Por Alejandro Benítez Guerra, estudiante de Periodismo
De la pluma de José Martí no escapó ninguno de los acontecimientos que lo rodeaban. La juventud en Cuba, la crueldad de las canteras de San Lázaro, la vida en España, las Escenas norteamericanas, la lucha por la independencia.
Aunque no era asiduo a la práctica deportiva, el interés que esta despertaba en la fanaticada lo llevó a cronicarlas en distintas ocasiones, para beneficio de los periódicos con los que entonces colaboraba.
Su falta de experiencia en la materia la suple con el genio literario, la descripción minuciosa y el análisis filosófico. No fue un simple cronista de la época. Prefería el deporte sano, con fines lúdicos, útil para el ser humano en tanto fortalecedor de su cuerpo. “La mente ha de ser bien nutrida –escribió en La Nación, de Buenos Aires, en 1893-, pero se ha deber de dar, con el desarrollo del cuerpo, buena casa a la mente.”
Sus crónicas deportivas datan de su tiempo en los Estados Unidos. Así se refirió, para la argentina La Nación, al béisbol: “Ni los juegos de pelota han interesado tanto a este año, aunque hay peloteros que han dejado la Universidad para pelotear como oficio, porque como abogados o médicos, los pesos serían pocos y les costaría mucho trabajo, mientras que por su firmeza en recibir la bola de lejos o la habilidad de un macanazo a tal distancia que puedan mientras la devuelven dar la vuelta al macanero a las cuatro esquinas del cuadrado en que están los jugadores, no solo gana en la nación, enamorada de los héroes de la pelota, y aplausos de las mujeres, muy entendidas en el juego, sino sueldos enormes, tanto que muchos peloteadores de estos reciben por sus dos meses de trabajo más paga que el director de un Banco, o regente de universidad, o secretario de Washington.”
Martí critica el carácter mercantilista, exclusivista y discriminatorio de las actividades deportivas, convertidas frecuentemente en escenas grotescas llevadas a cabo únicamente por el afán de la recompensa en metálico. Muchos atletas profesionales competían por sueldos risibles, cuando el verdadero negocio residía en las apuestas.
Por la prosa del maestro, además de la pelota, desfilaron el boxeo, la esgrima, el fútbol americano, regatas, atletismo, carreras de caballos, ajedrez, este último practicado por él mismo.
En 1888 escribió para El Economista Americano: “… al caer la noche (…) Es la hora de los alcances, de las últimas noticias. La población está de vela en las casas. ¿Qué yatch triunfó en la regata? ¿Qué peloteros ganaron, los de New York, que tienen el bateador que echa la bola más lejos, o los de Chicago, cuyo campeador es el primero del país, encuchillado fuera del cuadro, mirando el cielo para echarse con ímpetu de bailarín a coger en la punta de los dedos la pelota que viene como un rayo por el aire? ¿Y qué caballo sacó la carrera? ¿Y cómo estaban, qué dicen, que está moribundo, el pugilista John Sullivan, la bestia bípeda de cuerpo apolíneo, roído en lo interior de tanto beber, como roe el fuego la yesca? Aquí eso apasiona: pelota, yatch, pugilistas, caballos…”
El gigante de Troya contra el mozo de Boston
El boxeo fue el deporte al que más hizo mención el Apóstol. Coincidió en época con John L. Sullivan, púgil bostoniano de origen irlandés, último campeón estadounidense de peso pesado sin guantes, y primero con ellos.
Martí reseñó, en 1882, su pelea con Paddy Ryan, en la que Sullivan alcanzó la corona que conservaría durante diez años:
“Aquí los hombres se embisten como toros, apuestan a la fuerza de su testuz, se muerden y desgarran en la pelea, y van cubiertos de sangre, despobladas las encías, magulladas las frentes (…) Así acaban de luchar el gigante de Troya y el mozo de Boston. Así ha rodado por tierra, ante dos mil espectadores, el gigante, inerte y ensangrentado.”
Entonces el boxeo se practicaba sin guantes ni algún otro mecanismo de protección. Desnudos los torsos, los contendientes se peleaban hasta que solo quedase uno en pie sobre el suelo de tierra, encerrado en un cuadrado de estacas y sogas de veinticuatro pies de lado.
Martí aborrecía esas escenas de brutalidad extrema, innecesaria, y más aún a las multitudes deshumanizadas que se agolpaban para disfrutar de la batalla como si del circo romano se tratase, o apostarlo todo la vida de un hombre.
“Así se espantan los ojos (…) de ver como las artes de la pintura y la imprenta lamen sumisas los pies rugosos de estas bestias humanas, y copian y celebran al bruto magnífico, y le espían anhelantes en el instante en que (…) ensaya en una bola de cuero, que envía bamboleando al techo del que cuelga por una fajilla de cuero, los golpes que ha de dar luego, entre hurras y vítores, en el cráneo crujiente.”
Las 600 millas
El Maestro tuvo la oportunidad de cubrir una prueba de atletismo desarrollada en Nueva York que, por la naturaleza de sus reglas, excede el límite del hombre común. Se trataba de recorrer seiscientas millas en seis días y noches consecutivas.
Martí narró el curioso espectáculo de los primeros días y los dolorosos instantes del final, producto del sobrehumano esfuerzo que los atletas debían hacer para lograr la casi utópica meta.
Solo uno de los sesenta y cuatro participantes logró alcanzar la marca de las seiscientas millas –más de novecientos kilómetros- y uno se quedó en quinientas sesenta y cuatro. Con fuerza descriptiva y narración literaria el Apóstol retrató en prosa el extraño espectáculo, muy atractivo para el público.
“(…) apretados los codos a ambos costados, cerrados los puños, jadeante la faz y llagados los pies, tajan el aire en una carrera los caminadores, que en torneos por dineros, comparten con sus hazañas repugnantes, su faz marmórea, y sus ojos salidos de las órbitas, la admiración de un público enfermizo que ha aprendido a mirar sin dolor las lastimaduras de los pies y del alma.” (La Nación, 1988)
Pelota de Pies
El fútbol americano, llamado por Martí, “pelota de pies” –traducción al español del inglés football- fue otro de los deportes reseñados por el Maestro, quien describió en 1885 a los lectores de La Nación un juego de este deporte entre las prestigiosas universidades de Princeton y Yale, vencedores los últimos.
“Este pega: aquél acude a impedir que la bola entre, (…) uno se echa sobre la bola (…) los diez, los veinte, todos los del juego, trenzados los miembros como los luchadores del circo, batallan a puño, a pie, a rodilla, a diente. Se asen por las quijadas: se oprimen las gargantas: se buscan las entrañas, como para sacárselas del cuerpo: resuenan, como duelas de caja rota, los huesos de los pechos.”
Notamos en sus palabras, otra vez, esa aversión por todo juego que signifique violencia inútil, sin gracia ni propósito. Distintas palabras tendría para la esgrima, que “aumenta y ordena las facultades del hombre” (Patria, 1895).
Por supuesto, la esgrima es un deporte útil, a la vez que elegante. Su correcto empleo puede hacer libres a los pueblos. Así escribió en el periódico Patria sobre el esgrimista y maestro de armas, Lorenzo García: “Es alto, de ojos seguros, flexible y ágil como el florete que maneja. Pálido y cortés, asida la empuñadura y victoriosa la cabeza, Lorenzo de Armas es un caballero de la libertad. La libertad se hace a tajos, como las estatuas.”
Jugador de ajedrez
No se sabe cuándo o cómo aprendió José Martí a jugar ajedrez, que por entonces no estaba al alcance de todos. Probablemente haya sido en casa de su mentor, Rafael María de Mendive.
En España, donde este deporte tenía gran popularidad entre los hombres de poder, puede haberlo practicado, pero no fue hasta su llegada a México que se tienen testimonios de la afición del Apóstol por el juego ciencia.
Por entonces comenzó a frecuentar la casa de un emigrado cubano cuando la Guerra de los Diez Años, asiduo trebejista. Viudo, el hombre vivía con sus tres hijas. Su nombre era Francisco de Zayas-Bazán, con cuya hija Carmen se casaría Martí.
En Guatemala proseguiría la práctica del deporte, tablero de por medio con el general y expresidente de la república, Miguel García Granados, cuya hija, María, pasaría a la posteridad en los versos martianos como La niña de Guatemala.
De su estancia en México es la historia del encuentro entre el maestro y el niño prodigio –de solo siete años- Andrés Ludovico Viesca, famoso por esos lares por su dominio del juego ciencia.
El ajedrecista y periodista cubano Andrés Clemente Vázquez reseñaría la partida que sostuviera el Apóstol con el infante, ganada por este último, si bien el cronista señala que “los señores Martí y Mendiola –también perdedor de su lance- jugaron con su contrario, inspirándose en el benévolo propósito de ver hasta donde llegaban las fuerzas del inteligente niño”.
A continuación reproducimos la partida de Martí, tal y como la reseñara Clemente Vázquez:
Blancas: Niño Viesca Negras: José Martí
- P4R P4R
- CR3A P3AR
- P4D CD3A
- P5D CD4T
- CD3A P3AD
- PxP PCxP
- A3R C2C
- AR4A CR3T
- D3D A4A
- 00 P3D
- P3TD AxA
- PxA C4AD
- D2R A5C
- P4CD AxC
- DxA C2C
- A6T D2A
- TD1D 00
- AxC DxA
- TxP D1C
- TR1D C2A
- TxPAD T1D
- TxT CxT
- T5A C3R
- T5D D1AD
- T3D C4C
- D5A D5A
- D7D CxP
- D5D DxD
- CxD P4C
- C7R R2A
- C5AR P5C
- C6T R3R
- CxP C3D
- R2A P5R
- T4D C4C
- TxP R4A
- T4AR R4C
- CxP CxP
- CxP R3C
- C6A CxP
- P3CR T1CD
- C5D T1R
- T6A R4C
- P4T R5C
- T4A R6T
- P5T!! T4R
- T4T ++