Arcilla, barro, agua, sudor, deseo… Santa María del Puerto del Príncipe. Tinajones, iglesias, plazas, leyendas… Camagüey. Ayer villa de pocos, hoy ciudad-madre de muchos. A sus 503 años de fundada, la “suave comarca” que evocara Nicolás Guillén, no deja atrás sus esencias. Un 2 de febrero de 1514 nació y un 2 de febrero del 2017 renace en encantos.
Bien lo asegura Mercedes Oliva, desde la objetividad que le brinda la distancia. “Nací aquí y me fui siendo muy joven. Hace 25 años que no volvía y me parece haber llegado a otro lugar. Los ríos ya no son cloacas, puedo transitar por calles como República y ver otra imagen en las casas, en las cuarterías… ”
Su asombro tiene razones tangibles, que intento explicarle dejando a un lado lugares comunes. El “nuevo Camagüey” –aún distante del sueño de sus habitantes– es resultado del trabajo de muchos, comenzando por las autoridades del territorio y la Oficina del Historiador de la Ciudad, donde se piensan proyectos que van más allá de las fechas de celebración.
Gracias a tantos días de labor hoy los agramontinos cuentan con mejores mercados, con calles y plazas engalanadas, con sitios históricos rescatados y construcciones con nuevas funciones.
Ya la Plaza de los Trabajadores, por ejemplo, no es el coto exclusivos de autos, ómnibus y hasta camiones, como en otros tiempos, ni está tan lejano el día en que el Centro Histórico sea un sitio para transitar, sin sobresaltos, en familia.
También nuevos hoteles engalanan el centro histórico y auguran más turismo y crecimiento económico y edificaciones casi perdidas, como la antigua terminal de ferrocarriles que pronto resurgirá como museo temático rescatando la historia de los trenes en Camagüey.
Defender las identidades, lo original, las tradiciones e imbricarlas con lo nuevo, lo moderno es la intención primigenia de cada uno de los actores principales de esta nueva ciudad que surge.