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Para aprender de Historia

Mucho se ha hablado sobre la importancia de la enseñanza y el conocimiento de la Historia. Hay que seguir insistiendo en eso, aunque haya conciencia sobre la necesidad de promover, estudiar, analizar y reflexionar sobre esta materia, que en definitiva es una herramienta esencial para comprender el presente y proyectarnos hacia el futuro.

Los programas de todos los niveles de enseñanza la incluyen, en sus disímiles campos de estudio: Historia Universal, Historia de Cuba, Historia de América. Pero es preocupante la motivación de algunos profesores.

Si un alumno dice que la Historia es aburrida, la responsabilidad la tiene en buena medida su maestro, porque la Historia, que es un relato de grandes acontecimientos, puede ser entretenida, en dependencia de la manera en que se imparta. La Historia es apasionante. Y la labor de tantos buenos profesores demuestra que es posible enseñarla amenamente, sin caer en dogmatismos. La preparación de los profesores es primordial, pero también su compromiso con la asignatura.

Está claro: la escuela tiene una función esencial en la promoción de esta materia. Pero no puede estar sola en ese empeño. Algunos hablan de los medios de comunicación, en particular, la televisión. Por supuesto que ha habido buenas experiencias en la programación, pero otras no tanto, fundamentalmente por su poca factura.

Algo tenemos de nuestra parte: La Televisión Cubana, la radio nacional, nuestra prensa escrita dedican relevantes espacios a la Historia. Hay que ganar en el atractivo de las presentaciones, en la contundencia formal de los programas.

Lo mejor es que no partimos de cero. En todos los municipios de Cuba hay museos. Pocos países cuentan con una plataforma tan extendida e integral. Algunas de esas instituciones, que están encargadas del estudio y la promoción de la historia local, tienen efectivos planes de extensión cultural, llegan a las escuelas, a los centros de trabajo… Pero otras están como cerradas en sí mismas. Si la gente no va al museo, el museo tiene que ir a la gente, tiene que insertarse más en las dinámicas de la localidad.

La enseñanza de la Historia no puede comenzar en la escuela; tiene que hacerlo en la familia, desde que el niño es pequeño. Los padres, los abuelos pueden y deben inculcarles nociones básicas de nuestro devenir, pueden acercarlos a nuestros héroes y hechos históricos. Esa preocupación no puede ser solo de las instituciones, porque la Historia la hacemos todos.

 

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