“Luna fija y redonda de níquel taciturno, / tú, sempiterna cómplice de la novia que espera, / medallón suspendido sobre el pecho nocturno, /¿viste llegar la Muerte con sus ojos de cera?”
Nadie la vio llegar. Los versos de Guillén plasmaron la sigilosa premeditación con que fueron cometidos los asesinatos que enlutaron a muchos hogares en el norte del oriente cubano, entre el 23 y el 26 de diciembre de 1956. El mismo pueblo se encargó de calificar estos hechos como lo que fueron: Pascuas Sangrientas.
Se escogió la celebración pascual que tradicionalmente reunía a las familias, como el mejor momento para sorprender a los “revoltosos” de la zona y “obsequiarles” un regalo de Navidad, cínico nombre escogido por la tiranía Batistiana para denominar esta operación criminal, dirigida por el sanguinario coronel Fermín Cowley.
La idea era actuar después de las doce de la noche del 24 de diciembre, pero los asesinos no quisieron esperar ante el riesgo de que se les fuera para su Guantánamo natal el electricista de 20 años Rafael Orejón Forment, quien había participado en la organización del Movimiento 26 de Julio en Nicaro, Cueto y Mayarí, y realizaba una labor de proselitismo entre los obreros de la Nicaro Nickel Company donde trabajaba. Detenido a la salida de esta y ultimado a balazos el 23 de diciembre, se convirtió en la primera víctima de la masacre.
Pero lo que los esbirros no pudieron evitar fue que tres días antes Orejón trasladara a la dirección del Movimiento en Holguín una noticia trascendental: Fidel estaba vivo y en la Sierra Maestra.
Preocupados por haberse anticipado a la fecha prevista para el comienzo de la operación, los asesinos fueron a disculparse ante Cowley, y la reacción de este fue decir: “Ojalá que todos los incumplimientos de mis órdenes fuesen así”.
Otros revolucionarios perdieron la vida en esos días hasta completar la cifra de 23. Entre ellos había militantes del M-26-7, comunistas, dirigentes sindicales, trabajadores humildes… Muchos fueron arrebatados de sus hogares por la fuerza, para aparecer después sin vida, colgados de árboles o baleados y sus cuerpos tirados en cualquier parte.
“Luna grande del trópico, que estás entre las cañas, / tú, que de noche vives, Luna, tú que no duermes / y rompes tus espejos en las finas montañas, / ¿pudiste oír el grito de los pechos inermes, / ver la corbata ruda de correa o de soga / que los ojos agranda y los cuellos ahoga?”
La lista de los revolucionarios a ejecutar era más extensa, pero afortunadamente una parte pudo escapar de la muerte. Un dato revelador de que se trataba de un plan, fue que en la farsa judicial radicada por los hechos un oficial del batistato mencionó, entre los que habían aparecido muertos, a dos que no perdieron la vida en esa fecha, sino posteriormente.
La declaración de Cowley no pudo ser más desvergonzada. Después de la “investigación” realizada, llegó a la conclusión de que “los autores de los referidos hechos pertenecen a los mismos bandos subversivos y terroristas que activamente operaban en esta zona; y parece ser que por discrepancias entre los mismos para la ejecución de los planes para alterar la paz pública hubieron de declararse mutuamente la eliminación física”.
“Luna grande del trópico, alta sobre el palmar, / tú que despierta estabas aquella noche triste, / Luna fija y redonda, tú que todo lo viste, / no te puedes callar, ¡no te puedes callar!”
Las Pascuas Sangrientas no lograron acallar la rebeldía popular. La lucha clandestina prosiguió y en menos de un mes después se produciría la primera victoria del Ejército Rebelde, en La Plata, a la que seguirían otras muchas. Antes de concluir el año 1957, Cowley pagaba sus crímenes al ser ajusticiado por un comando revolucionario.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …