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Fidel lo prometió y se cumplió

Fidel y los Cinco.
Fidel y los Cinco.

El 17 de diciembre de 2014 en toda Cuba no se hablaba de otra cosa que de las dos noticias anunciadas por el presidente cubano Raúl Castro Ruz en comparecencia televisiva.

La primera despertó grandes emociones, ¡ya estaban en casa Gerardo, Antonio y Ramón! En las mentes de cada cubano revivió aquella frase pronunciada por Fidel en junio de 2001, con el convencimiento absoluto de que se haría realidad:  ¡Volverán! Y lo prometido a su pueblo, que tanto había luchado por traerlos a la patria,  se cumplió. Primero volvieron Fernando y René y ahora los tres que parecía que nunca recuperaríamos. Una vez más quedaba demostrado que la Revolución nunca deja abandonados a los suyos.

Raúl y Obama anuncian simultáneamente el establecimiento de relaciones diplomáticas.

 

La segunda noticia dada a conocer por Raúl fue acogida con sorpresa, aunque también era motivo de satisfacción. Se trataba del establecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, un paso que estábamos dando sin la más mínima concesión al adversario histórico, aferrados como siempre a nuestra voluntad de seguir un camino independiente, sin injerencias de ningún tipo, y luchando por conseguir la justicia social para todos.

Durante mucho tiempo se había hecho recaer sobre los hombros del líder de la Revolución la responsabilidad  del no entendimiento entre ambas naciones, pero la historia demostraba todo lo contrario.

En el propio año de la victoria revolucionaria, Fidel viajó a ese país no a pedir dinero como acostumbraban los gobiernos burgueses de turno antes de 1959, sino a fomentar relaciones normales, como  expresó en el almuerzo ofrecido por la Asociación Americana de Editores de Periódicos en el hotel Statler:

“Cuando alguien me preguntó si no veníamos a buscar dinero, de qué manera podía Estados Unidos ayudarnos, contesté: únicamente con un trato justo en materias económicas.  En segundo lugar, con una comprensión justa y cabal, porque una comprensión cabal es lo único que necesitamos”

Mientras su actitud iba en sentido positivo, el presidente estadounidense adoptaba una postura imperial en sentido contrario. Intentó en un inicio que se le negara la visa a Fidel, y cuando ya estaba en su territorio, decidió, en vez de recibirlo,  irse a jugar golf en Georgia y dejó esa tarea en manos del secretario de Estado Cristian Herter y el vicepresidente Richard Nixon.

La historia recoge que Nixon trató de darle clases al Comandante en Jefe sobre cómo gobernar a Cuba y posteriormente recogió en sus memorias que la reunión con el líder cubano le había demostrado que había que derrocar al gobierno revolucionario sin pérdida de tiempo.

Ni qué decir de la escalada agresiva desatada por Washington contra nuestro país a partir de ese momento, porque el coloso del Norte no podía tolerar que a noventa millas de sus costas una pequeña nación se hubiese zafado de sus redes.

El establecimiento de las relaciones diplomáticas el 17 de diciembre de 2014 no fue pues un acto de “bondad” hacia la Mayor de las Antillas, sino el resultado de la resistencia del pueblo cubano ante el cual el imperio había ensayado sin éxito su política de aislamiento que terminó por aislarlo a él mismo.

Esa fecha marca una doble victoria para Cuba, porque recuperamos a nuestros héroes, que se mantuvieron inclaudicables durante sus largas e injustas condenas, y porque nuestra posición de principios no la pudieron mellar las agresiones de todo tipo, obligó moralmente a Estados Unidos a establecer relaciones para no correr el riesgo de continuar ganándose, lo que había merecido durante décadas: el repudio, mientras la Patria de Martí conquistaba un reconocimiento creciente en el mundo.

Hace algún tiempo asumí la caracterización hecha por un politólogo cubano acerca de lo que significaba para Cuba el establecimiento de relaciones con su enemigo histórico: antes estábamos en un ring de boxeo y ahora en un juego de ajedrez, en el que la táctica adoptada por la actual administración estadounidense se ajusta al llamado poder inteligente, que combina la mano suave con la fuerza, cuando considera necesario apelar a ella, se trata sin dudas de la vieja práctica de la zanahoria y el garrote.

Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos pasaron de librarse en un ring de boxeo a un tablero de ajedrez.

Por ello a Cuba le corresponde actuar como un experimentado Capablanca, aplicando en cada momento la jugada necesaria para evitar el avance de su oponente y darle jaque mate en sus pretensiones de liquidar a la Revolución.

El carismático Obama pudo haber confundido a algunos, pero la reacción del pueblo ante su directiva presidencial en la que pretendió establecer pautas para normalizar las relaciones sin renunciar a sus instrumentos agresivos, demostró que a los nacidos en esta tierra no se les puede engañar con falsos cantos de sirena.

Vale reiterar la frase de Martí cuando expresó que “Ni pueblos ni hombres respetan a los que no se hacen respetar”, y si algo han logrado los cubanos es no solo que se les respete sino además que se les admire.

Recibimos por tanto este nuevo 17 de diciembre con sana satisfacción, convencidos de que fue la resistencia de Cuba durante más de medio siglo frente a la agresividad estadounidense la que abrió las puertas al proceso hacia la normalización de relaciones bilaterales.

No es ni está siendo un camino fácil, más aun cuando en el próximo enero las riendas de la Casa Blanca serán asumidas por un nuevo mandatario que tomará sus propias decisiones respecto a Cuba.

Pero seguiremos marchando hacia el futuro, sin olvidar el pasado, confiados en la fuerza de nuestras ideas y fieles al legado de un líder que nos enseñó, en los momentos más difíciles que se puede hacer realidad otra palabra que le dijo más de una vez, con absoluta convicción, a su pueblo: ¡Venceremos!

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