Hace algunos días, con un colega extranjero, visité a un amigo en su puesto de labor y luego de los saludos de rigor, este último nos pidió que lo esperáramos unos minutos. Ambos tomamos asiento en un amplio salón, bellamente decorado, refrigerado y donde al menos siete u ocho compañeros parecían profundamente inmersos en su actividad profesional frente a sus computadoras. Algo no advertí, pero mi acompañante sí, y me lo hizo saber sin cortapisas: “Las pantallas de todas las PC en ese salón de trabajo muestran el mismo sitio. Todos están navegando en Facebook”.
Un ligero rubor recorrió mi cuerpo y de inmediato vino a mi memoria lo que muchas veces oí, fundamentalmente de personas mayores, con experiencia de trabajo en la Cuba prerrevolucionaria: “Ahora se trabaja poco; es imprescindible aprovechar más la jornada laboral, que cada persona sienta la necesidad de trabajar, pero necesidad asumida como imperativo para crecer”.
Más allá de falsas disquisiciones, de ambigüedades, reconocí la razón que le asistía —no una razón absoluta, aunque sí bastante aproximada a la verdad— y pensé de inmediato en lo impostergable de encontrar vías que coadyuven a aprovechar más la jornada laboral.
Entonces recordé el artículo periodístico en que un colega advertía que “tenemos una deuda: devolver el trabajo al altar que le corresponde en esta sociedad, como forma de reproducción de la riqueza material y espiritual y creación de bienestar…”.
El visitante puso el dedo en una llaga que, a la vista de todos, pero ladinamente, como cosa del día a día, aguijonea inmisericorde la economía nacional y, por tanto, también la salud financiera de nuestros bolsillos.
Con su observación no clamaba por el explotador sistema en que un obrero siquiera tiene tiempo para sus necesidades más apremiantes, ni aseguraba que eso sucedía en todas las unidades productivas o de servicios del país. Solo llamaba la atención sobre un aspecto de suma importancia, pues allí donde nos encontrábamos —y lo digo en buen cubano— “nadie estaba pinchando”.
Cual documental fílmico, por mi mente pasaron innumerables escenas en centros laborales de nuestra geografía, donde sobresalía el poco aprovechamiento laboral y la falta de exigencia de los jefes ante la pasividad colectiva. Todo ello en franca oposición a nuestro Código de Trabajo, entre los más avanzados del mundo en cuanto a protección laboral, pero que por sobre todas las cosas apunta hacia el crecimiento sostenido de la economía.
¿Ha comprobado usted el tiempo que dedica a merendar y almorzar? ¿Cuántas veces el horario de las reuniones de organizaciones políticas y de masas conspira contra la jornada laboral? ¿Cuántas veces usted “sale de compras” en su horario de labor? ¿Sucede asimismo en su centro lo que en el de mi amigo?
Esas, y otras, son preguntas que debemos hacernos, mucho más si sabemos que es un tema donde hay bastante tela por donde cortar, en especial cuando sobresale la falta de incentivos para trabajar, salario y otros fenómenos no menos importantes. Pero entre todas debería sobresalir una interrogante: ¿aprovecho eficazmente mi jornada?