El hombre se enfrenta siempre a sí mismo y los pobres, para subsistir, tienen que robarse entre ellos. Así resumió el crítico de cine francés André Bazin la perspectiva del neorrealismo italiano al evaluar el filme Ladrón de bicicletas.
El clásico de Vittorio de Sica (1948), con guion de Cesare Zavattini, está ambientado en la dura Roma de la posguerra, donde eran frecuentes las colas del paro, las calles repletas de mendigos y los comedores de la caridad… La película ha quedado como referencia a la hora de reflejar el dolor del desempleado.
Acercarse a la problemática del mercado laboral resulta siempre una empresa arriesgada. Y si la mirada se enfoca en el sector juvenil, la cuestión se complica aún más.
Cerca de 71 millones de personas entre 15 y 24 años de edad buscaron empleo en el 2016 sin conseguirlo. La cifra representa medio millón más que un año antes, con lo cual la tasa de desocupación en ese rango de edad alcanzó el 13,1 %, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
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Si bien este hecho resulta inquietante luego de una etapa en la que el desempleo juvenil fue en descenso, la situación representa solo “la punta del iceberg” de los problemas que enfrenta ese grupo etario con respecto al trabajo, de acuerdo con Steven Tobin, economista principal de la OIT.
Un informe del organismo titulado Perspectivas sociales y del empleo en el mundo (2016) esclarece que si bien una buena cantidad de jóvenes trabaja, los ingresos que reciben son insuficientes para salir de la pobreza. El mismo documento precisa que en los países emergentes y en desarrollo —los más afectados— unos 156 millones de ese sector poblacional viven en pobreza extrema o moderada, aun teniendo empleo.
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Además de los bajos salarios, las alternativas en puestos informales, temporales, o a tiempo parcial sitúan a las generaciones más nuevas en circunstancias vulnerables. En el 2014, por ejemplo, alrededor del 29 % de los jóvenes que laboraban a tiempo parcial y el 37 % de aquellos que tenían empleos temporales en la Unión Europea lo hacían de manera involuntaria, según refleja la investigación de la OIT.
A ello se suma la imposibilidad de estudiar, con lo cual aumenta el denominado grupo de los Ni-Ni (ni trabajan ni estudian). Una encuesta aplicada en 28 países del mundo muestra que casi el 25 % de las personas entre 15 y 29 años de edad entra en esa categoría.
El escenario se agrava para los inmigrantes y las mujeres, quienes afrontan mayores riesgos de explotación y discriminación. Las brechas sociales en ese sentido persisten cuando, solo por citar un caso, la tasa de participación en la fuerza de trabajo para los hombres jóvenes es de un 53,9 % frente al 37,3 % de las mujeres con la misma edad.
En ese contexto, impulsar políticas que fomenten la creación de empleos de calidad para los jóvenes resulta más que una necesidad, un deber.
El texto de la OIT llama a crear sociedades inclusivas y sostenibles, donde los programas de inserción laboral tomen en cuenta el olvidado componente de la juventud para el diseño de las intervenciones públicas. No obstante, las perspectivas que deja el informe para los próximos años son desfavorables, algunas se muerden la cola, como aquella idea esbozada por el crítico francés del pobre que se torna ladrón para subsistir.
La sociedad del siglo XXI tiene ante sí el desafío de buscar soluciones que trasciendan el mero estudio de la realidad. Ya no basta la mirada del neorrealismo italiano que desde la gran pantalla conmovía con los retratos de la tristeza al estilo de Sica en Ladrón de bicicletas.