“El más educador, el ejemplo de toda mi vida fue Fidel. Almeida expresó que era como un guerrillero a la ofensiva, y yo digo que sobrepasó el ámbito militar, porque también lo fue para las construcciones, para la salud, para la agricultura…”.
Con esas sencillas frases califica al líder histórico de la Revolución alguien que bebió de la savia de quien lo guió en la doctrina del trabajo, la disciplina y el decoro.
Cándido Palmero prefiere hablar en presente del Comandante. Así fue hace unos días, cuando él y fundadores del contingente Blas Roca Calderío, al frente del cual estuvo por varios años, y algunos de sus actuales dirigentes, intercambiaron con una representación del colectivo de Trabajadores, movidos por el interés mutuo del homenaje al que sigue estando entre nosotros.
La historia de aquellos constructores está muy ligada a Fidel. Por espacio de dos horas oímos anécdotas que los vinculan, y que compartiremos en la próxima edición, pues en esta reflejaremos vivencias de trabajadores, jubilados y estudiantes, sobre visitas a centros laborales y educacionales y encuentros fortuitos con el invencible Comandante.
Fidel y la prensa
¡Caballeros, llegó Fidel! El anuncio corrió de boca en boca para inundar de júbilo a los trabajadores de la Agencia de Información Nacional (AIN) que celebraban el XV aniversario de este medio de prensa, en el círculo social obrero José Antonio Echeverría.
¿Qué impulsó al Comandante en Jefe a dedicar parte de su ocupado tiempo para compartir el agasajo, ya avanzada la noche del 20 de mayo de 1989?
Todo había comenzado en la mañana de ese día, cuando los corresponsales de la AIN en las provincias recorrían Expocuba y, quiso la suerte, que allí estuviera reunido el líder revolucionario, recuerda en su reseña la periodista Nayda Sanzo.
Tal coincidencia no podía desaprovecharse y decidieron esperarlo. A la salida de su encuentro de trabajo, Fidel no solo atendió al sorpresivo grupo; fue quien más preguntó.
Ileana Borges, jefa de la filial camagüeyana de la hoy Agencia Cubana de Noticias, recuerda: “Es asombroso cómo inquiría de todo, sobre cuestiones específicas, con un dominio tremendo de la geografía, de la economía, de las características de cada sitio”.
La improvisada conferencia mostró al más grande de los periodistas cubanos que aquellos corresponsales estaban bien al tanto de lo que acontecía en sus respectivos territorios. Entonces, uno de ellos lo invitó a la fiesta en el Echeverría.
Por funcionarios que estaban junto a él, se supo que al final de la agotadora jornada Fidel indicó: Vamos a saludar a los compañeros de la AIN, que son modestos y laboriosos. Durante el breve paso por la festividad nocturna, uno de los presentes le extendió un papel donde escribió: “Con un saludo caluroso y fraternal para los excelentes trabajadores de AIN”.
Luchar, trabajar, ahorrar y esforzarnos
Así enfatiza Fidel en la carta que envió en 1982 a los trabajadores de la Empresa Salinera de Guantánamo.
El tiempo ha hecho estragos en el texto y la tinta con que lo firmara se ha ido borrando, pero el mensaje aún está vigente para el colectivo laboral, que la guarda con celo y le hace honores con la mejor actitud: cumplir todos los indicadores productivos según señaló Jorge Luis Bell Álvarez, director general de la Empresa Nacional de la Sal, con quien contactamos cuando supimos de la existencia de esta misiva, que nos llegó con la ayuda del Grupo Geominsal.
Soy fruto de la cantera sembrada con su optimismo, dedicación y esperanza en la juventud
Olga Lidia Hechavarría López, Máster en Ciencias Químicas, confiesa sentirse privilegiada por haber intercambiado con Fidel en dos ocasiones, el mismo día, cuando estudiaba en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Mártires de Humboldt 7, en el entonces municipio habanero de San Antonio de los Baños.
Corría el año 1987 y ella cursaba el 11.o grado. Un día, casi cayendo la noche y ante el asombro de los muchachos, el Comandante en Jefe entró por el pasillo central de la escuela. Había ido a interesarse por el centro, las condiciones de vida de los estudiantes, de los profesores. Olga iba saliendo del comedor y tuvo la dicha de que durante la charla amistosa que el líder entabló con los estudiantes le pusiera la mano en el hombro y pudiera contestarle algunas de sus preguntas.
El encuentro no quedó ahí. “Pasamos al teatro e indagó sobre las inquietudes de los jóvenes. Le explicamos que, no obstante la buena preparación académica y del esfuerzo que realizaba la Revolución, muchos al culminar el 12.o grado se quedaban sin carreras o tenían que acceder a lo que nadie quería.
“Nuestras evaluaciones diarias tenían un rigor bien alto. Era casi imposible lograr un promedio por encima de los 98 puntos, por eso los índices académicos eran inferiores a la media de los educandos de otros preuniversitarios, lo que nos ponía en desventaja”.
El Comandante, detalla Olga, prometió estudiar el asunto y propuso que se planteara en el VII Congreso de la FEEM, próximo a celebrarse. “Teníamos mucha fe en él. Sabíamos que no iba a faltar a su palabra”.
En el evento se aprobó la realización de exámenes de ingreso a partir del curso 1988–1989, con tres pruebas, por grupo de carreras, donde se ponderaba el 60 % del valor de los exámenes y el 40 % del índice académico del preuniversitario.
Gracias a esa decisión “logré cumplir el sueño de estudiar licenciatura en Química. Siento que no lo defraudé; fue su idea crear los IPVCE y les dio seguimiento para que se formaran hombres y mujeres de ciencia. Yo soy fruto de la cantera sembrada con su optimismo, dedicación y esperanza en la juventud”.
Orgullo de haberle sido fiel a Fidel
“De pequeño siempre oí hablar de Galicia y Lugo, dos regiones de España, pues aunque yo no conocí a mi abuelo paterno, él había nacido en ese lugar y ya de hombre supe que era primo hermano del padre de Fidel, de don Ángel, también natural de allí.
“¡Lo que son las cosas! Hay un parentesco de sangre, pero la verdadera relación vino después, cuando yo era machetero y él se ocupaba de la emulación y los mejores trabajadores”, recuerda Reinaldo Castro, un hombre que hizo historia en los cortes de caña.
“La primera vez que hablé con Fidel fue en 1964, en el chequeo final de la zafra de ese año, en el hoy teatro Karl Marx. A partir de entonces, cumplí más de 100 tareas encomendadas por él, desde enseñar a picar caña en varias zonas del país, hasta ir con brigadas de macheteros a algún lugar —en el central Guiteras, por ejemplo— y terminar allí la campaña.
“Me pidió también hacer las demostraciones cuando se comenzaron a implantar las normas técnicas para picar caña; en 1980 me mandó a recorrer toda Cuba para, con mi experiencia en el corte, organizar los complejos agroindustriales azucareros; y me invitó a esperar a Arnaldo Tamayo cuando regresó de su viaje al cosmos.
“Cuando rememoro aquello, lo que recuerdo con mayor gusto es que no me imponía nada; requería las cosas como de favor. ¿Tú sabes lo que es pedirle 100 favores a un machetero? Ese es Fidel”.
Lección de humanismo y ética
Wilder Martínez Domínguez recuerda con todo detalle la visita del Comandante en Jefe a la villa turística El Yarey, en el municipio granmense de Jiguaní, el 19 de mayo de 1995.
Llegó vestido de verde olivo, impecable, e impresionó a todos por su estatura de gigante, detalla. Hizo un breve recorrido y se interesó por el lugar donde serían recibidos los integrantes de la presidencia e invitados al acto por el centenario de la caída en combate de José Martí, en Dos Ríos.
Al regreso de la actividad indagó, como era su costumbre, por el funcionamiento de la instalación, los ingresos económicos, la forma de distribución de la propina, entre otros aspectos.
El Comandante complació la petición de los trabajadores de que les diera un autógrafo. “A 21 años de aquella sorpresa, con orgullo y gran compromiso conservo la foto donde él me firmó la camisa, antes me preguntó de forma jocosa si la había comprado con la propina. Le dije que no”, refiere Wilder, quien añade que tuvo el honor de servir de ayudante del dependiente gastronómico encargado de la atención de Fidel.
Sobre su compañero de labor dice que cuando el líder de la Revolución fue a firmarle la camisa notó que esta tenía el cuello deteriorado.“Con toda delicadeza le dijo que la guardara como recuerdo, y que junto con la foto del encuentro, le enviaría otra prenda para trabajar”.
Y así fue, solo que en vez de una, le envió dos guayaberas, en un gesto que para Wilder representa una muestra de “humanismo y ética insuperables”.
Huella imborrable
Jorge L. Blanco, activista histórico y jubilado de la termoeléctrica Máximo Gómez, del Mariel, fue uno de los primeros en responder a la convocatoria de Buzón abierto. Nos envía constancia gráfica de la única visita que realizó Fidel a este centro, el 15 de febrero de 1978; en que inauguró las unidades No. 5 y No. 6, de 100 megawatt.
Conserva nítidos los recuerdos de ese día: “Luego de recorrer las áreas, conversó con los trabajadores y presidió un nutrido acto de masas”, describe. Desde esa ocasión la fecha es recordada cada año por la huella imborrable que les dejó el querido líder.
El taburete
Fidel los visitaría. Fue la voz que se corrió por la fábrica de la industria deportiva Flor de lís, en Alturas de Quintero, en Santiago de Cuba.
Era el 9 de febrero de 1993 y Evis de la Caridad Gurri Amaro esperaba que no fuera un rumor. Sus dudas se despejaron cuando llegaron a la entidad un grupo de personas que les orientaron cómo proceder, dónde situarse, etc.
Lo observó bajarse del jeep verde olivo, “lo primero que vi fue la pierna y la bota, enseguida se irguió y saludó a todos. En ese instante pensé que iba a desmayarme de la emoción. Fidel se abrió paso por el vestíbulo y trató de subirse, en broma, en una mesita de centro para poder dirigirse al colectivo”.
En el medio de la algarabía, las risas y lágrimas, Evis se acuerda que alcanzó a sugerirle que no lo hiciera, pues podía caerse. “Entonces él me dijo: ‘¿Qué me brindarías?’ y sin dudar respondí: mi silla de trabajo, un pequeño taburete. Rápidamente se lo alcancé y subió”.
El Comandante les preguntó sobre el oficio que desempeñaban, los resultados del trabajo. “Fue breve, pero inolvidable. Cuando bajó le comenté que era una lástima que se borrasen las huellas de sus botas; por eso decidí que nunca volvería a sentarme en el taburete, que lo pondríamos en una urna y se lo hice saber”.
Uno de los escoltas le comentó que Fidel no olvidaba nada y que si volvía, seguro que preguntaría por el asiento. Lo cierto es que aunque no pudo regresar, el taburete sigue allí, como vestigio indeleble del cariño de esos trabajadores por Fidel.