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¡Madre!

Por René González Barrios, Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

Inmerso en un mar de libros sobre nuestra gesta emancipadora en busca de los combatientes extranjeros en el Ejército Libertador, un tema recurrente, casi virgen por su tratamiento historiográfico, saltó a mi vista sin que fuese mi propósito: las mujeres cubanas en la epopeya. La mayoría de los testimoniantes mambises hubo de expresar sus impresiones de respeto y admiración por aquellas heroínas de extraordinaria estatura moral y vidas ejemplares.

«…la santa mujer cubana, compañera de nuestras glorias y de nuestros infortunios, se dispone a compartir con el insurrecto los azares de la lucha..»

 

Anónimas en su mayoría, sepultadas en el olvido por los cantos a la gran épica, fueron baluartes de cubanía, sufridas y firmes defensoras de la bandera y fuentes de permanente inspiración. El catalán José Miró Argenter, Jefe del Estado Mayor del Lugarteniente General Antonio Maceo, dejaba escrito en sus Crónicas de la Guerra de Cuba:

«…la santa mujer cubana, compañera de nuestras glorias y de nuestros infortunios, se dispone a compartir con el insurrecto los azares de la lucha. Ella no obtendrá recompensas ni aclamaciones; pero más heroica que el soldado, más intrépida en las grandes aflicciones, más resignada que el hombre, será la más tierna y conmovedora figura en el drama sangriento del país: se inmolará silenciosamente, para perderse su acción y su nombre entre las páginas incontables del martirologio cubano…».

La obra de la independencia estuvo arropada desde la cuna por las madres cubanas. Conmueve imaginar a las ilustres bayamesas que soñando en la Patria Libre, en excelso espectáculo, entregaron sus hogares a las llamas, antes que al poder colonial español, para marchar con sus hijos a los montes y serranías donde muchas de ellas y sus seres queridos, encontraron desolación y muerte.

El coronel Fernando Figueredo Socarrás, en La Revolución de Yara, rememoraba el dramático episodio de la prisión de la octogenaria madre mambisa del entonces Presidente de la República en Armas, Tomás Estrada Palma:»…Encontrándose Estrada en la Residencia de la Cámara desempeñando sus atenciones cotidianas, recibe la infausta noticia de que los españoles habían asaltado el retiro en que guardaba su reliquia adorada, su amada Yaya, que no obstante sus ochenta años había persistido y logrado acompañarle durante tres años de ruda contienda. El rancho en que habitaba su anciana madre fue objeto de un brutal asalto por parte de los españoles, quienes, después de robar e incendiar cuanto había, asesinaron a dos o tres hombres, llevándose a la Sra. Palma de Estrada. La noticia cundió con una velocidad extraordinaria, y cuando el hijo desesperado llegó al lugar, encontró solo escombros y cadáveres. Regresó al campamento donde, seis días después, recibe la nueva inesperada de que su madre había sido encontrada, después de abandonada por los españoles. Vuela el hijo a buscarla, y, efectivamente, aquella heroica anciana había sido abandonada por los españoles a consecuencia de haberse negado ella, con una energía increíble en una mujer de tantos años, a seguirlos; fue abandonada después de tres días de constantes fatigosas jornadas, bajo una lluvia torrencial. La anciana vagó sin rumbo por los bosques, manteniéndose con las frutas silvestres que encontraba al paso, hasta que extenuada por el hambre y la fatiga, resolvió no caminar más y esperar sus últimos momentos sentada sobre una roca. La casualidad hizo que un pasajero amigo la encontrase y la devolviese a su hijo. ¡Infeliz anciana! No tuvo fuerzas para resistir la emoción del encuentro y en los momentos de estrechar a su idolatrado Tomás en los brazos, murió con la misma santa tranquilidad con que había vivido…».
Gloriosa y mambisa fue también Lucía Íñiguez, madre del General Calixto García, quien, convencida de los valores inculcados a su retoño, se resistió a la noticia de saberlo prisionero de España.    Cuando supo que antes del fatídico desenlace y ante la ignominia de la prisión, el noble holguinero se había disparado para quitarse la vida, exclamó llena de admiración ¡Ese sí es mi hijo Calixto!

Gloriosa y mambisa fue también Lucía Íñiguez, madre del General Calixto García

 

María Dominga de la Trinidad Moncada, la madre del General Guillermón, emuló con su hijo en patriotismo. Con él se fue a la manigua en la Guerra Grande y acompañada de su hija Felipa se desempeñó como enfermera en los hospitales mambises. Varias veces guardó prisión en el castillo del Morro de Santiago de Cuba. Las autoridades coloniales pretendían que el gigante mambí depusiese las armas a cambio de la libertad de su madre. Ella, firme, se opuso siempre.

Quizá por ello, en venganza a su entereza, al finalizar la Guerra Chiquita un cañonero español interceptó el buque que la conducía a Jamaica y, en criminal decisión, abandonaron a su suerte en alta mar en un bote a Dominga, entonces de 70 años de edad, junto a su hija Felipa, tres mujeres más y cinco niños de entre los tres y 11 años.     Remando, la negra espartana condujo el bote a tierra donde nuevamente fue apresada y enviada a las mazmorras del Morro santiaguero. Los libertadores la bautizaron con el sobrenombre de «Mamá Dominga».

El 4 de junio de 1870, en plena manigua y bajo las leyes de la República en Armas, el General dominicano Máximo Gómez contrajo matrimonio con una cubana excepcional que lo acompañó hasta su muerte: Bernarda Toro Peregrin, Manana. De los 11 hijos del matrimonio entre Gómez y Manana, sobrevivieron seis. Panchito Gómez Toro caería en San Pedro de Punta Brava, como Capitán mambí, junto al Mayor General Antonio Maceo Grajales, el 7 de diciembre de 1896.

De la estirpe de esta mujer, da fe su respuesta a la propuesta de un Club de emigrados cubanos en New York en 1895, de enviarle una pensión a República Dominicana, donde residía entonces:»!Las que hemos dado todo a la Patria, no tenemos tiempo de ocuparnos de las necesidades materiales de la existencia. No debe gastarse con nosotros lo que hace falta para comprar pólvora!.

Isabel María de Valdivia, ilustre heroína, madre del Mayor General Serafín Sánchez, se fue a la guerra en el 95 con nueve de sus diez hijos adultos, seis hombres y tres mujeres, casadas estas con patriotas mambises. En la manigua fue maestra y ayudó a curar enfermos y heridos. Tenía entonces 68 años de edad.

Isabel María de Valdivia, ilustre heroína, madre del Mayor General Serafín Sánchez, se fue a la guerra en el 95 con nueve de sus diez hijos adultos

 

Entre todas las madres mambisas, destaca la figura egregia de la madre de los Maceo: Mariana Grajales. A ella se refirieron con respeto, admiración y verdadera devoción, los patriotas que la conocieron. El General Eusebio Hernández en poético arranque, recordaba «…la legión de leones amamantados por Mariana Grajales para Cuba…». El también General Enrique Loynaz del Castillo, amigo íntimo del General Antonio, a quien salvó la vida en San José de Costa Rica cuando aquel fuese víctima de un atentado, luego de destacar las virtudes de la inmaculada cubana que fue María Cabrales, la esposa del Titán, escribió:»…María Cabrales de Maceo, es honroso modelo de la mujer cubana. Ella apareció en el campamento entre los vítores de aquellos valientes orientales, que le conocían desde niña las virtudes, aún más admiradas en ella, que su irreprochable hermosura.

Iba por la montaña agreste y penosa, con sus compañeras: ninguna era más ágil para subir a la cumbre, ni más solícita para cuidar un enfermo. Solo Mariana Grajales, de quien gloriosamente puede decirse –como de Cornelia, “la madre de los Gracos”–, que ella fue “la madre de los Maceo”; solo aquella heroína se presenta con carácter distinto y majestuoso en la grandiosa epopeya. Porque ella aprendió de Esparta a decir a sus hijos: “Ya está curada tu herida; vuelve a las filas a cumplir tu deber!” Y al más niño, que le quedaba en la casa, mientras sus hermanos morían con heroísmo: “Y tú empínate, que ya es tiempo de que pelees por tu patria.” Esa fue Mariana Grajales, la venerada madre de los Maceo…».

Mariana cautivó a José Martí, que la visitó en Kingston, Jamaica, en dos ocasiones en octubre de 1892. Aquel encuentro de almas sublimes marcó al Apóstol, quien en mayo de 1893, víspera de un nuevo viaje por el Caribe y Centroamérica, escribiera al General Antonio Maceo: «…Ahora volveré a ver a una de las mujeres que más han movido mi corazón: a la madre de usted».

En mayo de 1943, en el aniversario 50 de la muerte de Mariana, por iniciativa del entonces alcalde de La Habana, José Castillo Rodríguez, el Día de las Madres le fue dedicado. En la convocatoria al homenaje patrio, expresaba: «…Ella, Mariana Grajales, que es símbolo y es ejemplo, que es amor maternal sin egoísmo y es también amor a Cuba, ha de recibir, como concreción simbólica a las madres cubanas, el emocionado homenaje de toda la nación».
Durante años, el pueblo identificó a la heroína con los más excelsos calificativos: Madre de los Maceo, Madre de todos los cubanos, Madre de la Patria, Madre de Héroes, Madre heroína, Madre ídolo, o con el martiano título de Raíz del alma cubana.

Quienes visitan el cementerio santiaguero de Santa Ifigenia, multiplicado en su magnetismo con la perpetua presencia en él de nuestro Comandante en Jefe, no pueden dejar de visitar su tumba sagrada.

Sobre Mariana, el 3 de diciembre pasado expresaba el General de Ejército Raúl Castro Ruz, su sentimiento íntimo: «…Mariana Grajales, madre de los Maceo, y me atrevo a improvisar en este acto, que también madre de todos los cubanos y cubanas». Días después, en sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, en ocasión del fallecimiento de Fidel, expresó: «…pensaba en Mariana, muerta en el exilio, madre de una nación…».

Tienen los pueblos sus paradigmas que nacen de la voluntad popular, del imaginario y del corazón, no de imposiciones o decretos. Por ello Carlos Manuel de Céspedes es el Padre de la Patria, José Martí el Apóstol de la Independencia, Antonio Maceo el Titán de Bronce, Máximo Gómez el Generalísimo, Camilo Cienfuegos el Señor de la Vanguardia, Ernesto Guevara el Guerrillero Heroico, Fidel Castro el Comandante en Jefe y Mariana Grajales la Madre de la Patria.

Al conocer la noticia de la muerte en Kingston el 27 de noviembre de 1893, de la anciana admirable, José Martí escribió en Patria: «Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias del ayer, y de las esperanzas de hoy, vió Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña…».

Y concluía:»…Ella quería que la visita se llevase alguna cosa de sus manos; ella lo envolvía con mirada sin fin; ella lo acompañaba hasta la puerta misma; ¡premio más grato por cierto, el del cariño de aquella madre de héroes que cuantos huecos y mentirosos pudiese gozar en una sociedad vil o callosa la vanidad humana! Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra: ¡Madre!».

Tomado de la Agencia Cubana de Noticias

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