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Jesús Menéndez: Una pelea inesperada

jesus-menendezUn episodio de la vida de Jesús Menéndez demuestra, entre muchos otros, su preocupación permanente por los trabajadores.

Ocurrió en 1946. Viajaba en autor con su hermano Bartolomé y las esposas de ambos en dirección a Colón. En Matanzas, a visitar a otro hermano, Alfonso, quien laboraba como obrero del entonces central Zorrilla. Lo ocurrido durante el viaje fue recordado posteriormente por el propio Bartolomé.

El vehículo tuvo un desperfecto mecánico entre Jovellanos y Perico, y para dar tiempo a que el chofer solucionara el problema,  Jesús y su hermano caminaron un poco por la carretera. Así llegaron al portón de entrada de una finca donde laboraba un grupo de trabajadores y vieron que estos eran vigilados por un capataz armado.  Entraron y Jesús se acercó a uno de los que laboraban, interesado por conocer sus condiciones de trabajo. La respuesta fue diez horas por un peso y pico al día. El líder quiso saber si estaban organizados y su interlocutor le contestó con una negativa. Les pidió entonces a los demás que se acercaran, estos  dudaron un tanto pero se dirigieron a él abandonando su faena. Algunos lo reconocieron y les dijeron a los demás que era el dirigente de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros.

El capataz, intrigado y molesto observaba a cierta distancia la escena, y se preguntaba quiénes eran esos dos extraños que estaban entorpeciendo el trabajo.

Jesús continuaba dialogando con los trabajadores y les preguntó por qué toleraban que en ese lugar no se cumplieran las leyes vigentes que había costado tantos esfuerzos conquistar, como las ocho horas diarias y el salario mínimo, y cómo consentían que el trabajo lo dirigiera un hombre armado como si ellos fueran esclavos.

Después llamó al capataz: “¿Y tú que dices?”, interrogó. “Yo no digo nada” respondió el aludido,” solo cumplo instrucciones del dueño”.

Entonces Jesús quiso verlo y el líder sindical le señaló  al propietario las violaciones laborales que se estaban cometiendo.

La reacción del hombre fue conciliadora. Le dijo que él no era cultivador de cañas sino de papas y que tenía entendido que esa rama de la producción estaba fuera del alcance  del visitante, quien a su entender era jefe de los azucareros.

La respuesta  de Jesús fue serena pero firme: “parece que usted no tiene una información cabal de todas mis responsabilidades. Además de mi cargo de secretario general de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros soy miembro del comité ejecutivo de la CTC. Como usted seguramente conoce, la Confederación representa a todos los trabajadores del país, cualquiera que sea la rama productiva de que formen parte”.

Le propuso al dueño hacer una reunión con los trabajadores, que estos nombraran un delegado, se analizaran las condiciones de trabajo, pactaran el cumplimiento de las leyes y todo quedara plasmado en un documento. El propietario, conocedor de la fuerza que había alcanzado en el país el movimiento sindical, temió que si no aceptaba se paralizarían las labores y estas tenían un calendario que no debía alterarse, por ello aceptó negociar.

Se hizo la asamblea, tal y como se había concebido y Jesús se retiró entre aplausos para continuar viaje con su hermano hacia Colón, demorado pero satisfecho por la victoria de la inesperada  pelea sindical que había surgido en el camino.

Dos años más tarde, al conocer el asesinato de Menéndez, una representación de los trabajadores de las papas acudió al Capitolio Nacional donde estaban expuestos los restos del líder, para expresar su repudio al crimen y manifestarle a Bartolomé, que había estado presente aquel encuentro con el recio dirigente proletario, que  habían continuado el camino de luchas que él les había señalado.

Fuente: Portilla, Juan: Jesús Menéndez y su tiempo. Editorial Ciencias Sociales, 1987.

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