de toda su vida en la especialidad de la Anatomía Patológica.

Dos galardones resaltan en su historia: el Premio al Mérito Científico y el Título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. “Son la culminación del reconocimiento a un esfuerzo, que producen regocijo, y han sido una satisfacción para otros colegas e instituciones a las cuales he prestado servicios.

“Tengo esa tranquilidad de haber cumplido con un deber, con una vocación, con un encargo social de gran responsabilidad en lo que respecta a la asistencia médica en las instituciones de salud”, afirmó el patólogo pionero de la especialidad en Cuba y formador de más de 400 homólogos y de unos 800 tecnólogos de la salud.

Una raíz irremovible

“Soy de origen campesino, de una familia de pequeños agricultores, y mi tránsito por la niñez estuvo acompañado del aprendizaje del trabajo agrícola, en San José de los Ramos, Matanzas; cuando terminé la enseñanza primaria tuve la suerte de poder matricular el bachillerato por la modalidad libre; trabajaba en el campo y me examinaba según el cronograma de la escuela, por lo que terminé en menos tiempo que el programado.

“Luego vine para La Habana a la casa de una hermana, matriculé Medicina, el primer año también de forma libre, y ya a partir del segundo sí lo hice en el curso regular. Cuando estaba en el tercero se facilitó la posibilidad de entrar como alumno interno en el hospital de maternidad América Arias, del Vedado.

“Allí se me designó al Departamento de Anatomía Patológica para realizar autopsias a los fetos y recién nacidos que morían, así como a madres fallecidas en ese centro, de manera que fue la primera actividad que realicé desde el punto de vista laboral; además, me asignaron tareas en obstetricia, pero lo principal fue en anatomía patológica; ahí estuve el resto de la carrera”.

Fundador y formador

Al término de sus estudios ese vínculo le posibilitó continuar como médico adscripto al propio departamento donde trabajaba, mas sus resultados, esencialmente la certeza de sus diagnósticos, le valieron méritos que lo destacaron en el país, por lo que en 1958 fue nombrado patólogo necropsista en el Clínico Quirúrgico de la calle 26, que se había inaugurado en aquel entonces.

“Allí tuve la suerte de coincidir con el doctor León Blanco, quien era jefe de departamento. Seguí haciendo biopsias, exámenes citológicos y necropsias; de esa manera fui profundizando en la patología del adulto, para lo cual había tenido un entrenamiento en paralelo en el hospital Calixto García con el propio profesor y un colectivo de patólogos que se había formado en él”.

El paso por las nuevas instituciones de salud no se detuvo. “En 1961 se inauguró el Hospital Nacional (actual Enrique Cabrera) y a solicitud de su dirección ocupé la responsabilidad de jefe del Departamento de Anatomía Patológica, la que alternaba con igual trabajo en el Clínico Quirúrgico de 26 (Joaquín Albarrán). Ya en esa época empezaron a formarse alumnos ayudantes que posteriormente iban a ser los patólogos en ambos hospitales”.

Con la salida del país de miles de médicos a principios de los años 60, la docencia en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana quedó en crisis, por lo que en octubre de 1962 el doctor Borrajero fue convocado por el director del centro, conversó con él, destacó sus cualidades y le ofreció la plaza de jefe del Departamento de Anatomía Patológica.

Tal oportunidad tampoco fue desechada por el joven Borrajero Martínez, quien tendría que simultanear esas funciones con las otras que desarrollaba en los mencionados hospitales, además de que otra crisis de ausencia de médicos motivó también su traslado al Hospital General Calixto García, donde fungió como jefe de departamento. Por suerte a mediados de la década de los 60 se designó otro patólogo en el Joaquín Albarrán.

Docencia e investigación unidas

A finales de la década de los 60 comenzó la docencia dentro de los propios hospitales, por lo que en el Nacional y el Calixto García se convocó a alumnos ayudantes, médicos residentes, postgraduados, entre otros, para incorporarse a la especialidad de la Anatomía Patológica, y de esa manera se formó el núcleo original de los profesores que desarrollaron esa especialidad en La Habana y en el país entero.

“Fue una época muy intensa porque paralelamente se inauguraron hospitales en distintas provincias y había que dotarlos de especialistas, todos los que se graduaban los ubicábamos en esos territorios con el objetivo de desarrollar las instituciones y los nuevos centros docentes que fueron surgiendo”.

El profesor Titular y de Mérito de la Universidad de La Habana recuerda que en 1970 había más de 50 patólogos en funciones, y en 1986 ya eran 80, aunque seguían creándose hospitales y facultades, y todo eso demandaba apoyo docente y científico, por lo que paralelamente a la formación de especialistas se hacían los cursos para técnicos (cortos inicialmente), luego fueron de tres años y al final, cercano al 2000 se creó la licenciatura en Tecnología de la Salud como un estadio superior de la formación tecnológica.

Sin embargo, poco antes de la inauguración del Hospital Hermanos Ameijeiras, el profesor Borrajero se incorporó al asesoramiento para la creación del Departamento de Patología. “Cuando se inauguró el centro, este ya funcionaba y lo perfeccionamos con toda la complejidad de un hospital de excelencia; se creó el Centro de Referencia Nacional de Anatomía Patológica, al cual se remiten los casos complejos de las provincias, se estudian, y se envían los diagnósticos a los diferentes lugares del país.

“En anatomía patológica no se puede separar la asistencia médica de la docencia ni de la investigación; todos los docentes tienen que hacer tesis de grado con asesoría de los profesores, por lo que los dos primeros son la raíz nutricia de los trabajos de investigación. Y también desarrollamos la actividad científica de colaboración con el exterior, ahí tenemos un campo muy bien nutrido.

“Lo más difícil de la especialidad es la necesidad imperiosa del patólogo de tener un rigor metodológico en el estudio de los diagnósticos; la esencia es buscar las causas, mecanismos y alteraciones estructurales y funcionales que afecten un tejido u órgano y poner todo ese conocimiento al servicio del médico”.

Aún con tantas alternancias Israel Borrajero dice llevar una vida normal: “Tengo dos hijos, nietos, una esposa, y los he atendido con las limitaciones que impone a la familia una responsabilidad que demanda tanta dedicación”.

La mayor satisfacción para este hombre que mantiene una raíz irremovible con el campo es “la creación de 100 departamentos de anatomía patológica en el país, haber contribuido a la formación de patólogos y tecnólogos de la salud y brindar una asistencia médica dedicada y creo que calificada. Esa es mi verdadera vocación”.

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