“(…) la independencia de Cuba y Puerto Rico no es solo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo justo, a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república norteamericana. ¡Los flojos, respeten, los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes”.
Tal era el alcance estratégico de la guerra necesaria preparada por José Martí que estalló en tierra cubana el 24 de febrero de 1895.
El hilo de continuidad que esta gesta establecía con la librada por los fundadores de la independencia, se reflejó en el momento elegido para la creación del instrumento idóneo que la conduciría, el Partido Revolucionario Cubano, proclamado el 10 de abril de 1892 en coincidencia con la fecha en que se constituyó la primera República en Armas, en Guáimaro, en 1869.
Los pinos nuevos y los veteranos combatientes por la libertad se juntaron esta vez con el propósito de emprender una lucha decisiva para el futuro de Cuba y del continente, con la cual se intentaba cerrar el paso a las apetencias expansionistas del poderoso vecino del Norte. Esta lid, insistía Martí, se proponía, respecto a su antecesora, no solo sacudirse el yugo colonial español sino una nueva función, que consistía en contribuir al rescate, equilibrio y bienestar de Nuestra América, la cual concibió unida, y capaz de buscar por su historia propia, soluciones propias a sus problemas, sin imitaciones ni calcos de los norteamericanos.
“¿Cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?”, se preguntaba frente a quienes desde entonces pretendían tomar como modelo a esa nación, cuya verdadera esencia rapaz descubrió tempranamente.
Protagonistas de esa nueva gesta emancipadora fueron en la concepción de Martí “los pobres de la tierra”, con los cuales quiso echar su suerte: “el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”, aseguró. Fueron precisamente los humildes tabaqueros de la emigración los que formaron el núcleo fundamental del Partido y en patriótico desprendimiento aportaron una parte de sus exiguos salarios para la lucha; y hombres del campo y negros fueron mayoritarios en las filas del glorioso Ejército de Gómez y Maceo, que retornó a la manigua dispuesto a conquistar la independencia, sin reparar en sacrificios.
“Dicha grande”, fue la frase empleada por el Maestro para expresar su sentir al verse de nuevo en su tierra después de tan larga ausencia, involucrado en la gesta que organizó pacientemente aunando voluntades. Su temprana muerte en combate le impidió contemplar el fruto de su obra, truncada por la intervención estadounidense que intentó conjurar.
Pero durante los años que duró la contienda, el mundo fue testigo de las proezas de los cubanos en el campo de batalla, quienes se enfrentaron, apenas sin recursos, al poderoso ejército colonial español, en campañas militares tan audaces y brillantes como la de la Invasión de Oriente a Occidente, que despertó la admiración de muchos. Según el periódico estadounidense The Sun se acercaba más “a los prodigios de la leyenda que a los anales de nuestro tiempo”, y un general de la Guerra de Secesión afirmó que debía ponerse a Gómez y Maceo en la primera línea de la capacidad militar.
Igualmente la opinión internacional reaccionó ante la criminal política de Reconcentración con la que el capitán general Valeriano Weyler quiso liquidar el apoyo de la población rural a los mambises, lo que costó cientos de miles de víctimas mortales.
España invirtió en la conservación de su colonia más preciada hasta el último hombre y la última peseta, sin poder doblegar la rebeldía de los patriotas, sin embargo el peligro anunciado por Martí acechaba en espera del momento oportuno y este llegó, para dejar inconcluso el proyecto de independencia nacional y unidad continental frente al imperio, que se había propuesto llevar a cabo el Maestro a la cabeza de su pueblo.
Sin embargo, la línea de continuidad de la lucha no se detuvo. La sintetizó décadas después el mejor discípulo de Martí, Fidel, cuando dijo: “cada generación tiene sus fechas históricas. Si los mambises tuvieron el 10 de Octubre nosotros tuvimos nuestra fecha histórica el 26 de Julio; si ellos tuvieron el 24 de febrero, el inicio de la segunda Guerra de Independencia, eso exactamente significó para nosotros el desembarco del Granma”.
A bordo de ese pequeño yate llegó el nuevo Ejército Libertador que como el mambí se enfrentó a fuerzas muy poderosas hasta coronar con el triunfo la guerra necesaria y emprender una nueva tarea de grandes.