“Decían que no había huelga y hay huelga. Decían que yo no hablaría y estoy hablando” fueron las desafiantes palabras que pronunció desde la tribuna del Centro Obrero de la calle Dragones 104, un hombre que había aparecido de repente aquella noche, vestido de overol, ardiendo en fiebre y rodeado de trabajadores.
Se trataba de Rubén Martínez Villena, el organizador del paro que ya era una realidad, aunque el tirano Gerardo Machado se había jactado de que bajo su Gobierno ninguno duraría más de un cuarto de hora. Era el 20 de marzo de 1930. La huelga general duró 24 horas y pasó a la historia como el primer combate de masas directo contra el machadato.
Amenazado de muerte, Rubén salió de Cuba, por orientación del Comité Central del Partido, y partió vía Nueva York hasta la Unión Soviética donde tuvo que ingresar en un sanatorio para atender su salud, quebrantada por la tuberculosis.
Siete años atrás, en 1923, Rubén había recibido su bautizo político en la llamada Protesta de los Trece, ocurrida en la Academia de Ciencias, en un acto organizado para rendirle homenaje a la escritora uruguaya Paulina Luisi. El secretario de justicia que había apoyado un escandaloso negocio del Gobierno de Zayas, era el encargado de presentarla, y Rubén lo interrumpió para convertirse en el vocero de la repulsa a la corrupción del régimen.
Inmediatamente después, en un café aledaño, redactó un manifiesto donde quedó plasmado que la protesta les aportaba “una fórmula de sanción social y de actividad revolucionaria a los intelectuales cubanos”. Su Mensaje Lírico Civil, derivado de este acontecimiento, se convirtió en un vibrante llamado a la acción: Hace falta una carga para matar bribones/ para acabar la obra de las revoluciones/ para vengar los muertos que padecen ultraje/ para limpiar la costra tenaz del coloniaje.
Sus ansias de lucha se vieron frustradas con el fracaso de la insurrección a la que se había entregado de lleno desde el Movimiento de Veteranos y Patriotas. Cuando se entrenaba en Estados Unidos para pilotar un avión destinado a bombardear el Palacio Presidencial, fue detenido. Al ser absuelto, se empleó como obrero en una fábrica de cerveza para obtener de sus propias manos el dinero para el regreso. Así valoró el resultado de este episodio: “¿Es posible que termine todo en un cubaneo con agasajos y zalemas mutuos entre los honrados vencidos y los cínicos envalentonados? Allá los que busquen ahora el camino sucio pero fácil de la política en uso, y hasta aprovechen la popularidad que adquirieron combatiéndola para atrapar en ella un acta de representante u otra posición por el estilo… Yo sé que soy de los inquebrantables”.
El verdadero camino lo encontraría Rubén a través de su amistad con Julio Antonio Mella y el contacto con otros revolucionarios, su participación en la Universidad Popular José Martí, la Liga Antimperialista y su vínculo con los trabajadores, al servicio de los cuales puso sus conocimientos de abogado hasta convertirse en asesor legal de la Confederación Nacional Obrera de Cuba.
Pronto se integró a las filas de los comunistas y llegó a erigirse por su prestigio y méritos en la figura más descollante del Partido y del movimiento sindical cubano de su tiempo.
En 1928, desde su exilio mexicano, Mella concibió la organización de una expedición armada para derrocar a Machado, para lo cual contaba con los comunistas cubanos y una organización de oposición; Rubén estaba al tanto del plan, pero este fracasó por una delación y Mella fue sentenciado a muerte por Machado.
Su asesinato impactó profundamente a Villena. El manifiesto del Partido en protesta por el crimen lo redactó él y en medio del dolor les trasmitió a las masas un mensaje de aliento y de combate.
Cuando en la URSS Rubén supo que su mal no tenía cura, decidió regresar a la patria a entregarles sus últimas energías a la clase obrera y al Partido Comunista, como él mismo expresó, y tuvo la satisfacción de haber participado activamente en la huelga que derrocó al Asno con Garras.
La última aparición pública de Villena fue en septiembre de 1933, cuando desde el balcón de una casa se dirigió a la multitud, congregada en la calle Reina, que conduciría las cenizas de Mella hasta un obelisco en el Parque de la Fraternidad. Los manifestantes fueron reprimidos brutalmente, perdió la vida el pionero Paquito González y muchos obreros fueron heridos o detenidos.
No obstante, la lucha prosiguió y Rubén se entregó de lleno a los preparativos del IV Congreso de Unidad Sindical y solo aceptó ingresar en un sanatorio cuando el Congreso ya estaba convocado. En medio de las sesiones se conoció la noticia de su fallecimiento el 16 de enero de 1934. Sus restos fueron velados en el Palacio de los Torcedores donde decenas de miles de trabajadores le rindieron postrer tributo. Por primera vez en su entierro se entonaron por una multitud las notas de La internacional, que había sido traducida por el propio Villena.