“(…) la victoria contra el analfabetismo en nuestro país se ha logrado mediante una gran batalla, con todas las reglas de una gran batalla. Batalla que comenzaron los maestros, que prosiguieron los alfabetizadores populares, y que cobró extraordinario y decisivo impulso cuando nuestras masas juveniles, integradas en el ejército de alfabetización Conrado Benítez, se incorporaron a esa lucha. Y cuando todavía hacía falta un esfuerzo mayor, llegó un nuevo refuerzo, el último refuerzo, el refuerzo de la clase obrera directamente, a través de millares de brigadistas Patria o Muerte”.
Así resumió Fidel las fuerzas participantes en aquella epopeya que totalizaron 268 mil 420 personas.
Parecía imposible realizar semejante proeza en solo un año y menos cuando ese 1961 se había caracterizado desde sus inicios por la creciente hostilidad del enemigo del Norte, empeñado en destruir con la invasión mercenaria de Playa Girón a la joven Revolución cubana, e impedir su obra mediante bandas contrarrevolucionarias que sembraron la muerte y el terror en las montañas.
Siempre Fidel
Conversar con Luisa Campos Gallardo, directora del Museo de la Alfabetización ubicado en la Ciudad Escolar Libertad, en La Habana, es como viajar en el tiempo hasta identificarse con las motivaciones que llevaron a tantos cubanos y cubanas a incorporarse a aquella colosal cruzada contra la ignorancia.
Más que guardiana de los fondos de la institución, ella con su pasión por la riqueza de valores, patriotismo y convicción revolucionaria que se atesoran entre estas paredes, hace que cada documento, foto o pieza expuestos revelen una historia que cada nacido en esta tierra debe conocer porque fue escrita por el pueblo y encabezada por Fidel.
Fue a él a quienes los alfabetizados escribieron sus primeras cartas, como una, entre las muchas que allí se conservan, cuyo mensaje, redactado en una humilde hoja de libreta rayada, no por breve resulta menos conmovedor: “Nunca me sentí cubano hasta que aprendí a leer y escribir. Patria o Muerte, Venceremos”. Y firma Juan Martínez.
Y de Fidel habla Luisa como si acabara de escuchar su discurso en agosto de 1960, en la graduación del primer contingente de maestros voluntarios, donde anunció que al año siguiente se iba a librar la batalla contra el analfabetismo; o cuando ella me confiesa que quisiera reeditar con los estudiantes aquel 31 de diciembre de 1960 en Ciudad Libertad, en que el líder de la Revolución quiso esperar, junto con miles de maestros, el advenimiento del que justamente se denominó Año de la Educación; y no quiere dejar de mencionar la convocatoria hecha por el Comandante en Jefe en la clausura de la Plenaria Nacional Obrera de Alfabetización en agosto de 1961 a que los trabajadores se sumaran a la campaña para darle el impulso final, tarea en la que se enfrascaron de inmediato la CTC y sus sindicatos.
Fidel anticipó en septiembre, en la clausura del Congreso Nacional de Alfabetización, la trascendencia de “la epopéyica batalla contra el analfabetismo, que trazará pautas en este continente y llenará de prestigio a nuestra patria” y subrayó que “es la historia que están escribiendo los hombres y mujeres humildes de nuestra patria; y son los hombres y las mujeres humildes los que llevarán sobre sus hombros ese honor, y los que llevarán sobre su sien esta gloria”.
Ese año de 1961, el líder y su pueblo, demostraron que una revolución verdadera era capaz de convertir lo imposible en posible.
Más cerca de los protagonistas
Cómo no emocionarse al recorrer el museo, ante la foto de Elam Manuel Menéndez Menocal, el más joven integrante de la brigada Conrado Benítez, de 8 años; o de la alfabetizadora popular de la misma edad, Griselda Aguilera Cabrera; o cuando el fotógrafo que me acompañaba encontró, entre los expedientes de los que pidieron incorporarse a la lid educacional, los rostros adolescentes de su madre, su padre y dos tías. ¿Cuántos no podrán descubrir aquí esa huella que sus seres queridos supieron dejar en la historia patria cuando apenas comenzaban a vivir?
Duele recordar a las 10 víctimas de las jaurías de bandidos, entre los cuales hubo alfabetizadores, alfabetizados, colaboradores y campesinos, dentro de ellos un villareño de 26 años, trabajador de una tienda de víveres y dirigente sindical de su centro, Delfín Sen Cedré, hijo de chino y cubana.
Cuentan que un día le hablaron de la zona de Novo, donde los alzados sembraban el terror y no permitían que construyeran campamentos para los alfabetizadores. “A esa zona voy yo”, dijo, y poco después se inauguró en ese lugar el campamento de brigadistas Patria o Muerte. La noche del 3 de octubre regresaba con sus compañeros de alfabetizar cuando aparecieron hombres armados, uno de los cuales gritó: “¿Cuál de ustedes es el chino comunista?”, a lo que Delfín respondió: “Yo soy el chino que ustedes buscan”. Los bandidos se los llevaron a todos, pero a Delfín lo apartaron y lo ahorcaron. ¿Y qué decir de los alfabetizadores que pasaron por la terrible experiencia de ser prisioneros de los mercenarios cuando la invasión a Playa Girón? Los agresores no lograron intimidarlos.
Una alfabetizada de 106 años
Dentro de tan rica historia, Luisa no puede dejar de mencionar a una alfabetizada de 106 años: María de la Cruz Semanat, quien había conocido los rigores de la esclavitud y cuyo padre fue mambí. En el acto de entrega de certificados a 4 mil alfabetizados, efectuado en la Ciudad Deportiva el 18 de junio, la anciana subió a la tribuna a dialogar con Fidel.
En un momento de la conversación, que se prolongó por varios minutos, el líder de la Revolución le preguntó a la anciana: “¿Usted no cree que si ha podido aprender a pesar de tener 106 años, los demás pueden aprender también? Nadie es viejo nunca para aprender…”
Y ella le respondió con desenfado: “¡Nadie es viejo! Y todo el mundo tiene cinco sentidos. Es menester que un cristiano no tenga el cerebro completo para que no pueda aprender lo que quiera aprender; porque yo desde el tiempo de España quise aprender y ya aprendí, gracias a Fidel Castro”.
Nada mejor para sintetizar el significado que tuvo la campaña para los alfabetizados que los versos del Indio Naborí que encontré entre los documentos consultados esa mañana en el museo: “Ya sé leer y escribir/ y creo que he despertado/ Quien dormía en el pasado/ despierta en el porvenir/ Soy dichoso… Y qué decir/ de esta Cuba floreciente/ de ese barbudo de Oriente/, que desde el llano a la Sierra/me deja sembrar la tierra/ ¡y hasta me siembra la mente!”