El tiempo se le detiene, todavía, cuando recuerda aquellos momentos. Sandra, su pequeña, no podría ser todo lo que había soñado para ella. El diagnóstico fue duro, serio y sin retorno: una rara enfermedad genética, el Síndrome de Kabuki, sellaría su futuro.
Pero cuando la niña cumplió los cuatros años todo cambió para Nagda Denis de la Cruz Mendoza, su madre. “La llevé a la escuela especial Nguyen Van Troi, en la cabecera municipal de Camagüey. Cuando llegamos no podía comer sola, ni hablar ni controlar su esfínter. Gracias al amor que ha encontrado aquí, hoy es otra: canta, conversa y se desarrolla casi normalmente”.
Con amor…
Sandra es una de los más de mil 700 escolares con necesidades educativas especiales de la provincia de Camagüey que gracias a una educación inclusiva y gratuita, establecida hace 55 años por la Revolución, logran reinsertarse en la vida social del país.
La escuela es como una preparatoria para los pequeños. Se les dan clases hasta el noveno grado, que equivale a un sexto. Luego algunos se unen a una escuela de oficio o se insertan laboralmente.
Para lograr ese vínculo en la sociedad en la Nguyen Van Troi funcionan cinco talleres que incluyen el trabajo con metales, carpintería, agronomía, confecciones textiles y economía doméstica. Según el profesor Armín Rivero González, subdirector de formación laboral, esto es fundamental, ya que les da seguridad y les enseña valores como el compañerismo.
“Los talleres –continúa Rivero González– les permiten desarrollar habilidades, algo fundamental en la vida futura, tanto en el hogar como en el trabajo. Para ello se garantizan al menos las herramientas, no así la materia prima que necesitan para trabajar, la cual, muchas veces, resolvemos con familiares y profesores.
“Pero es una gran satisfacción cuando los escuchas decir que podrán ayudar a sus familias; se sienten responsables”.
… y trabajo
A sus 21 y con apenas dos años de experiencia, Sadys Burán Guevara está convencida de que “ser maestra de este tipo de enseñanza es el mejor trabajo del mundo, solo hay que tenerle amor y paciencia. Los niños necesitan mucho de nosotras, y debemos tener una dedicación muy especial para explicarles las veces que sea necesario un mismo contenido. Para ellos esto es como su casa, su familia”.
Y así se lo reafirma el recuerdo de Josué, un pequeño que llegó sin querer hablar ni comunicarse, y hoy apela a las miradas y los abrazos para demostrar la alegría que vive desde su pupitre del primer grado.
“Llevo 36 años atendiendo a estos niños y todavía cada mañana me parece un reto –resume Clara Marina González Vázquez, la directora–. Cuando uno está delante del aula tiene que enseñar a su modo, a su paso. Educar como ellos necesitan, no como lo queremos nosotros”.