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El muchacho del farol

Juan Morales, deportista retirado y alfabetizador. Es quien aparece en la foto de epoca del cuadro . Entrevista en su casa de Playa, 84 No 910. LA Habana, 15 de diciembre de 2016 © Rene Perez Massola

Foto: René Pérez Massola
Foto: René Pérez Massola

La imagen de un alfabetizador adolescente portando la cartilla, el manual y el farol, como “armas” de la ambiciosa batalla de un pequeño país para llevar a cada rincón de su geografía la luz de la enseñanza, se convirtió en un símbolo.

Multiplicada en afiches, páginas de periódicos y revistas, muchos se preguntaban quién era aquel muchacho cuya amplia sonrisa infundía confianza en el éxito del empeño.

Cincuenta y cinco años después, Juan Morales Echavarría conserva esa sonrisa juvenil captada por el fotógrafo, y sus energías, cultivadas durante una larga trayectoria de deportista, contradicen la jubilación y desafían el paso del tiempo.

En aquel año de 1961 era un estudiante de 12 años de la Ciudad Escolar 26 de Julio en Santiago de Cuba, que convocado por sus maestros se incorporó a la Campaña de Alfabetización.

“Confieso que, como muchacho al fin, me entusiasmó mucho la idea de ir a Varadero, donde nos iban a dar la preparación, sin embargo, tenía otras motivaciones, me gustaba enseñar, ser como mi maestro Burgos de sexto grado, a quien admiraba. Fui ubicado en Soledad de Mayarí Arriba, Segundo Frente, encargado, junto con otra brigadista habanera llamada María, de alfabetizar a integrantes de una familia campesina y a varios haitianos de un barracón cercano. Me alojaron en un cuartico de la valla de gallos.

“Mi papá me fue a ver tres veces y me decía: “¡Guapea!” Pero ninguno de nosotros pensaba en rajarse, nuestro compromiso era moral, venía de muy adentro.

“Fui a enseñar y a la vez aprendí muchas cosas. Yo que era de la ciudad, conocí de cerca la pobreza y las duras condiciones de existencia en nuestros campos, el sacrificio y el tesón con que el campesino realizaba su tarea, además de su bondad. Siempre había una frutica, un plátano maduro, un pedazo de caña, una atención para el brigadista. Esa convivencia me marcó. Aprendí a recoger café, iba a un sembrado de frijoles que le decían La Pelúa, en una lomita, y recogía frijoles, ayudaba a aporcar la yuca con el azadón…

“Me siento orgulloso de haber enseñado a leer y escribir, y creo que la campaña fue como el encuentro con mi proyección de vida. Llegué siendo un niño y salí con otro fundamento. A los alfabetizadores de aquellos campesinos nos trasfundieron valores que aún perviven en nosotros.

“Al finalizar la Campaña, cuando nos reunimos en La Habana en la Plaza de la Revolución y le preguntamos a Fidel qué otra cosa teníamos que hacer, nos dijo: estudiar, y me acogí al plan de becas. Me destaqué mucho en el deporte, específicamente en el atletismo, yo saltaba vallas hasta con las botas de la escuela y un día nos visitó el presidente del INDER, José Llanusa, quien nos dijo que era necesario que en los escenarios deportivos del mundo se empezara a escuchar el himno nacional e izarse la bandera cubana, y siento la satisfacción de haber cumplido con él”.

Esa es otra historia que no puede encerrarse en pocas líneas. Pero si alguien me pregunta hoy quién es el muchacho del farol, puedo responderle que después de contribuir a la victoria de la Campaña de Alfabetización cosechó numerosos triunfos como atleta, implantó numerosos récords en competencias dentro y fuera del país y fue exaltado al Salón de la Fama del Atletismo por la Confederación Centroamericana y del Caribe de esa disciplina.

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