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La Historia y el porvenir como campos de batalla

Foto: Agustín Borrego Torres.

 

Yimel Díaz Malmierca y Amalia Ramos Ivisate

Luis Suárez Salazar (Guantánamo, 1950) es un maestro a tiempo completo, aunque su hoja biográfica lo describa tímidamente como profesor titular (a tiempo parcial) del Instituto Internacional de Relaciones Internacionales.

Sus estudios sobre la ciencia política, con la cual obtuvo su licenciatura, y la sociología, desde la cual tejió dos doctorados, le han permitido un acercamiento a la Historia como escenario cotidiano de nuestros actos, como camino inexorable hacia el futuro.

Luis nos recibió en su casa. No escatimó tiempo, respondió cada una de nuestras preguntas, incluso las que no verbalizamos, para adentrarnos en los procesos que han marcado el (su) destino y los de su tiempo, desde la impronta de un martiano fervoroso, un marxista convencido y un antimperialista irremediable.

Conversar con él fue un placer. No por gusto algunos de sus artículos y ensayos han sido incorporados a una treintena de compilaciones cubanas y extranjeras. También ha escrito una decena de libros, entre los que destacan El siglo XXI: posibilidades y desafíos para la Revolución Cubana; Madre América: Un siglo de violencia y dolor (1898-1998); Obama: La máscara del poder inteligente; y La estrategia revolucionaria del Che: Una mirada desde los albores de la segunda década del siglo XXI.

Los acontecimientos políticos de los últimos meses han servido de pretexto a quienes hablan del fin de la izquierda latinoamericana. ¿Qué consideraciones le merece esa afirmación?

La idea de que el ciclo ‘progresista’ acabó es ahistórica. Prefiero afirmar que, dentro de ‘los ciclos largos de la historia’, cualesquiera que sean sus ‘tonalidades’, existen etapas donde predominan tendencias revolucionarias, reformadoras o reformistas; y otras en las que predominan sus opuestas.  Sostengo la hipótesis de que esos ciclos largos son zigzagueantes y variables en sus resultantes políticas. En ese contexto, admito que estamos presenciando tendencias que apuntan hacia la conformación de una etapa contra-reformista, contrarreformadora  y contrarrevolucionaria.

Sin embargo, más allá de lo ocurrido en Argentina, con la victoria electoral de Macri; en Brasil, con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff; y de la difícil situación en Venezuela y en otros países latinoamericanos y caribeños; considero que el ciclo largo de tonalidad revolucionaria y reformadora más reciente configurado en Nuestra América no ha finalizado.

¿Por qué?

La historia no es un reloj ni un péndulo, sino una espiral sin retorno a los puntos de origen. En ella ocurren complejos y multifacéticos procesos que generan mutaciones cualitativamente superiores a las precedentes. Desde esos conceptos es posible identificar tres ciclos largos en el siglo XX latinoamericano y caribeño (Ver gráfico 1).

El primero fue abierto por la Revolución Mexicana en 1917. El segundo es un ciclo donde predominaron las llamadas  ‘revoluciones frustradas’ que se produjeron a partir de los primeros años de la década de 1930. El tercero comenzó a configurarse a fines de la década del  ’50 y alcanzó su cúspide en 1959, con la llegada al poder del movimiento revolucionario encabezado por Fidel Castro y el inicio de la primera transición socialista en el continente americano.

Este último ciclo no se ha cerrado. La Revolución cubana sigue en pie a pesar de los persistentes intentos por destruirla y de sus desafíos actuales. Su horizonte socialista ha sido enriquecido con novedosas lecturas impulsadas por diversos Gobiernos y fuerzas sociales, políticas e intelectuales de dentro y fuera de la región.

Esto no desconoce que dentro del ciclo se hayan vivido etapas de disímiles tonalidades (Gráfico 2) como la que siguió al golpe de Estado en Brasil (1964), el cual inició otra que se distinguió por sus matices contra-reformistas, contrarreformadores y contrarrevolucionarios que se extendió hasta el triunfo de la Unidad Popular en Chile, en 1970.

A pesar de su cruenta derrota tres años más tarde, esa victoria del pueblo chileno abrió una etapa singularizada por la descolonización política del Caribe insular y continental. Tal fueron las revoluciones Granadina y Sandinista, ambas en 1979. Esa terminó a fines de la década de los ’80 y le continuó otra de ‘contrarreformas y contrarrevoluciones neoliberales’, cuyo agotamiento comenzó a prefigurarse con el triunfo de Hugo Chávez en las presidenciales de Venezuela a fines de 1998.  Esa victoria abrió la que aún no ha concluido en América Latina y el Caribe y en ella predomina la tonalidad reformista, reformadora y revolucionaria.

Sin embargo, actualmente vivimos algunos de los resultados negativos de la que he llamado ‘contraofensiva plutocrático-imperialista’, orientada a revertir esos positivos cambios realizados  en el continente en los primeros tres lustros del siglo XXI.

Esta lógica de los ciclos nos permite entender la historia como pasado-presente, como algo vivo que no se puede olvidar, a pesar de los esfuerzos de los grupos dominantes de EE.UU. y buena parte de la región por reescribirla. La historia es hoy un campo de batalla decisivo en la guerra cultural que se está desarrollando a nivel global.

En ese contexto, ¿qué consecuencias podría tener para América Latina y el Caribe la presidencia de Donald Trump?

No podemos engañarnos, a los Gobiernos llamados genéricamente de izquierda les va a caer un piano de cola encima. El propósito es dominarlos, desaparecerlos. Bastaría mirar las ‘estrategias inteligentes’ desplegadas contra ellos por las dos administraciones de Barack Obama.

Por eso, mi criterio preliminar es que el Gobierno de Donald Trump emprenderá un análisis caso a caso del cual resultarán muchos componentes de continuidad.  El republicano recibe una política contrarreformadora y contrarrevolucionaria muy estructurada que por lo general contó con apoyo bipartidista, en tanto combinó, probablemente como nunca antes, las herramientas del soft power (poder blando) con las del hard power (poder duro).

No creo que el Gobierno de Trump, temporal como todos los demás, decida enfrentarse a los órganos del ‘gobierno  permanente’ (maquinaria burocrático-militar de EE.UU.), el cual, sin negar sus contradicciones internas, posee estrategias trazadas desde hace muchos años y ha desarrollado importantes vasos comunicantes con las grandes corporaciones y otros sectores dominantes del país.

No obstante, debemos agregar que Trump está reclutando a sus cuadros dentro de los ‘neoconservadores’ y de un grupo al que, por sus posiciones de extrema derecha, algunos analistas estadounidenses han llamado ‘republicanos yihadistas’.

Como ha explicado el investigador cubano Alfredo Prieto, estos se definen como alt-right, una derecha alternativa a la tradicional, de la que se nutrió el Tea Party y otras expresiones de los sectores más reaccionarios del establishment republicano. Ese bloque es enormemente peligroso pues hace florecer lo peor de la incultura y la sociedad norteamericana: su supuesto excepcionalismo, el neofascismo, la xenofobia, el racismo, la homofobia, el desprecio por el medio ambiente y la falta de ética, en los negocios y en la política.

Las señales son alarmantes. Por solo señalar algunos ejemplos, el vicepresidente de Trump, Mike Spence, pertenece a esa corriente, es un ‘guerrero cultural’, y la plataforma del Partido Republicano —aprobada en la Convención de Cleveland, efectuada en  julio de 2016— está muy influida por las visiones, los criterios y el lenguaje antediluviano de esos sectores alt-right o yihadistas.

Ellos han tomado como referencia a la reaccionaria Administración de Ronald Reagan (1981-1989) para negociar con otros gobiernos desde posiciones de fuerza y para fortalecer  la palanca militar como un elemento central de su proyección externa. Quieren un remake bajo el lema ‘EE.UU. primero’. Podemos prever entonces un incremento de los gastos militares y que sus políticas económicas pudieran provocar, como han alertado algunos economistas, la llamada estanflación: inflación más decrecimiento económico.

Para evitarla, sin solucionar los enormes déficits con los que viene funcionando la economía estadounidense, los grupos que respaldan a Trump pretenden redirigir los flujos inversionistas hacia los EE.UU. Esto creará una situación difícil en varios países, particularmente en los más dependientes, como son los casos de México y varios Estados centroamericanos y caribeños.

A esto tenemos que sumar las acciones ya emprendidas por los comandos Norte y Sur de sus Fuerzas Armadas, sobre todo las de este último que ha ampliado su presencia en la región para apoyar operaciones de diversas agencias de seguridad y defensa de los Estados Unidos, tanto en el Océano Pacífico, como en el Mar Caribe. Algunas de esas instalaciones están enclavadas en las zonas cercanas a Nicaragua y al que será, si finalmente se construye, el nuevo canal interoceánico.

Se ha denunciado un plan del Comando Sur denominado Venezuela freedom two Operation  orientado a lograr ‘la asfixia’, ‘el cerco’ y ‘la implosión’ de esa nación suramericana. La idea es causar una crisis que justifique la ‘intervención humanitaria’ y que ese golpe contra la Revolución Bolivariana genere un efecto dominó que perjudique a los Gobiernos de los países integrantes del Alba-TCP y los acuerdos de Petrocaribe, incluido el de Cuba.

Otro dato relevante y esclarecedor en cuanto a la injerencia en la región lo vemos en Colombia donde —paralelamente a las negociaciones de paz del Gobierno con las Farc-Ep — las fuerzas represivas de esa nación han venido entrenando oficiales, militares y policiales, de varios países del mundo en la guerra contrainsurgente. La cifra más reciente habla de unos 29 mil efectivos, el 90 % latinoamericano y caribeño. Esto se enlaza con los estrechos vínculos creados por el actual Gobierno colombiano con la Otan y los dispositivos que algunos de sus Estados miembros han ubicado en el Caribe insular y continental.

En este escenario, ¿qué posibilidades quedan a los pueblos y Gobiernos de izquierda?

Queda organizar un frente antimperialista, lo más amplio posible. Hoy el continente posee muchísima más fuerza y puede aprovechar las oportunidades surgidas del mundo multipolar que se está gestando. Para bien, el mundo, y esta región, son diferentes al que encontró George W. Bush en el 2001, e incluso Obama en el 2009.

No podemos subestimar las fortalezas adquiridas en América Latina y el Caribe por los diversos Gobiernos y destacamentos vinculados a lo que genéricamente se llama ‘izquierda social, política e intelectual’.  A pesar de las debilidades, aún somos fuertes.

Ahí está, por ejemplo, la unión cívico-militar forjada por el pueblo y el Gobierno venezolanos, está dando pelea en medio de condiciones internas y externas extremadamente complejas.

La Administración Obama pudo romper los eslabones más débiles de la cadena: primero Honduras, luego Paraguay y más recientemente en Argentina y Brasil. Sin embargo, no ha podido derrotar eso que algunos llaman el ‘núcleo duro del Alba’ (Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua). Así se confirmó en las recientes elecciones presidenciales efectuadas en esta última nación centroamericana. Nos queda por ver cuál será el desenlace de los comicios en Ecuador previstos para dentro de dos meses.

En cualquier caso, me siento obligado a alertar sobre las amenazas que enfrentaremos en el futuro más previsible, y reiterar que es imprescindible concertar, sin ignorar sus especificidades, a los diferentes movimientos sociales (feministas, campesinos, sindicalistas, medioambientalistas, indigenistas, LGTBI…), con los diferentes partidos y organizaciones de la izquierda política.

Esas fuerzas pueden potenciar los diversos foros sociales y políticos latinoamericanos y caribeños existentes como espacios para coordinar acciones gubernamentales (y de diversa índole) orientadas a resistir la contraofensiva plutocrático-imperialista y denunciar a la Administración de Donald Trump sin medias tintas ni darle el ‘beneficio de la duda’.

¿Cómo ve el futuro de Cuba sin Fidel físicamente? ¿Es usted optimista?

No me gusta la palabra optimista, ni su antónimo. Creo que la desaparición física de Fidel —su paso a la inmortalidad— revivió las energías revolucionarias del pueblo cubano. Lo constaté en la Plaza de la Revolución y en la cobertura que hicieron los medios de comunicación del recorrido de su féretro hasta Santa Ifigenia. Esa formidable respuesta habla de cuántas reservas políticas, morales, culturales y emotivas favorables a su Revolución tiene el pueblo cubano.

Este es un pueblo heroico, cotidianamente heroico y en él deposito mi confianza, aunque reconozco que hay muchas fuerzas por organizar a las que es preciso darles espacios de participación que todavía no han sido suficientemente empleados. Solo así podremos avanzar con la celeridad necesaria en lo que se conoce como la ‘actualización del socialismo cubano’.

El tiempo político y el contexto internacional, al menos en el corto plazo, siguen siendo favorables; pero como nos dejó dicho José Martí: “Estos no son tiempos para acostarnos con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada […]”.

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