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En su Colombia natal, Gabriel García Márquez es un símbolo nacional, la más idolatrada figura de la cultura de ese país, orgullo auténticamente popular… Pero el Gabo —como es llamado con cariño por millones de personas— es no solo el gran escritor colombiano, sino una de las cumbres de la literatura latinoamericana, de toda la literatura en castellano.
Es más, probablemente estemos hablando del más universal de los autores nacidos en este lado del Atlántico en el siglo XX.
Pocas veces la crítica, la academia y el público han coincidido con tanto entusiasmo al valorar los aportes de un escritor: lo de Gabriel García Márquez es un fenómeno indiscutible, más allá de los credos y las filiaciones de sus lectores. La suya brilló entre una legión de voces privilegiadas que volvieron a ubicar al continente, con su esplendorosa diversidad, en el mapa literario del mundo.
O sea, la América que recreó el Gabo en sus libros, es la de la magia desbordada, la que se formó (tierra de encrucijadas) en el crisol de culturas disímiles. Cultura nueva, de contrastes y confluencias.
Obviamente, muchos lo acompañaron en ese empeño; algunos antes que él, los que abrieron caminos. El creador de Macondo bebió de esas fuentes… y de otras tantas. Pero miró también la realidad de su gente, del lugareño aferrado a su terruño… y reinventó esa realidad con los mismos materiales que esa realidad prodigaba.
Las coordenadas literarias, ideológicas, políticas… están más que explícitas, poco novedoso se puede decir de él. Es uno de los escritores más estudiados por especialistas y académicos en todo el mundo. Pero es bueno regresar de cuando en cuando a su obra inmensa, que siempre reserva emociones, porque más que una construcción eminentemente racional, esa prosa parece fruto de un arrebato sentimental, que no escatima torrentes ocasionales.
De Gabriel García Márquez habría que reconocer su compromiso social, manifiesto en un periodismo militante y siempre de altísimo vuelo literario. Habría que hablar de su labor como promotor cultural… y en Cuba hay ejemplos concretos de ese ejercicio: ahí está la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
Y hablando de Cuba, no se puede olvidar su estrechísima relación con este país y su cultura, con la Revolución y con su líder Fidel Castro, con las peripecias de un devenir muchas veces accidentado, pero del que siempre se sintió parte.
Gabriel García Márquez cumpliría este lunes 90 años. Ya no está aquí, ley de vida. Pero su legado sí. Dentro de cien años lo más seguro es que siga deslumbrando a nuevos lectores. En él sigue latiendo América.
