Fotos: José Raúl Rodríguez Robleda
Aunque cuesta trabajo creerlo, Andrés Aldama era un niño tímido, “un poco cobarde”, dice, que sentía miedo ante un grupo de muchachos guapos que vivían en el central Puerto Rico libre, en Unión de Reyes. Un buen día embulló a sus amigos del barrio para practicar boxeo en Alacranes y aprender a defenderse.
Todos le hicieron caso y lo acompañaron, pero solo él llegaría a los planos más estelares e impondría respeto en su entorno y el mundo: subcampeón olímpico en Montreal 1976 y monarca cuatro años más tarde en Moscú. Con una zurda prohibida para pegar por la fuerza que descargaba, el pugilista decidió contarnos parte de su historia durante casi una hora de confesiones y emociones, cargada de sensibilidad extrema.
“A los ocho meses de haber comenzado en el boxeo, el profesor Gustavo le dijo a Antonio Peñate, uno de los mejores entrenadores de Matanzas: ‘llévate a Aldama que ha adelantado demasiado’. Y pasé a la academia municipal, donde estaban José Gómez, Roberto Isasi, Norberto Gómez, entre otros.
“Ganaba todas las peleas y me subieron rápido al equipo provincial. Allí estuve dos o tres años hasta que un día llamaron de La Habana para pedir dos zurdos que tuvieran calidad, pues en el equipo nacional no había boxeadores de esa mano. Nos llevaron a Roberto Isasi y a mí.
“La primera impresión al llegar a la finca fue fuerte. Tenía solo 18 años y estaba rodeado de campeones como Emilio Correa, Alberto Montoya, Teófilo Stevenson, entre otros. Muy rápido saqué una conclusión: quiero ser como ellos. Mi paradigma era Correa porque era fajador arriba del ring. Desde el inicio tuve a Sarbelio Fuentes como entrenador y la gente supo que pegaba durísimo”.
Ascenso y salida
“Después de ganar el Cardín de 1976 me incluyen en el equipo olímpico (63,5 kg). Era una responsabilidad tremenda, pero fui a Montreal y gané plata al perder con Ray Leonard (EE.UU.), a quien le estaba peleando bien en el primer y segundo asalto, pero me descuidé y me metió nocaut en el tercero.
“Luego, en 1978, fui al campeonato mundial en Yugoslavia y caí discutiendo bronce. Me costaba trabajo ya hacer el peso. Después ascendí a los 67 kilos y estaba más fuerte. Así gané los Juegos Panamericanos de 1979 y me titulé en Moscú, donde paseé la distancia y nadie me hizo resistencia. Estaba en plenitud de forma.
“Desaparezco rápido, 1981-1982, porque se me fracturó la mano y cada vez que golpeaba me dolía mucho. En el hospital Frank País quisieron operarme, pero dije que no y me retiré. Tenía una zurda prohibida y temía perder esa fuerza. En Cuba poca gente tiraba el gancho como yo. Así que pedí la baja y vine como entrenador para la academia de donde había salido”.
Jabs cortos al rostro
¿Le gustaba noquear? “Sí, disfrutaba ver a la gente en el piso, pero me ponía mal si el noqueado era yo”.
¿Un recuerdo con Fidel? “Cuando perdí en el mundial, al recibirnos en el aeropuerto me dijo: si hubieras ‘jabeado’ un poquito más la pelea era tuya porque él era más bajito. Y tenía razón. Le encantaba el boxeo y siempre daba aliento a pesar de las derrotas”.
Escuela cubana, ¿diferencias y figuras actuales? “Los resultados siguen porque se han mantenido la disciplina y el rigor. Robeisy Ramírez me impresiona mucho. Es guapo e inteligente. Sabe cuándo se puede ser estilista y cuándo hay que boxear y fajarse. También le veo mucho futuro a Andy Cruz”.
¿Pelotero también? “Era pítcher de los Alacranes. Y era bueno, no como en el boxeo, pero llegué a participar en los Juegos Escolares con el equipo provincial, categoría 15-16”.
¿Cómo convive con la fama? “La gente me detiene en la calle para preguntar de cualquier deporte. Siento que me quieren, a pesar de los 36 años de mi oro olímpico y que nunca he dado entrevistas tan largas como esta porque creo que no hablo bien”.
¿Perdida la medalla olímpica? “Di todas mis medallas para el Museo del Deporte en La Habana y se perdieron allá. Dicen que se las robaron. Lo cierto es que no se las puedo mostrar a nadie. La suerte es que ahí están los periódicos y las fotos”.
¿Un gran amigo? “Me llevaba con todos, pero mi hermano del alma era Adolfo Horta. Si había que tomarse dos tragos escondido, lo hacía con él. Sentí mucho su muerte el año pasado”. (Salen las lágrimas en los ojos).
¿Y el miedo a los guapos? “El boxeo fue por eso, para vencer aquel miedo, pero al final salí mejor persona. Y lo agradezco”.