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Una viviente genialidad del Che

Ciego de Ávila es hoy líder en la emulación nacional de la contienda azucarera, osadía de los trabajadores del sector, y esencia de la idea genial de un hombre preocupado por buscarle a la mocha una sustituta más productiva porque él decía que cortar y alzar caña a mano era cosa de esclavos. 

Che, en su faceta de ministro-operador en 1963. Foto: Korda

 

A inicios del triunfo de la Revolución cubana, esta provincia tenía la menor cantidad de macheteros en el país. En aquel tiempo, un héroe de tantos combates por la liberación de la Patria, guardó la boina, se puso un sombrero de guano y empuñó el timón de una de las primeras cosechadoras de producción nacional, muchas de ellas ensambladas en talleres de los centrales del territorio provincial.

El Ministro de Industrias dejó las comodidades de las oficinas en La Habana para andar guardarraya adentro durante aproximadamente una quincena, mayor etapa de trabajo voluntario protagonizada por él, en cañaverales de Ciego de Ávila.

El entonces director de la Empresa Consolidada del Azúcar, Alfredo Menéndez Cruz, antes de su desaparición física, declaró que el doctor Ernesto Guevara de la Serna, tripuló brevemente uno de aquellos incipientes equipos en el central Patria o Muerte (hoy museo), donde se efectuó el primer ensayo oficial del corte y el alza de la caña en diciembre de 1962, pero se comprobó que esa unidad contaba con áreas muy reducidas y todas con regadío.

“Era necesario observar también el funcionamiento de las cortadoras en terrenos con régimen de secano. Por eso, el Comandante Guevara orientó trasladar las labores hacia los campos del central Ciro Redondo, acreedor además de una elevada capacidad de molida, cañaverales de distintos arrobajes y talleres adecuados para la atención a las máquinas”, enfatizó Menéndez.

Así dejaron de estar en el anonimato las fértiles tierras de la finca La Norma, del municipio de Ciro Redondo, donde el 4 de febrero de 1963, trascendió el inicio definitivo de la mecanización cañera en Cuba.

De la sencillez, la honestidad, el compañerismo y  la férrea voluntad del ministro-operador, son testigos Clara Opizo Ruiz, primera mujer tripulante de una máquina cosechadora; Gustavo Collazo Valdés, normador; Miguel Iparraguirre, técnico de campo, y otros lugareños compañeros de faenas del Che, devenidos en historias vivientes de aquella epopeya económica en los surcos.

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